Este finde he ido a ver el partido de mi hijo. Bueno, ya muchos sabéis que tengo un hijo futbolista. No un futbolista de élite, ni mucho menos, sino de modesto equipo de una localidad andaluza. Si fuera de élite y ganara muchos millones igual todo sería bastante más llevadero.
En los partidos de mi hijo lo paso entre mal y fatal. Y esto aunque ganen por goleada. Lo paso mal porque, para empezar, no me gusta el fútbol ni el ambiente que lo rodea. Hay mucha violencia física y también mucha violencia verbal. El equipo de mi hijo está en Cádiz, y es verdad que la gente tiene cierto gracejo dentro de la zafiedad, pero vamos, ver a chiquillos de 8 años soltando auténticas burradas a voz en grito a mí personalmente me escandaliza bastante, llamadme pusilánime. Y cuando digo burradas no me estoy refiriendo a palabrotas inocuas sino a verdaderas bestialidades que jamás pensé que pudieran salir de inocentes boquitas infantiles. Doy por sentado que no hacen sino imitar a los bestias de sus padres pero esto a mí no me consuela.
No obstante a veces reconozco que me río. Ayer íbamos perdiendo y me tuve que descojonar con un chiquillo que estaba a mi lado. Tendría unos diez años, y ya casi al final chilló a voz en grito:
"Vengaaaa, que zolo hay que colar uno por minuto y el cuarto en el descuento. Zí ze puedeeeeeeeeee".
Eso solo lo puede soltar con ese arte un gaditano.
Por lo pronto lo de los gritos y las zafiedades lo llevo regular. Si a eso le añades que en el fútbol se hostian a mansalva los jugadores y que raro es el partido en el que mi hijo no sale perjudicado por zancadillas, codazos, cabezazos o puñetazos de todo pelaje y condición pues os podéis hacer una vaga idea del sufrimiento. Claro que él también arrea estopa, que no es ningún santo, pero claro, sus hazañas bélicas las sufrirán las madres y padres de sus víctimas.
Y aparte de todo esto encima sufro por mi calenturienta imaginación. Porque si está jugando regular no quiero ni pensar que alguien que esté cerca de mí lo pueda poner a parir. Vamos, que empiecen a decir que vaya manta, que lo quiten, que no corre, que es mejor Fulanito o Mengano... A veces pienso que debería llevar una camiseta que ponga "Cuidao, soy la madre del 14". Mejor prevenir que curar.
No quiero ni pensar lo que deben de sufrir las madres de los árbitros. Nunca he conocido a ninguna madre de árbitro, desconozco si ven por la tele los partidos en los que arbitran sus hijos, o si van a verlos al campo, pero no creo porque plato de buen gusto no debe de ser. Al árbitro de ayer lo pusieron los aficionados a caer de un burro. Soy incapaz de reproducir en este blog las atrocidades que algunos le decían al pobre muchacho, pero yo solo podía pensar en su madre. Te puede salir un hijo muchas cosas indeseables: boxeador, alpinista, motero, domador de leones, equilibrista de los que andan por un cable a mil metros de altura, político, prófugo de la justicia como Puigdemont... en fin, se me ocurren mil formas de hacer desgraciada a una madre, pero hacerse árbitro es de las peores.
Que quede claro que estoy muy orgullosa de mi retoño y de cada pequeño logro que consigue. Pero reconozco que el mundo del fútbol no es santo de mi devoción. Y si encima pierden, como pasó ayer, ya te entra una bajona que pa qué. Aunque ya digo que dentro de lo malo no es lo peor porque cuando pienso en las madres de los árbitros me siento como el tuerto en el país de los ciegos.
Porque yo por lo menos podría ponerme en una camiseta eso de "Cuidao, soy la madre del 14", pero a ver quién tiene cojones de ir al campo con una camiseta que ponga "Cuidao, soy la madre del árbitro"??
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