martes, 31 de mayo de 2016

La guerra climática

Cada día lo tengo más claro. En los trabajos, en las aulas, en los organismos públicos y en todas partes debería distribuirse a la gente según su temperatura corporal: los frioleros a un lado y los calurosos al otro. Es la única discriminación de la que soy partidaria. Eso de separar por sexos o por edades o por religiones o por razas es una gilipollez, pero lo de las temperaturas corporales es otra historia. Eso tendría un sentido y haría que la vida de todos, de unos y de otros, fuera mucho más agradable.

Se evitarían, por ejemplo, cantidad de discusiones que se producen en todos los centros de trabajo por el uso de la calefacción o del aire acondicionado. Esos rifirrafes, esa tensión… ése que se levanta a bajar la calefacción… ésa que en un descuido del otro se levanta y la sube… Te ríes, eh???? A que te suena de algo?? Qué pesadilla, qué sindiós!!

Ahora empieza la época en la que los frioleros nos congelamos en los centros de trabajo. En la biblioteca abrimos por la mañana las ventanas y corre bastante fresquito, pero siempre aparece el típico gordito, sí, ese que por el sobrepeso ya sabes cuando se está acercando que lo que te va a pedir es que pongas el aire acondicionado a las 8 de la mañana.

Y efectivamente, se acerca resoplando todo sudoroso y te pide que hagas el favor de encenderlo. Si eres del club friolero, como yo, te cagas en su puta madre, pero no puedes decirle que no. No sé por qué pero no puedes. Bueno, sí sé por qué. Porque si le dices que es mejor esperar un rato te dice que es que hace muuuuuucho calor y a ver cómo tú le dices que no, que la mañana está fresquita y que se está muy bien, que es él el que tiene un problema con su temperatura corporal, muy probablemente debido a ese sobrepeso que arrastra.

Te dan ganas de preguntarle qué va a hacer cuando den las 2 de la tarde si ya a las 8 está asfixiao. Te dan ganas de decirle que en verano es normal pasar un poquito de calor, que una cosa son 40 grados y otra muy distinta 18 o 20, que son perfectamente soportables para el organismo humano sin aditivos ni conservantes. Te dan ganas de decirle que por su culpa y la de muchos otros como él algunos nos pasamos todo el verano resfriados por estar en sitios superfríos y luego salir a la calle y pegarnos un bofetón de calor que te mueres. En fin, te dan ganas de soltarle un rollo tal que se le quiten las ganas de por vida de volver a acercarse a tu mostrador a pedirte que enciendas el aire. Pero no, te callas y lo enciendes, y todo eso te lo dices a ti misma mientras con todo el asquito del mundo le das al puto botón ON y agarras tu rebeca de pelito y te la pones para no pillar el enésimo resfriado del mes.

Luego al cabo de un rato aparece una de las tuyas, una chica de peso y aspecto saludable que viene pegando tiritonas y te pide por favor que apagues un rato el aire. A ésa te dan ganas de zamparle un montón de besos y de darle las gracias por haber intercedido entre tú y el gordito. Ella es tu coartada perfecta porque cuando el gordito vuelva a aparecer a pedirte que lo enciendas ya le puedes decir tranquilamente que hay personas a las que les molesta, sin faltar a la verdad, porque por lo menos hay dos, la chica y tú.

En cuanto a los compañeros de trabajo, yo afortunadamente no tengo mucho problema con mi compi porque compartimos una temperatura corporal similar. Ella es tal vez un poco más calurosa que yo, pero hasta un punto soportable. Además el aire acondicionado le da dolor de huesos así que tampoco lo  quiere tener todo el rato encendido; lo enciende y lo apaga más o menos a un ritmo parecido al mío. En ese aspecto he tenido suerte.

Pero conozco servicios en los que la tensión podría cortar el aire. Gente que se pasa el invierno asfixiá así que cuando llega el verano os podéis hacer una idea; resoplan constantemente y sudan todo el rato como pollos. Si encima son tías y están pasando por la espinosa etapa de los sofocos te puedes echar a temblar. De pesadilla porque éstas nunca tienen bastante fresquito, cuando les viene el soponcio ni en el Polo Norte.

