domingo, 7 de mayo de 2017

Bricolaje

- Bueno, mamá, pues ya tienes tu mesa.

- Ayyyyy, qué orgullosa estoy de mi niña! Nunca pensé que serías tan buena montando muebles.

- Yo también estoy muy orgullosa de ti, mamá. Hemos montado la mesa y no has llorado ni una sola vez.

Esta conversación tiene lugar entre mi hija y yo justo cuando acabamos de montar juntas una mesa del Oportunísimo de ésas que se levantan por un lado y guardan un cajoncito dentro.

(Breve inciso: por cierto, la mesa tiene la altura perfecta para comer en el sofá o para escribir en el ordenador. De hecho esto lo estoy escribiendo ahora mismo justo en esa mesa, con una de mis perras pegada a mi culo en el sofá y la otra a mi muslo izquierdo. Pedazo de invento!)

Bueno, a lo que iba.

Vi la mesa en un folleto publicitario y me enamoré de ella: 39 euros. La quierooooooooo! Yaaaaaaaa!

Mando una foto del folleto a mi ex:

- Me puedes ir a comprar esta mesa?

- Vale, pero igual no me cabe en el coche.

- Bueno, tú comprala, que ya me busco la vida.

(Otro breve inciso: mi ex tiene una cruz conmigo, que son los folletos publicitarios. Veo algo que me gusta y le mando corriendo una foto y le pido que me lo compre. Es un vicio y además una forma de relacionarnos un tanto enfermiza, lo sé, porque se basa en el consumismo más abyecto).

La mesa le cabe perfectamente en el coche porque viene a cachos y hay que montarla. Cuando me lo dice se me cae el alma a los pies. Pero íntimamente pienso que igual se enrolla y tiene el detallazo de montármela.

Ni de coña. Bastante que lo mandé a una tienda que no era y al final ha dado el pobre más vueltas que un trompo para conseguirme la mesa. Pero ya de montarla no dice nada, y yo tampoco quiero abusar.

(Otro inciso: aparte de que, aquí entre nosotros, tampoco es que sea MacGyver el muchacho, que el bricolaje no ha sido nunca lo suyo)

Se lo digo a mi hija:

- He comprado una mesa pero hay que montarla.

- No problem, ma. Yo últimamente no paro de montar muebles y se me da muy bien. Además me relaja.

- Gracias, Dios! Los caminos del señor son inescrutables.

(Inciso: mi hija hace poco que vive con su novio y han comprado un montón de muebles de montar y lo han hecho juntos, de lo cual me alegro porque estas cosas unen un montón. Debería ser obligatorio entre novios montar muebles juntos, es una prueba de fuego. No se conoce mejor a una persona).

Tranquilos, no voy a contar los pormenores del montaje. Sólo decir que tardamos algo así como tres horas, que se dice pronto, y tuve que recurrir al destornillador de estrella de los vecinos, y varias veces hubo que deshacer lo hecho y rehacerlo, desatornillar y volver a atornillar. En fin, lo típico.

Tanto es así que cuando le devolví el destornillador al vecino me dijo:

- Pero en serio lo habéis conseguido? No habéis tenido que llamar a la tienda o al fabricante??? No habéis perdido ningún tornillo??????

Pos no. El tío flipao.

Me sorprendió gratamente la paciencia de mi hija.

Cada vez que algo iba mal con toda tranquilidad decía:

- Mamá, vamos a cambiar esto, que me parece que nos hemos equivocado.

Me lo decía con mucho cuidado y tacto, porque sabe que soy de llanto fácil para estas cosas.

Muchos os preguntaréis: por qué esta muchacha está tan orgullosa de su madre porque no ha llorado en todo el proceso de montaje de la mesa. Bien, creo que requiere una explicación y la voy a dar.

Yo soy una persona de lágrima muy difícil. Me han pasado cosas bastante duras en la vida, como muchos sabéis, pero siempre me ha costado un huevo llorar. No me sale, es terrible pero es así. He perdido seres queridos, me han dado noticias de salud más que preocupantes, he sufrido desengaños de todo tipo, como todo el mundo... pero lo de llorar para mí es complicado.

Sólo lloro con una facilidad asombrosa cuando me siento desbordada.

Recuerdo nuestra mudanza a esta casa, hace once años. Llevábamos semanas trasladando poco a poco los enseres de una casa a la otra, ya que estaban muy cerca y podíamos hacerlo así. Sin embargo el día en cuestión que teníamos fijada la fecha con la empresa de mudanzas parecía que no habíamos hecho nada. Cientos y cientos de cajas se acumulaban y yo no sabía cómo podía ser, si ya habíamos llevado un montón de cosas nosotros.

Cuando el traslado terminó, de repente me vi en la nueva casa rodeada de cajas y cajas y cajas en las que no sabía qué había, porque me parecía que todo se había metido al tuntún y que podría pasarme años hasta terminar de colocar todo en su sitio correspondiente.

En ese momento me salí a la terraza y empecé a llorar. No podía parar, sencillamente estaba desbordada, no sabía por dónde empezar, todo aquello era un mundo y no me sentía con fuerzas para afrontarlo.

Entonces mi hija, que a la sazón tenía 17 años, se sentó a mi lado y me dijo tal que así:

- Venga mamá, tranquila, descansa un ratito de todo este lío. Voy yo a ir abriendo cajas y apartando cosas y ya poquito a poco las vamos colocando.

"Pobre niña!", pensarán algunos.

Yo también lo pienso.

Tener una madre que se echa a llorar cada vez que se siente agobiada no es plato de gusto. Y tener que tranquilizar tú, adolescente, a tu madre manda huevos.

Hay que tener una madera muy especial. Y yo soy consciente de la suerte que he tenido con esta niña, que además de perfecta montadora de muebles, es responsable, estudiosa, inteligente, trabajadora, disciplinada, ordenada, y encima, por si fuera poco, guapísima.

Por eso hoy le he dedicado este post. Porque fue a la vez terrible y maravilloso ese comentario:

-  Yo también estoy muy orgullosa de ti, mamá. Hemos montado la mesa y no has llorado ni una sola vez.

A veces no puedo creerme la suerte que he tenido en esta vida. De verdad.


3 comentarios:

  1. Salvo por esos terribles y malos momentos de la vida en la salud, pérdidas de los seres queridos y otras cuestiones, creo que en lo demás eres afortunada. Hijos maravillosos, ex que te ayuda, novio fantástico, perritas estupendas, bonito trabajo, seguidores de tu blog que te apreciamos (yo directamente te quiero un montón) y en general un presente completo. Enhorabuena y un gran abrazo.

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  2. Respuestas
    1. Jajajajaja, no te digo yo que no. Aunque... quién decide cuál es una buena razón para llorar y cuál no?

      Respecto a lo de la suerte, yo también creo que en general me ha acompañado, pero antes de decirlo siempre hay que cruzar los dedos fuertemente porque nunca se sabe cuándo la suerte puede darmedia vuelta y cambiar las tornas.

      Yo también te aprecio un montón, Martínez. No en vano mi díscola Lolilla lleva tu apellido y prácticamente te considero su padrino.

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