lunes, 21 de marzo de 2011

El "estilista"

Entré en aquella peluquería de mi barrio sin saber que acababa de cometer un gravísimo error: el dueño no era un peluquero, era "estilista". Muchas sabréis a lo que me refiero.

- Buenas, vengo a cortarme las puntas.

Lo típico, a lo que vamos todas y lo que no nos hacen a ninguna.

Un rápido vistazo a mi cabellera y... el cruel diagnóstico:

- Tienes muy poco volumen, necesitas urgentemente un ahuecador.  Para darte cuerpo.

Un momento, cuerpo yo ya tengo!!!!! Ahora, un poco de volumen melenil no me vendría mal.

- Qué es un ahuecador?

- Pues es como un moldeador, pero menos agresivo. Mira, ella lo lleva.

Ella es su ayudante y, efectivamente, luce una melena morena, reluciente y toda voluminosa, casi por el culo.

- Ah, bueno, pues si se me va a quedar así... fale. Pero que yo no quiero el pelo rizado, eh???????

Noto su indignación a través del espejo:

- Porfavorrrrrrrrrrrrrr!!!! Yo... soy un estilista. Déjate en mis manos.

Me pongo en manos de mi estilista, plan modelazo y tal. No sé, me hace ilusión lo de tener un estilista y que me vaya a hacer un ahuecador como el que lleva su ayudante, ésta ya simplemente peluquera sin graduación.

Pues una vez puesta en sus estilísticas manos, mando a la calle a mis dos hijos, a la sazón de 6 y 4 años respectivamente, y me paso las siguiente tres horas, tres!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! , que se dice pronto, saliendo a la calle con la cabeza envuelta en bigudíes a intentar evitar que destrocen a balonazos el escaparate de la peluquería del estilista, que además y para más inri, es de cristales transparentes, o sea, que todo el barrio ha pasado y me ha visto envuelta en el rulaje que me transportará a mi nuevo look.

Prefiero no pensarlo, mientras me entretengo leyendo revistas y escuchando al estilista contar la última boda gay en la que estuvo, que por lo visto fue un desastre, fatalmente organizada. Si él se casara iría por supuesto a otros organizadores.

Venga, voy a ser buena y os voy a ahorrar el exhaustivo relato de esas tres interminables horas de quemazón capilar y heróica lucha para salvar el escaparate de mi estilista, y pasaré directamente a la retirada de bigudíes.

-No mires no mires no mires!!!!!!!!!!!!!! Es una sorpresa! - Dice mi estilista.

Procede a quitarme los bigudíes y, antes de tener ocasión de mirarme en el espejo, empuja mi cabeza hacia adelante y me la planta en mi propia entrepierna. Luego agarra enérgicamente el secador de pelo y así, boca abajo como estoy, me lo seca mientras sacude mi melena frenéticamente con la otra mano. Cuando ya está to el pelo seco, ordena triunfante:

- Levanta la cabeza y mírate!

Tachán tachán!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Una pequeña lágrima escapa indiscreta de mi ojo izquierdo al verme en el espejo. Intento evitarlo, pero...

Os acordáis de Donna Summer, verdad? Y de Diana Ross??????????????? Bueno, pos algo así... pero en blanca. O sea...

A todo esto ya mi hija mayor se había llevado a los kaleborrikos a casa y podía dejar que mi solitaria lágrima se deslizara tranquilamente por un lado de mi nariz y convergiera con los mocos que también se iban concentrando, de la pena, en la entrada de mis orificios nasales. Ya sabéis que el moco líquido es el acompañante inevitable de cualquier congoja.

- No parece que te guste mucho - Me dice mi estilista, con esa sabiduría ancestral que deben tener todos los estilistas.

Intento sobreponerme y articular palabra.

- Bueno, tengo que acostumbrarme.

Él, con esa profesionalidad innata de sus congéneres, intenta animarme.

- Venga, hasta que te acostumbres, vamos a hacer algo para amortiguar el impacto.

Yo sonrío agradecida y esperanzada. Por favor, sí, haz algo.

Entonces me estruja toda la escarola que me había montado y me la pega al cuero cabelludo y agarra un recipiente con horquillas, que me va colocando estratégicamente en mitad de la cabeza de manera que el pelo se me queda pegado desde la frente hasta poco más de la mitad. Y desde ahí, ya sí, parte la escarola hasta el final.

Yo a todo esto con los ojos cerrados, porque quería prepararme psicológicamente para lo que estuviera por venir, tanto bueno como malo, y sobre todo evitar que mi lacrimal volviera a actuar con independencia de mi voluntad.

Por fin termina y mi estilista me dice ilusionado:

-Venga, abre los ojos!!!!

Os acordais de Betty Missiego, no? La de Eurovisión. La de los niños y eso.

Pos igual.

Esta vez a mi ojo izquierdo se le unió el derecho y mis lacrimales se desparramaron a su antojo. Y la velocidad a la que mis lágrimas emulsionaban con mis mocos se aceleró ostensiblemente.

Él, con su aroma de estilista perceptivo, se dio cuenta:

- No me digas que no te gussssssssssssta!!!!!!!! Pero si estás genialllllllllllllllll!!!!!! Señora, a que está estupenda?????????????