(Breve inciso: acaba de llegar el primer niño a pedir que encienda el aire. Éste de hoy no era gordito pero se veía a la legua que tenía las hormonas to acelerás. Le he dicho que iba a esperar un ratito más porque si no la gente protesta. No me da la gana de encender el aire a 20 grados que estamos. Hasta que no me lo pida el segundo de la mañana me niego. Hala!!)

Lo malo es que los frioleros somos clara minoría. La inmensa mayoría de la gente tiene siempre muchísimo calor. Entre los del sobrepeso, las menopáusicas y los alterados testosterónicos los organismos sudorosos son legión. Y mientras ellos sudan y sudan nosotros tiritamos y tiritamos.

Mucha gente me dice que lo que tenemos que hacer es ponernos ropa adecuada. Adecuada a qué? Yo tengo que ponerme abrigo en verano? Tengo que ponerme calcetines y botas para que no se me congelen los dedos de los pies? Y por qué no hacen ellos al revés y se ponen unos pantaloncitos cortos o una faldita y unas sandalias de verano y se visten como se ha vestido en verano de toda la vida de Dios?

En fin, es un despropósito, un sinvivir. Tienes que estar todo el día con la gente a cara de perro si no quieres morir de congelación. Y de todas formas los cambios bruscos de temperatura harán que te pases todo el verano estornudando como una posesa y moqueando y gastando klínex a punta pala. Eso es sano? Eso es normal?

Mi propósito secreto (ya no tan secreto desde ahora) es remolonear lo máximo posible cuando la gente me pida que enchufe el aire, para así, poco a poco, que vaya corriendo la voz de que esta sala es un sitio donde hace calor y se convierta en el refugio perfecto de los frioleros como yo que estamos totalmente marginados en esta sociedad. Y los calurosos que se vayan a otros sitios buscando su temperatura ideal de 10 grados. Fuera tos, chusma!!

LO DIRÉ ALTO Y CLARO:

QUIERO UNA BIBLIOTECA SOLO PARA FRIOLEROOOOOOOOS!!!!

2 comentarios:

  1. Sí que es una guerra. Y como en todas las guerras hay víctimas inocentes. Pero yo creo que hay que ser condescendientes sólo hasta cierto punto, sea el punto de congelación para algunos o el de sudoración para otros. En el caso de las bibliotecas y sobretodo las construidas en los 90, los/as aquitectos/as se dejaron caer con eso tan manido de "mucha luz natural" (que en Andalucía se podían haber metido en el culo, porque luego siempre hay iluminación artificial y martirio solar en verano). En vez de bibliotecas tenemos hornos solares. En la época de Zapatero se aprobó una norma que dice que en verano, en todos los edificios públicos, el aire acondicionado no debe estar por debajo de 26 grados. Con eso, está cualquiera cargado/a de razón legal para exigir que el termostato del aire no esté nunca por debajo de 25 grados. Esa es la temperatura con la que soñamos tanto en invierno como en verano para salir a gusto a la calle.
    Otro condicionante (además de las chichas de cada cual) es el tipo de trabajo que se realiza: no es lo mismo estar sentado/a al lado de la puerta de entrada y salida (que conlleva una corriente perpetua de aire) sin actividad física alguna, que estar moviéndose constantemente de un lado para otro cargando algún peso.
    Esto me recuerda tu volubilidad respecto a que si lo que más te gusta es el verano o el invierno, que ya contabas en otra entrada genial.

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    1. Bueno, a mí la luz natural me parece una idea genial para ahorrar energía. Y no tiene por qué suponer más calor si además de luz natural (que el invierno es muuuuy largo y viene muy bien) se añaden unas buenas persianas o toldos o mecanismo similar que aíslen del sol cuando pega.

      Tengamos en cuenta además que vivimos en un país en el que los meses de julio y agosto (sobre todo el último) prácticamente todo se paraliza. Nunca terminaré de entender por qué, porque creo que no pasa en ninguna otra parte del mundo.

      Es verdad que son meses en los que hace mucha calor pero en África hace más calor y la gente sigue haciendo lo que tiene que hacer.

      Conste que yo disfruto como una mona cuando en agosto todo el mundo se las pira y la ciudad se queda para los cuatro gatos que gozamos de esa soledad a 40 grados y nos horrorizamos de ver por la tele esas playas empetadas donde es imposible moverse sin pisotear al vecino o esos desplazamientos masivos en estaciones y aeropuertos que incomprensiblemente tanto apasionan a nuestros compatriotas.

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