domingo, 22 de febrero de 2015

El regalo

Vengo del hospital. Hay una persona de mi familia que está muriéndose; creo que ya es cuestión de horas, al menos eso espero. Ya se ha despedido de su gente, ya ha dicho todo lo que quería decir, ya duerme plácidamente por efecto de la morfina y ya él mismo quiere irse, de manera que sólo falta que el cuerpo no dé mucho por culo y contribuya a un desenlace lo más fulminante posible.

Me ha alegrado ver a mi tía y mis primos muy tranquilos y en paz; creo que están teniendo una vivencia de la muerte bastante positiva, dentro del dolor inevitable que conlleva y de lo que es. Me gusta la gente que sabe vivir y que igualmente sabe morir, y que transmite esa sabiduría a los que le rodean. A mí también me gustaría morirme así. Desde aquí, chapeau por mi tío Rafael.

Pero esta circunstancia no sólo ha sido importante por reencontrarme con mi familia, a la que hacía tiempo que no veía, sino también porque hemos charlado y recordado muchas cosas y de repente, entre la conversación llena de confidencias e intimidades, he terminado hablando de algo que hace mucho tiempo que tenía casi olvidado. Y como no quiero que se pierda esta experiencia en el túnel de la memoria dislocada esta que tengo, he decidido contarla aquí.

Hace 19 años murió mi madre, tras eso a lo que la gente se refiere eufemísticamente como "una larga enfermedad", vamos, un cáncer. Murió el 19 de diciembre de 1995. Pues bien, tres meses más tarde me quedé embarazada. Sorpresa!!!!!

La verdad es que llevaba años intentándolo. Al principio con entusiasmo, después ya simplemente con la indiferencia que da el sospechar que te has embarcado en un imposible. Entre medias hubo muchos vaivenes, que ahora sí querría, que ahora no, que ahora es buen momento, que ahora no... Pero el caso es que durante todos esos años yo no ponía ningún tipo de medida para no quedarme y llevaba una vida sexual bastante activa. Simplemente no venía y punto. Como ya tenía una hija tampoco me lo tomé muy mal. Ya está, me quedo con una y se acabó, o más tarde veo si adopto o ya me lo pensaré.

El caso es que justamente a los tres meses de morir la Juana, en el momento más inesperado y probablemente menos oportuno, voy y me empreño. Que si las tetas hinchadas, que si la regla out, que si esto va a ser por el sofocón de lo de mi madre, que si cada vez más hermosita y más lustrosa... Coññño, que me voy a comprar un Predictor. Coñññño, que se ha puesto rosa. Coñññño, que estoy preñá!!!

Desde el principio lo tuve... claro no, lo siguiente. Ese embarazo era un regalo de mi madre. De alguna manera ella me había transmitido la energía y el poder suficientes como para concebir lo que en todos esos años no había sido capaz. Cómo? No sé. Por qué? Pues porque no estaba en el mejor momento de mi vida, porque andaba muy perdida y porque iba en plan destroyer cuesta abajo y sin frenos, y ese niño podía ser mi salvación, como de hecho lo fue. Y ella lo sabía. Podéis llamarme pirada, mística o lo que queráis, pero para mí ese tipo de casualidades tienen un significado claro y un sentido preciso, y ese significado se me confirmó con el tiempo, como paso a relataros.

El ginecólogo me dio una fecha probable de parto, del 8 al 12 de diciembre como muy tardar. Pero tan convencida estaba yo de que mi madre estaba detrás del fenómeno que le dije: "no, viene para el 19".  El tío flipao:

"No, porque antes te lo provoco, tan tarde no puede ser".

"Le digo yo a usted que va a nacer el 19."

"Y cómo lo sabes?"

"Porque lo sé."

A ver cómo le explicas a tu ginecólogo que tu madre muerta te está regalando un niño.

Y ahora comunica el evento sobrenatural a la familia. Y ahí te encuentras con la puerta cerrada a cal y canto. Primero se tomaron a guasa lo del regalo, pero bueno, tiempo al tiempo. Luego, cuando se aproximaba la hora del parto y veían que ni patrás ni palante y que me iba acercando peligrosamente al 19 de diciembre, fecha que desde el principio pronostiqué, empezaron los problemas.

