Hace poco conté aquí la anécdota del flamenquín que había caído accidentalmente en los calzoncillos del marido de mi vecina, la Zozozo, y no sé si recordaréis que al final comentaba que no acababan ahí mis desventuras con esta desgraciada señora, víctima inocente de mis desmanes de juventud.
Pues bien, continúo con el siguiente episodio. Advierto de que el post es un poco guarro, vale?
Bueno, pues unos años después de lo del flamenquín, siendo ya mocita, llegué una noche a mi casa en esas condiciones lamentables en las que en la juventud se llega de vez en cuando a casa, ya sabéis. Lo que vulgarmente se suele decir “a cuatro patas” o “mu perjudicá”.
Como mi dormitorio estaba en el pasillo primero de la casa y para pasar al baño a potar la pedazo papa que llevaba tenía que cruzar el salón y allí estaban mis padres viendo la tele, lo descarté de momento y me limité a asomar la cabecilla por la puerta y decir lo más dignamente que pude: “Ya estoy aquí. Me voy a la cama”.
Y dicho y hecho, a la cama me fui derechita, y entonces, justo al poner la cabeza sobre la almohada, pasó lo que tenía que pasar. La susodicha cabeza empezó a darme vueltas enloquecidamente, era un tiovivo demencial. Claro, yo hice lo que te recomienda todo el mundo para estos casos, poner un pie en el suelo y agarrar con la mano contraria el cabecero, pero vamos, que a mí este sistema tan popular nunca me ha funcionado, y aquel día no fue una excepción.
De repente lo sentí; sentí cómo algo me impelía a elevarme y la pota se acercaba inexorablemente. Como levantarme e ir al baño estaba descartado, aparte de que no hubiese llegado seguro, sólo quedaban dos opciones: dentro o fuera. O sea, en la cama o en el suelo de la habitación, con el consiguiente desaguisado y las explicaciones que me habría visto obligada a dar, o lo que finalmente hice, que fue sacar medio cuerpo por la ventana y vomitar a la calle.
Ya os conté en el post del flamenquín que las ventanas de la casa daban a un jardín de infancia y que justo debajo había unos setos cantidad de discretitos donde tirábamos mis hermanos y yo la comida que no queríamos. Y esa fue mi intención al sacar el cuerpo por la ventana, que estaba justo encima de mi cama, que la pota cayera dentro del seto para seguir dando alimento a los bichitos que se refugiaran en los matorrales, aunque fuera alimento involuntariamente regurgitado.
Bueno, como podéis comprobar, yo era todo un regalito como hija y como vecina. Una joya, vamos.
En fin, una vez arrojado el excedente alcohólico creo que debí desmayarme o algo así porque ya solo me acuerdo de lo que pasó al día siguiente. Me levanté muy tarde al oír el sonido del timbre y salí a abrir la puerta; era un amigo que venía a casa a estudiar. Nos metimos en mi habitación y me dijo tal que así:
- Menudo revuelo hay en la escalera. Por lo visto anoche alguien vomitó por la ventana y le ha caído en el alféizar a una vecina.
Yo, claro, me puse blanca, amarilla, verde y de todos los colores. Mi amigo de repente me miró muy fijamente:
- Nooooooooooooo!
- Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií.
- Hosssssstiaaaaaaaa!
- A ver, tío. Me puse malísima y no me dio tiempo a otra cosa.
Le pregunté en qué planta había sido y me horroricé toda al descubrir que otra vez había sido en casa de la Zozozo. Eso significaba que mi pota se había saltado olímpicamente la ventana de la vecina de abajo y se había dirigido directamente a la ventana de la Zozozo, que cual poderoso imán parecía atraer irresistiblemente cualquier cosa que fuera arrojada por mí desde mi casa.
Al cabo del rato llegó mi madre de la compra y tal cual entró en la casa, se dirigió a mi dormitorio, me agarró del moño y me largó una bronca que pa qué. La Zozozo la había interceptado en la escalera y la había bombardeado a preguntas. Ella había mentido por mí y le había dicho que yo esa noche no había salido de casa y que había estado viendo la tele con ellos, cosa que la Zozozo debía de saber perfectamente que era mentira puesto que se pasaba la vida espiando por el ojo de la mirilla y estaba totalmente al tanto de las salidas y entradas de todos los vecinos. Bueno, mi madre me largó un broncazo que pa qué, clamó a los cielos lamentándose de haber parido un bicho como yo y debió de castigarme o algo, aunque yo de eso no me acuerdo, tal era mi bochorno en aquellos momentos.
Ni que decir tiene que la Zozozo no la creyó. Ya había dado por sentado que la autora de los hechos era yo, como lo había dado años atrás con el asunto del flamenquín.
Esta vez ni se molestó en preguntarme directamente; se limitó a dejar de hablarme por una temporada, todo el tiempo que le fue posible, hasta un día en el que su curiosidad y su propensión al chisme fueron superiores a ella y me paró en el portal para preguntarme si ese muchacho que me traía a casa por las noches en la moto era mi novio.
Bueno, tal como hice en mi otro post, quiero aprovechar la ocasión para confesarme y disculparme por el incidente:
Zozozo, si alguna vez lees esto… que sí, que fui yo también la de la pota. Te prometo que intenté que cayera en el seto, que puse todo mi empeño en sacar el cuerpo por la ventana, pero a ver, las leyes de la física son como los designios del Señor, inescrutables, y se ve que llevan las cosas para donde les da la gana. Por favor, Zozozo, aunque sea con 30 años de retraso, perdóname.
Me meo de la risa... A mí me pasó algo parecido, pero en vez de llegar a la ventana llegué a un calcetín gordo de lana que, a su vez, escondí en un macuto (¿quedan macutos?). Al día siguiente me fui al instituto y al volver a casa mi madre me dijo: "Hay un pestazo a cerveza en tu cuarto que no se puede aguantar ni con las ventanas abiertas". Entonces recordé las peripecias de la noche anterior, incluyendo lo del pie en el suelo y la mano en el cabecero. Cuando todos se fueron a dormir, con gran sigilo, tiré el macuto al contenedor.
ResponderEliminarLa verdad, Ardaler, es que eres un guarro de campeonato. Me ganas por goleada.
EliminarQué assssscoooo, en un calcetínnnnnn!
Si yo fuera tu madre te habría inflado a hostias.
Eso además es alevosía. Porque lo mío fue espontáneo, natural. Pero lo del calcetín solo puede ser fruto de una mente retorcida y perversa.