Esto se lo pregunta a la vecina de silla, que dicho sea de paso, también está pa matarla con los rulos.

Yo, sinceramente, a la mujer no la veo muy convencida, pero aún así, creo que le doy penilla. Tal vez alguna vez le haya pasado algo similar. El caso es que dice:

- Pero si estás muy guapa!!!!!!!!!!!!!!!!!! A tu edad se está guapa con tó!

A mi vecina le calculo por lo bajini unos 88.

Yo realmente ya veía que no iba a poder aguantar mucho más sin estallar en un llanto incontrolado e incontrolable. Me faltaba una mijilla nada más, y por señas, que era lo único que podía hacer, pues era incapaz de articular palabra, le pedí la cuenta. Alcé una mano e hice como que escribía sobre la palma de la otra, un gesto muy internacional que él entendió sin dificultad.

Con paso cansino y derrotado, me acerco a la caja.

- Qué te debo?

- 80 euros.

Ni esas lágrimas ya eran lágrimas ni esos mocos eran mocos. Ni los klinex podían ya lidiar con tanta profusión líquida. El caso es que todo se precipitó y ya entre lágrimas libertarias derramándose sin pudor salí de allí, no sin antes ser advertida por mi estilista de que no debía lavarme la cabeza en al menos siete días... si quería conservar mi recién conquistado volumen capilar.

Salí de la peluquería intentando camuflarme con la vegetación de mi barrio haciéndome pasar por una escarola. Tuve suerte y nadie me descubrió ni intentó interceptarme; afortunadamente era la hora de la cena.

La crisis estalló al entrar en mi casa. Mis tres hijos tres!!!! sentados a la mesa me miraron, al principio sin dar crédito, y después con entusiasmo y regocijo. Vamos, resumiendo y traduciendo, que estallaron en sonoras y estruendosas carcajadas.

-         Mamáaaaaaaaaaaaaaa, juasjuasjuasssssssssssssssssssssssss!!!!!!!!! Wawwwwwwwwwwwwwwww, mamáaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Yo ni siquiera era capaz de reñirles porque aún me quedaba la lucidez suficiente como para comprender que si yo hubiera estado en su lugar, las carcajadas hubieran llegado hasta Sebastopol. En fin, si yo les he enseñado que la risa es buena, sana y natural, no puedo reprocharles que se despiporren vivos si yo salgo de la peluquería con una lechuga en la cabeza. La coherencia personal es así. Aunque, lo confieso, las ganas de soltar un par de hostias por cabeza no me faltaron en aquel momento, si bien mis prisas por llegar al baño eran mucho más urgentes.

Siete días me dijo mi estilista que debía estar sin lavarme el pelo para conservar mi costoso peinado y siete fueron las veces exactas que yo me lavé la cabeza aquella noche para destruir la obra de arte que él había obrado en mí. Un bote entero de champú y otro de acondicionador consiguieron el milagro de reducir mi volumen capilar a la mitad, aunque aún tardé un año más en conseguir que mis cabellos volvieran a juntarse con las piel que los sustenta sin necesidad de aplastarlos con ninguna clase de artificio capilar.

A los siete lavados por fin salí con una toalla liada alrededor de la cabeza. No salí por propia voluntad, no. Salí porque mi otroyó, que andaba de viaje por esos mundos de dios, había llamado y solicitaba mi presencia al otro lado del teléfono. Lo único que pude articular fue: "No te puedes imaginar lo que me han hecho, buaaaaaaaaaaaaaaaaaaa", porque a partir de ahí empecé a gemir, sollozar  e hipar y él sólo consiguió enterarse de mi drama cuando le pasé el teléfono a mi hija y ya ella le contó lo sucedido. Luego me volvió a pasar el teléfono.

Él, con su aroma de hombre de verdad, me dijo que.. nada, que tú estás guapa de tos maneras, que seguro que no es para tanto, que eres mu exagerá, que anda, tonta, no te lo tomes así, que si tal que si cual... pero a mí nada me consolaba. "Es que tú no sabes lo que me han heeeeecho. Hasta los niños se han escojonao. Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa" . Bueno, lo que es un llanto inconsolable de toda la vida de dios.

En fin,  termino. Que me tiré más de un año con el pelo hecho un gurruño, pinza va pinza viene, y que no lo solté ni una sola vez en todo ese tiempo. Y que jamás volví ni siquiera a pasar por la misma acera en la que estaba la peluquería del estilista. Soporté aquella terrible humillación estética con entereza y al cabo de un par de años ya no quedaba ni rastro de aquella desgracia capilar. Que todo en esta vida dure tan poco.

Y desde entonces mi solidaridad con el colectivo de perjudicados por la mano enloquecida de un artista de los pelos. Yo puedo entenderos, yo puedo consolaros y, sobre todo, yo puedo deciros... que hay vida después de un estilista. Sin ir más lejos, aquí estoy yo. Con estos pelos.

2 comentarios:

  1. ¡Joer, tía! De mayor quiero ser por lo menos la mitad de cachondo que tú.

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  2. Yo me acuerdo de eso, no con tanto detalle pero es un hecho de mi infancia que me ha marcado, después de eso, no he vuelto a mirar a los estilistas de la misma forma!!!

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