Supongo que cualquiera que lea esto ha oído hablar de la polémica generada en Francia respecto al llamado burkini, un tipo de bañador que tapa el cuerpo femenino entero y que por lo visto suelen usar las mujeres musulmanas en las playas del país vecino.
En algunas localidades costeras se ha prohibido el uso de esta prenda, pero esta decisión ha sido recurrida y el Consejo de Estado, el más alto tribunal francés, ha suspendido esa prohibición. En este asunto Francia está dividida, hay quien piensa que la prohibición es un atentado contra las libertades individuales y hay quien por el contrario antepone la sagrada laicidad de la sociedad francesa por encima de cualquier otra consideración.
Yo reconozco que ando en mi mismidad tan dividida como la sociedad francesa. Por una parte creo a pies juntillas en la laicidad como modo de vida en la sociedad occidental desarrollada y me repugnan tremendamente este tipo de vestimentas que son un canto a la ocultación del cuerpo femenino como símbolo de lo pecaminoso y lo obsceno... pero por otra parte no encuentro razón legal para prohibir a nadie vestirse como le dé la gana, por mucho que a mí me pueda provocar horror esa manera de vestir, fundamentalmente por lo que significa y por lo que implica.
No lo tengo claro, la verdad. Mucho me temo que aquí ninguna postura es defendible al cien por cien. Yo podría igualmente debatir a favor de una y de la otra y en contra de ambas. Aunque reconozco que visceralmente siento un profundo rechazo hacia burkas y niqabs, y su proliferación en algunas ciudades europeas me preocupa y me indigna y hace que sienta que nuestras sociedades son impotentes para afrontar este tipo de retos.
Recuerdo que la primera vez que sentí horror por esta cuestión fue hace más de diez años, cuando viajé a Londres y en mis paseos por Hyde Park me encontraba constantemente con grupos de mujeres ataviadas con el velo integral. Iban en comanda, siempre muy juntas, y daban miedo, mucho miedo. Porque no parecían personas, parecían pájaros carroñeros en bandada. De hecho comenzamos a llamarlas "Las urracas", porque eran exactamente lo que parecían.
Había mogollón, la verdad es que fue sorprendente porque donde yo vivo no las había visto nunca. No me podía imaginar que hubiera tantas en una ciudad occidental. El contraste con el resto de las personas que paseaban por el parque era brutal. Había mujeres en bikini tomando el sol (era septiembre), turistas como yo misma en pantalón corto, paseantes de todas las edades con ropa ligera... en fin, lo normal. Y luego estaban ellas, siempre en grupo, a veces acompañadas de niños vestidos normal, como los otros niños, y una no podía evitar pensar cómo vivirían esos niños esa diferencia entre sus madres y las personas con las que se cruzaban, las madres de los otros niños que iban con sus caras descubiertas.
Recuerdo el repelús que nos daba al cruzarnos con ellas; era una sensación inquietante, y por primera vez en mi vida me empecé a plantear si eso debía consentirse en los países europeos. El planteamiento no era baladí porque por muy respetuosa que yo pueda ser con las libertades individuales también me daba cuenta de que estas mujeres iban cargadas de críos, que el porcentaje de natalidad entre ellas era muy superior al de las mujeres no musulmanas, luego... no hay que echar muchas cuentas para deducir que de aquí a unos años esos grupos cada vez irán a más y a más en detrimento de todo aquello por lo que hemos luchado durante siglos en nuestra sociedad.
El hecho de que en unas cuantas décadas hayamos conseguido que ver por la calle a una monja con hábito o a un cura con sotana sea algo casi testimonial, una rareza que llama la atención y hace que nos volvamos a mirar con curiosidad, hace que aún sea más chocante la aceptación de estas vestimentas que en lugar de ir a menos van aumentando en proporción al índice de natalidad de las mujeres musulmanas.
Esto no va a menos, como los curas con sotana; esto va claramente a más. En Londres descubrimos además que en pleno centro había un barrio en el que eran claramente mayoritarios. Cruzabas una calle y allí estaban, por todas partes. Todos los locales eran musulmanes; en los bares no había mujeres, solo hombres en la puerta hablando y fumando en sus narguiles. La única presencia femenina era esos grupos de urracas sin cara que iban de un lado a otro sin parar. Pero el espacio público lo ocupaban ellos, era como entrar de sopetón en un país musulmán regido por las leyes del Islam. En pleno occidente, hossstia!
