martes, 22 de marzo de 2011

Caperucita Roja, la verdadera historia, by Inma Ruiz de Julián

Me llamo Caperucita, Caperucita Roja. Es posible que hayas oído hablar de mí o, más exactamente, de una niña bastante tonta cuyo nombre coincide con el mío, y que ha dado lugar a una serie de falacias y mentiras sobre mi persona que me gustaría evidenciar.
Mi verdadera historia arranca en el momento en que murió mi progenitor dejándonos a mi madre y a mí en la más absoluta miseria, por lo que me vi obligada a abandonar mis estudios de Ingeniería de Montes para ponerme a buscar trabajo de inmediato. Todavía en peores circunstancias se veía mi mejor amiga desde la infancia, Blanca Nieves, también supuesta protagonista de otro cuento igualmente necio que circula por ahí. El padre de Blanca, que había enviudado recientemente, volvió a casarse con una señora de muy buen ver que se dedicó desde el principio a hacerle la vida imposible a mi colega. Blanca abandonó la casa paterna y se mudó a un pisito en los suburbios con siete inmigrantes magrebíes, todos ellos ilegales, que no tenían un duro, y a los que conocía de sus marchas nocturnas. Los inmigrantes, que habían encontrado un trabajo en la más sumergida de las economías, concretamente en una mina onubense, daban cama y comida a Blanca a cambio de que les tuviera la casa limpia y ordenada, labor harto difícil porque imagina cómo podía estar el nidito con siete tíos más bien dejados viviendo en él. De todos modos, eran gente muy simpática y por las noches montaban unas juergas tremendas y tocaban instrumentos variados de su tierra, pero Blanca, que no era tonta, pronto supo que no sólo de música vive la mujer y que en aquella casa, aparte del alimento espiritual de los cantos magrebíes, no se veía otra clase de sustento por ninguna parte.
Así pues, las dos decidimos ponernos a trabajar y a tal fin acudimos a hablar con el Sr. Feroz, a la sazón empresario de la construcción, que se mostró remiso a darnos una oportunidad en alguna de las obras que por aquel entonces llevaba a cabo en la ciudad. Alegaba el Sr. Feroz para denegarnos el empleo nuestra evidente naturaleza femenina y escasa fortaleza física por un lado y por el otro el hecho obvio de encontrarnos las dos en edad de merecer y, por tanto, la posibilidad de aparecer embarazadas en cualquier momento, lo que constituía un desastre total para cualquier empresario que se preciara de su condición. Blanca y yo juramos que practicaríamos la más absoluta castidad mientras estuviésemos trabajando para el Sr. Feroz, al mismo tiempo que nos esforzábamos por demostrarle nuestra envergadura física, que aunque pobre, podría resultar muy productiva, dado que estábamos dispuestas a trabajar el doble de horas que los trabajadores varones de la empresa. Y así fue como nos convertimos en recias obreras de la construcción, con un contrato en prácticas, un sueldo miserable y un horario que le daba vueltas a cualquier reloj, pero felices por sentirnos útiles, independientes y mujeres de provecho.
Fue Blanca la que metió la pata al enamorarse como una locuela de Rafa Azul, cuyo alias en el cuento es Príncipe Azul, que no era propiamente un Príncipe, sino un cantaor flamenco, por cierto bastante chulesco, que se hacía pasar por miembro de la aristocracia gitana y que le hizo un bombo a mi amiga en cuanto tuvo una mínima ocasión, para dejarla a continuación abandonada en tan delicada situación. Fuimos juntas a hablar con Feroz, asumiendo como amigas que éramos un destino común, pero por más que porfiamos y apelamos a sus más filiales sentimientos, no conseguimos sino que nos despidiera a ambas con cajas destempladas y nos dejara de patitas en la calle sin indemnización ni liquidación ninguna.
Volví a ver a Feroz una vez más, una mañana cuando iba a visitar a mi abuela (que no abuelita) a la Residencia de la Tercera Edad Nuestra Señora de la Amapola y aproveché para ponerle como un trapo (puede que sea éste el encuentro al que se refiere esa estúpida historia que tanto me ha perjudicado). Esta visita fue altamente provechosa para mí, porque mi abuela me hizo un regalo muy especial, un recetario de cocina casera que me cayó como llovido del cielo, porque Blanca y yo decidimos juntar nuestros escasos ahorrillos obtenidos como trabajadoras de la construcción y pasar de empresarios impresentables como Feroz, de modo que montamos una pequeña cooperativa con otras tres amigas amas de casa  de toda la vida, un negocio de comida tradicional que va prosperando día a día y que nos da para vivir cómodamente a las cinco y a la niña que tuvo Blanca, que es una ricura.
Y ésta es la verdadera historia de nuestras vidas que, como verás, es mucho más interesante y real que todas esas pamplinas y falsedades que durante años han puesto nuestros nombres en entredicho, enturbiando a menudo este trocito de felicidad que hemos conseguido construir a base de mucho esfuerzo, sacrificio y... ¿ por qué no decirlo? un poquito de talento.                  

2 comentarios:

  1. Ya, ya sé que el relatillo es chusco de morirse, pero es que lo escribí siendo muy pollina y feminista radical. Ni siquiera lo he tocado, está tal cual.

    A veces lees cosas que escribiste hace mil años y flipas contigo misma. Pero bueno, es que era así. Y oye, en su día gané un premiecillo y todo por esto.

    Y no sé, le tengo cariño.

    ResponderEliminar
  2. Este, recuerdo que me lo enseñaste hace años. Se nota que es una denuncia social, muy acorde para la temática de algún concurso, pero es muy completito y muy gracioso. A mí siempre me gustó, y yo no veo que sea feminista radical ni nada de eso... Saludos.

    ResponderEliminar