Mi padre el primero: "Tú te has empestiñao en parir el 19 y al final con lo cabezona que eres, pares el 19. Pero que sepas que yo ese día no pienso celebrar nacimiento ni nada, ni nunca celebraré el cumpleaños de ese niño que ha nacido el mismo día en que murió tu madre". Y ésta la tónica general, que yo estaba emberrenchiná y que ellos no estaban dispuestos a seguirme el rollo. Que ése no era día para nacer y que ese niño iba a celebrar sus cumpleaños con la vieja el visillo, porque con ellos que no contara.

Imaginad la situación. Yo convencida de que mi Juanillo era un regalo de mi madre, lo que se vería confirmado con la fecha de nacimiento, y feliz de que algo tan extraordinario ocurriera en mi vida. Y mi familia tachándome de tarada y amenazando con hacernos el vacío total a mí y al niño si se daba la lamentable circunstancia de que naciera el mismo día de la muerte de mi madre. Lo que para mí era algo maravilloso, mágico, lleno de sentido, un mensaje directo e inequívoco... para ellos era una desgracia, algo que no estaban dispuestos a celebrar alegremente conmigo en absoluto.

Y diréis... al final qué paso? Pues una vez más llamadme loca, tarada, pirada, mística o lo que sea (y pensar que no creo en el más allá ni en nada... en fin), pero tuve una charla "virtual" con mi madre en la que le dije tal que así: "Mamá, tú y yo sabemos lo que hay, que esto es un regalo tuyo y sabes que yo no lo he dudado en ningún momento. A las pruebas me remito, años sin quedarme embarazada y de repente... chas! Y aquí estoy, y sé que viene para la fecha que viene, pero... no podemos hacerle esto al niño. Me parece que nadie lo entiende, que no lo van a querer ni se van a alegrar de que nazca ni nada. Creen que me he encabezonado y que va a nacer el 19 porque a mí me da la gana, como si yo tuviera el poder de retrasar 10 días un parto por obra y gracia de mi santa voluntad. Mamá, como tú y yo lo sabemos y no necesitamos que lo sepa nadie más, vamos a hacerlo bien. Por nuestro niño."

Y así fue... mi madre se enrolló a tope. Efectivamente, me puse de parto el día 19, y estuve toda la tarde sintiendo contracciones, pero sin avisar a nadie ni decir nada. Además me pilló estudiando las oposiciones, así que estaba supertranquila con mis apuntes y mis contracciones, ahora cada quince, ahora cada diez, ahora cada cinco. Ese día fue solo nuestro, de mi madre, mi niño y mío. Hablamos mucho los tres y tras arduas negociaciones decidimos que lo íbamos a cuadrar para contentar a todo el mundo y no perjudicar al chiquillo. Sólo nosotros sabríamos lo que realmente había pasado.

Llegué al hospital cerca de las doce de la noche y Juan nació a la 1 del día 20 de diciembre de 1996. La víspera toda la familia había estado en la misa por el aniversario de la muerte de mi madre. Yo no fui porque como soy atea no asisto nunca a ese tipo de actos, así que no tuve que poner excusa ninguna, y nadie sabía que mi madre ni estaba allí ni pollas, que en ese momento estaba conmigo y con mi hijo, ayudándome a dar vida y no lamentando su muerte. Siento deciros a los que estuvísteis en ese acto que ella pasó aquel día de vosotros porque estaba conmigo.

Y aquí al lado tengo a mi "regalito", sí, ese muchacho del que tanto hablo por aquí de vez en cuando. Ese fiiiiiiistro de la pradera, ese desaaaaaastre de criatura, arrrrgggg!!!! Él no sabe nada de esto, pero voy a aprovechar este momento para contárselo. y me alegro de que otra inminente muerte (vaya por ti este post, tito) me haya servido para recordar algo que nunca quiero ni debo olvidar.

