martes, 16 de enero de 2018

Niños borrachuzos

Ya he contado en alguna ocasión que hay algunas coincidencias inquietantes entre mi novio y yo que difícilmente pueden atribuirse exclusivamente al puro azar. Por ejemplo, la más impactante es nuestra coincidencia en el DNI: los dos tenemos el mismo número exceptuando un par de dígitos del final que tienen el orden cambiado. Las posibilidades de que dos personas con esa coincidencia numérica se conozcan y, aún más, se enamoren, son tan escasas que considero esta circunstancia una señal inequívoca del destino.

Pues bien, hablando el otro día de nuestros recuerdos infantiles, hemos descubierto otra coincidencia, ésta tal vez menos llamativa pero que viene a corroborar nuestra condición de almas gemelas. Y esta cosa en común es que... los dos fuimos niños borrachuzos.

Me explico.

Mi novio a día de hoy es abstemio. Es extraño que yo me relacione con un abstemio porque suelo fiarme poco de las personas que no beben nada de alcohol, salvo que no lo hagan porque hayan tenido problemas de alcoholismo en el pasado, que no es el caso. Él no bebe porque no le gusta el alcohol, y esto ya per se sería motivo más que suficiente para que yo no quisiera trato ninguno con él, ya que es ampliamente conocida mi afición por las bebidas alcohólicas, concretamente por la cerveza y el vino, aunque tampoco le hago ascos a un buen gin-tonic de vez en cuando (a ser posible de color azul) o a una copita de anisete, esto fundamentalmente en época invernal. Sin embargo a pesar de este obstáculo aparentemente insalvable en nuestra relación al final pesan mucho más las coincidencias.

Como digo, los dos tuvimos una experiencia alcohólica en nuestra infancia.

Él tendría aproximadamente 6 años y ocurrió durante unas fiestas navideñas. En aquellos tiempos era costumbre dar un chupito de licor a los niños en las celebraciones y a él le dieron uno de anís dulce. Y como le gustó muchísimo el sabor ni corto ni perezoso se fue al mueble bar, donde sabía que estaba guardado el preciado líquido espirituoso, y se zampó medio litro del tirón. Obviamente perdió el conocimiento y sus padres lo encontraron en un rincón con la botella al lado completamente turulato.

Yo fui algo más precoz. Mi episodio de alcoholismo infantil sucedió cuando tenía unos 2 años. Estaba con mis padres en Cádiz de vacaciones en un hotel, y se ve que habría una fiesta o algo así. El caso es que ellos estaban distraídos charlando con otros veraneantes o bailando o lo que fuera que estuvieran haciendo, y supuestamente yo debía de estar jugando y correteando con los otros niños. Pero no era así. Lo que realmente estaba haciendo era beberme todos los culillos que quedaban en los vasos. Me encontraron debajo de una mesa también bastante perjudicada, ciega perdida, durmiendo la mona que había pillado.

En fin, supongo que no fuimos los dos únicos niños del mundo que han vivido una experiencia de ese tipo pero tampoco creo que sea demasiado frecuente.  Es una coincidencia más en nuestro pasado y como me ha parecido realmente enternecedora he querido venir a contarla aquí.

Por suerte esa carrera precoz de bebedores no trajo mayores consecuencias y hoy en día no vamos ninguno de los dos por ahí bebiéndonos hasta el agua de los floreros. Como ya he dicho antes él es abstemio y yo, aunque bebedora habitual, me doy al vicio etílico con la moderación propia de mi edad, que ya no perdona excesos.

Pero no os parece verdaderamente conmovedor que dos niños borrachuzos como nosotros con el tiempo hayan terminado enamorándose? Podría ser ese pasado común lo que sin saberlo nosotros nos unió? Estaría ya escrito por aquel entonces que un día, muchos años después, iríamos a sacarnos el DNI y nuestros números serían casi idénticos? O fuimos justo ese día los dos a hacernos el carnet porque era el día señalado por el destino para los niños borrachuzos?

Las respuestas... in the wind.


9 comentarios:

  1. Y durante la adolescencia y más allá ¿le dabas al trinki? A mí me sería muy complicado estar con alguien que no le guste beber y comer, por la sencilla razón que es uno de los motivos esenciales de mi existencia. Puede resultar una auténtica frivolidad pero así lo pienso y lo creo. Ojalá tuviera yo esa moderación de la que hablas propia de la edad. La verdad es que ya va siendo hora de madurar en mi caso al respecto, al igual que con el dichoso tabaco. Creo que me moriré fumando y bebiendo. No concibo divertirme sin esas dos sustancias. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Martínez. La verdad es que para mí el malestar de las resacas es bastante disuasorio.

      A mí también me gusta mucho el buen comer y el buen beber. El tabaco lo dejé a los 40. Siempre he pensado que fumar después de los 40 es una ordinariez. Esa tos crónica tan desagradable... qué repelús!

      Eliminar
  2. Por cierto, llevas nuevo look. Yo pensaba que eras rubia y, como suele ser habitual, no es así. En cualquier caso nadie diría la edad que tienes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hombre, me alegro de que hagas esa observación porque desde tiempos inmemoriales mantengo una discusión interminable con mis amigas; ellas dicen que soy rubia y yo sostengo que no.

      Les enseñaré tu comentario para ver si zanjamos por fin la cuestión. Todo apoyo para mi causa es poco.

      Eliminar
  3. Juassssss. Me produce mucha risa esa infantil exhibición de señales esotéricas, cuasimágicas. Esa bendición que los dioses dan a vuestro amor con mensajes alfanuméricos y otras hierbas.

    A ver si lo vuestro va a ser un amor homeopático!

    ;o))))

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A ver, el amor es así. A algunas personas nos manda constantemente señales inequívocas y a otras no les hace ni puto caso. Es lo que te toque.

      Tú por ejemplo tienes pinta de no recibir muchas señales amorosas interesantes.

      Si lo nuestro es un amor homeopático estoy en condiciones de afirmar que el amor homeopático mola mogollón.

      Te diría que lo probaras pero si los dioses no te han bendecido como a mí por mucho que te pongas lo veo difícil.

      Eliminar
    2. Jajajajaja, lo has clavado, señales cero.

      Bien es cierto que no necesito de su bendición y que las que valoro vienen sólo y exclusivamente de mi pareja.

      De hecho hace tiempo los dioses y yo hicimos un pacto: ellos no se meten en mis amoríos y yo no me meto en sus tempestades y tormentas.

      Eliminar
  4. "No confío en nadie que no beba", decía Frank Sinatra.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sabias palabras, vive Dios.

      Los abstemios son personas altamente sospechosas.

      Eliminar