miércoles, 3 de abril de 2024

Lo que no puedes dormir te lo cobras en vivir

Ya he comentado algunas veces que yo duermo muy poco. Vamos, nunca me he puesto a medirme con los aparatos estos que ahora usa la gente para medirlo todo, pero calculo que raramente duermo más de cuatro horas por noche, normalmente a trompicones. Si puedo echar una siesta por la tarde añade otras dos más al día. Y cuando ya llevo muchas noches medio en blanco igual cae alguna en la que duermo 6 horas del tirón, pero vamos, es muy raro que pase.

Sé que a mucha gente esto del sueño le agobia bastante pero a mí no solo no me ocasiona ningún problema sino que le he pillado el gusto. Distinto sería si trabajara en la construcción montada en andamios, o conduciendo camiones o autobuses, o de trapecista en un circo, o mismamente operando a gente a vida o muerte. Con esas profesiones no puede una permitirse tonterías, está claro, pero en el mundo bibliotecario no te pasa el sueño tanta factura.

Cuando trabajo de tarde y no puedo dormir la siesta es bastante frecuente que en algún momento me entre la pájara en el curro, sobre todo a partir del cuarto día y si no estoy haciendo nada que me mantenga con la atención permanente. Pero lo bueno de este trabajo, aunque mucha gente no lo crea, es que siempre hay tareas físicas que te espabilan, como colocar libros o revisar estanterías,  cosas que es imposible hacer medio dormido. Y eso me pone las pilas lo suficiente como para aguantar la tarde hasta llegar a casa y caer redonda.

En definitiva, que lo de dormir poco para mí no es realmente un problema. Lo que no me gusta es levantarme y ponerme a hacer cosas, que es algo a lo que recurre mucha gente. A mí me encanta estar en la cama despierta, calentita, sacar el pie y ponerlo en el suelo es lo que más me cuesta del mundo. Mira si podría aprovechar para escribir, por ejemplo, ya que últimamente apenas tengo tiempo entre unas cosas y otras. Pues no, yo lo de levantarme de madrugada, encender el ordenador y sentarme a escribir no lo veo. Prefiero seguir tumbada tranquilamente. Ya ni te cuento la gente que se levanta y se pone a limpiar la casa o a hacer gimnasia. Para eso hay que estar muy mal, francamente.

A mí me gusta escuchar la radio. También de vez en cuando pongo un vídeo de Youtube y lo escucho sin mirarlo o bien un podcast, pero si está mi programa nocturno favorito ya no necesito nada más. Yo por las noches escucho "Poniendo las calles", de Carlos Moreno "El Pulpo", en la Cope. Este programa fue un descubrimiento para mí porque el concepto que yo tenía antes de la radio nocturna era o bien de fútbol o bien de truculencias. La gente esta que llama en la noche para desahogarse contando desgracias de todo pelaje, o pidiendo consejo a desconocidos sobre temas íntimos. En fin, espacios nada apetecibles para mí, que en lugar de relajarte te dejan con los ojos como platos y el ánimo hecho unos zorros. A mí las truculencias me gustan en la tele, los crímenes y todo eso, soy carnaza de programas de sucesos, pero solo por el día. En la nocturnidad no quiero penas ni desgracias.

En el programa de "El Pulpo" he descubierto que hay todo un mundo nocturno compuesto por gente que trabaja o que no puede dormir, como yo. Los ponedores de calles, se llaman ellos. No te das cuenta realmente de la cantidad de vida nocturna que hay hasta que no te pones a escuchar a toda esa gente. Yo siempre he identificado la vida nocturna básicamente con la juerga, como buena noctámbula que he sido. Es ahora cuando he descubierto que hay otro mundo. Que hay camiones circulando por esas carreteras (qué miedo);  personal sanitario en los hospitales (será porque no he pisado ninguno); vigilantes de seguridad en sus garitas, y algunos sin garita, a la intemperie; policías y guardias civiles haciendo sus rondas; bomberos; ambulancias; taxistas y conductores de Uber; cuidadores; madres y padres con bebés llorones; personal de limpieza que trabaja para que cuando la gente llegue a sus oficinas todo esté como los chorros del oro; recogedores de residuos, los basureros de toda la vida;  profesores que corrigen exámenes cuando toda su familia duerme; panaderos... bueno, y muchas más profesiones. Por no hablar de los miles y miles que no trabajamos por la noche y sencillamente somos ligeritos de sueño. Es reconfortante saber que mientras tú estás ahí calentita en tu cama hay tanta gente ocupándose ahí fuera de que todo vaya bien.

Y los ponedores raramente cuentan dramones personales, sino que suelen hablar de su día a día. Y me encanta. Me lo paso muy bien escuchándolos, es para hacer un estudio sociológico de toda esa vida que transcurre mientras la mayoría de la gente duerme. El Pulpo es un tío como muy naif, que hace preguntas de niño pequeño, la clase de preguntas que hacen a la gente hablar sin sentirse incómoda. Cuál es tu horario, qué haces en tu trabajo, qué te gusta comer, cuándo duermes. Ese tipo de conversación que hace relajarse a las personas y que cuenten mogollón de anécdotas. También para quien escucha es relajante porque no hay ninguna tensión, y lo mismo te echas unas risas que te quedas dormida.  Algo que invita al duermevela, a estar y no estar. Si estás bien y si no, pues también.

El Pulpo y su compañera Bea, que tiene una risa muy contagiosa, le hacen la cobra a la política. Muy de tarde en tarde dejan caer alguna cosilla que permite adivinar de qué van (claro que también trabajan en una emisora que imprime carácter) pero evitan en lo posible temas espinosos. Se trata de no ensirocar al personal sino todo lo contrario. Y yo, que por el día soy muy aficionada a la guerrilla, en mi versión nocturna me transformo en una tranquila escuchadora de historias costumbristas, sin pretensiones pero mucho más interesantes que las cientos de porquerías con miles de giros de guion que cuestan una millonada y emiten cada día por Netflix y demás plataformas digitales.

Poco antes de las 6 de la mañana El Pulpo le hace el relevo a Carlos Herrera. Lo llaman "darle la del pulpo".  Es una especie de competición entre dos tipos que saben de música lo más grande y que en ese pequeño espacio cuentan anécdotas mil y tocan todos los géneros y todo tipo de artistas, lo mismo te cuentan historias de Lola Flores que de Lionel Ritchie, de Madonna o de Camarón. Lo saben todo de todos.  Yo algunas veces llego ahí dormida y otras despierta, depende de cómo haya ido la noche. Pero si los escucho siempre flipo con tanta sapiencia musical, y ese es para mí el pistoletazo de salida hacia el nuevo día.

Si os digo la verdad no echo nada de menos dormir. Los días raros que caigo sopa y echo 6 horas de sueño del tirón casi me da rabia no haber participado de ese mundo nocturno que tanto me gusta. A veces pienso que es una gran suerte este sueño ligero mío porque me ha dado la oportunidad de conocer a todas esas personas que antes de aparecer el insomnio me eran totalmente ajenas. Así que ahora vivo de día y también vivo de noche, con lo que si echo la cuenta vivo mucho más tiempo que la gente que duerme a pierna suelta y que pasa la mitad de su tiempo en Babia. En definitiva, que lo que no puedes dormir te lo cobras en vivir.


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