Gracias, tío Rafael, por saber irte en paz y asumir la muerte con esa naturalidad y esa elegancia. Gracias, tía Pilar y primas, por la charla de hoy y por muchas otras. Y siempre.... gracias, mamá. No sabes cuánto quiero ese regalo que me hiciste.

lunes, 9 de febrero de 2015

Efecto óptico

He observado últimamente un fenómeno extraño que me ha llamado mucho la atención y que atribuyo a una especie de efecto óptico de todo punto inexplicable para mis cortas entendederas. Y como no consigo comprenderlo he decidido comentarlo aquí por si alguien me lo puede explicar.

Veréis, yo en invierno uso con mucha frecuencia mallas. Bueno, a decir verdad, las mallas son prácticamente mi uniforme de invierno; me las planto en noviembre y ya no me las vuelvo a quitar hasta mayo por lo menos. Las uso para ir a trabajar, para salir de paseo, para ir de copas, para estar en casa, para hacer gimnasia, para correr, para dormir… en fin, para todo. Naturalmente tengo varias y las voy alternando, so mal pensaos, que una puede ser de piñón fijo pero mu limpita y mu escamondá.

Bueno, el caso es que voy yo tan agustísimo y tan calentita con mis mallas sin que nunca hasta ahora se hubiera producido ningún acontecimiento digno de mención. Nunca hasta que… introduje un nuevo elemento en esta coyuntura. 

Resulta que, ya aburrida de ir siempre con el mismo look invernal, un día se me ocurre que me puedo poner una faldita por encima, para variar de vez en cuando. Tengo por ahí unas faldas cortitas que a pelo no tengo huevos de ponérmelas pero pensé yo pa mí misma que con las mallas debajo podían quedar ideales de la muerte y así ya no tendría que ir siempre con el mismo uniforme y le echaría un poco de gracia a mi vestimenta invernal.

Bueno, pues dicho y hecho, me planto la faldita por encima de mis sempiternas mallas y cuál no será mi sorpresa cuando me monto en mi bici y a la mitad de los tíos con los que me voy cruzando se les van saliendo los ojos de las órbitas y más de uno y más de dos casi se descoyunta agachando la cabeza en el intento, por supuesto vano, de vislumbrar algo, vete tú a saber qué. Pero dónde vas, so desgraciao??? Pos no ves que llevo unas pedazo de mallas tupidas que ríete tú de los refajos de las abuelas? Qué quieres ver tú ahí debajo, alma de cántaro???

Vamos a ver, yo puedo entender que éste sea un fenómeno relativamente normal en verano cuando una va con las piernas al aire. Normalmente los tíos hacen todo tipo de contorsiones para intentar ver lo que hay debajo. Pero vale, tiene su sentido porque algo podrían ver, aunque en mi caso es completamente inútil porque siempre llevo debajo de las faldas unos pantaloncitos cortos y por mucho que estiren la cabeza jamás van a ver otra cosa que los pantaloncitos. Pero bueno, ellos son así y la imaginación masculina tiene un poder inconmensurable, eso es un hecho. Vale, lo del verano tiene un pase, pero lo que me ha dejado muerta es esto de ahora. Intentar ver unas bragas por debajo de unas mallas!!!! Hosssstia, qué nivel, Maribel!

En fin, los caminos del erotismo y la imaginación son inescrutables, pero qué me decís del efecto óptico siguiente? Resulta que me encuentro el otro día con una amiga y me suelta tal que así: “Mírala ella qué valiente, ni frío ni na, en pleno invierno con minifalda”.

Pero tía, por diossssss!!! O sea, que yo voy con las mallas solas y naturalmente, como son una prenda calentita, no tengo frío en absoluto, pero en el momento en que me planto una falda por encima pues ya las mallas no abrigan y corro peligro de congelación, no?

Vamos, que el efecto óptico de la falda en los tíos convierte a las mallas en artilugio erótico y en las tías las convierte en aparato refrigerador. En definitiva, que la falda superpuesta hace que la gente crea que voy medio desnuda. Por eso los unos intentan ver lo que hay por debajo y las otras se horrorizan por el frío. Cómo se explica este fenómeno? Pues no lo sé, la mente humana es sumamente rara, o a lo mejor la rara soy yo, vete a saber.

En fin, si alguien lo entiende o incluso participa de este fenómeno, que me lo explique, porfiplís.