Y me dio miedo. Y pensé que la tolerancia inherente a las leyes que rigen nuestras sociedades podía ser la misma que las terminara destruyendo. Que había un peligro cierto, real, de que algún día nuestros países fueran habitados mayoritariamente por gente que no cree en la igualdad de sexos, que piensa que el papel de las mujeres se reduce al ámbito doméstico y al absoluto anonimato en la calle, que tiene claros la supremacía y el dominio del varón sobre la mujer y que se rige en su vida diaria no por las leyes del país en el que habitan sino por los preceptos de su religión. O sea, todo aquello que parecía superado, que ha costado siglos erradicar en nuestros países... todo a tomar por culo.
Luego llegaron los atentados, las masacres y los lobos solitarios, los asesinos no venidos de fuera sino nacidos y criados en la propia Europa, y todo ello me reafirmó en aquel primer miedo que sentí en mi viaje a Londres. Tanto han luchado nuestros abuelos y bisabuelos y tantas vidas se han perdido por el camino en esa lucha para llegar a esto? A que cientos de mujeres anden por nuestras calles tapadas de arriba abajo mientras sus barbudos hombres hacen la yihad, rechazan los valores del mundo occidental y propagan por el mundo a base de fuerza bruta los principios y los valores de su religión? Dónde termina el respeto a lo diferente y empieza la gilipollez??
En fin, éstas y otras cuestiones por el estilo me las planteé durante aquel viaje y diez años después me las sigo planteando. Habiendo sido toda la vida una firme defensora de las libertades individuales aquí presento públicamente mis contradicciones.
Tanto mi instinto como mi razón me dicen que éste no es el camino, que aquí hay que empezar a poner límites claros en defensa de todas esas conquistas que en nuestras sociedades han costado sangre, sudor y cientos de lágrimas. Que el respeto al diferente no puede significar la claudicación en principios básicos de nuestro modo de vida, en cosas clave como la igualdad de sexos o la laicidad. Joder, con lo que nos está costando sacar a la Iglesia de las escuelas, ahora nos toca bregar con éstos, que viven solo por y para su religión.
Por otro lado... con qué cara le prohíbes a esta gente sus manifestaciones públicas religiosas cuando aquí nos tiramos una semana entera al año procesionando santos y la gente disfrazada con capirotes similares a los del Ku-Klux-Klan, tapados de arriba abajo y tomando las calles a saco?? Qué le parecería a la gente que prohibiéramos todo tipo de manifestaciones públicas religiosas?? Porque si nos ponemos a prohibir porque creemos en una sociedad laica, o todo o nada, pero no se puede prohibir solo a unos y dejar campar a sus anchas a los otros.
Cómo nos comemos todo esto?? Hay alguna postura realmente coherente que se pueda defender en este asunto?? O todo el mundo tiene sentimientos tan contradictorios como yo misma?? Hay alguna forma de conciliar todo esto sin volvernos locos??
Ahí queda eso. El que lo tenga medianamente claro que nos ilustre a los demás, por favor.
Comparto por completo tu opinión. Yo siento el mismo miedo, y eso que no he salido de España. A veces pienso que no es tan sorprendente que en todos esos millones de años que el hombre ha reinado la Tierra, justo ahora lleguemos al "estado de bienestar". Antes del nuestro, habría habido otros intentos de emular algo parecido. ¿Cómo no iba a haberlos? El ser humano, en esencia, siempre es el mismo, pase el tiempo que pase; y siempre tendrá esas aspiraciones de ir a mejor. Lo que habrá ocurrido es, simplemente, que todos los intentos han fracasado. Y no creo que el nuestro vaya a ser una excepción...
ResponderEliminarYo, por si acaso, como una buena cobarde, me abstendré de ir a multitudes (por suerte, soy muy solitaria, así que me da igual), me alejaré de todo moro que vea con bultos extraños en su ropaje o a bordo de un camión, y me pondré el burka si me lo ordenan (paso de perder la vida por un arrebato de coraje).
Ojalá se tomen cartas en el asunto algún día. Pero, si no se hace, siempre nos quedarán otras partes del mundo donde el mal sea menor.
Hola Tú. La cuestión es qué medidas tomar. Prohibiciones? Poner límites a la exhibición de signos religiosos? A todos, a los de todas las religiones? Una apuesta clara por el laicismo y por reducir lo religioso al ámbito doméstico y a los lugares de culto? Aceptaría la gente una limitación en la exhibición de simbología católica para poder limitar también la musulmana?
EliminarLo que me gustaría es que se pudiera encontrar una fórmula mágica para impedir una invasión demográfica por parte de esta gente que no respeta ninguno de nuestros valores de igualdad y de libertad sin tener que recurrir a cargarnos nosotros mismos esas principios de igualdad y libertad. Existe esa fórmula?