viernes, 6 de noviembre de 2015

El ocho

No sé si alguien por aquí tendrá algún tipo de relación supersticiosa con los números; si la tiene estoy segura de que comprenderá perfectamente este post. Quien nunca haya experimentado una paranoia numérica puede que se quede a cuadros con lo que voy a contar. En fin, yo me voy a limitar a relatar los hechos y ya que cada cual decida si estoy como una chota o tengo razones para sentir cierta aprensión hacia el número 8.

El 8 forma parte de mi vida desde hace mucho tiempo. Tengo  acontecimientos importantes que celebrar o lamentar ocurridos durante los años 80 todos los días terminados en 8 del mes 8º, que es agosto.

- Empecé a salir con mi marido el 28-8-82, una fecha preciosa, capicúa además, que figura en nuestras alianzas y que celebro y celebraré cada año mientras viva porque esa relación ha durado más de 30 años, y continúa aunque ahora de otra manera, y entre otras muchas cosas, me ha dado lo que más quiero en el mundo, que son mis hijos. Fijaos si ese aniversario es una fecha importante para mí. Además como nunca nos hemos casado siempre hemos celebrado nuestra unión ese día.

- Mi hermano murió el 18-8-87. La peor muerte de mi vida, la primera, la más dolorosa, la más dura, la más terrible, la más incomprensible, la más traumática. Ya he hablado de ella alguna vez en este blog y no es plan de volver a hacerlo ahora.

- Dos años después, el 8-8-89 (Uysssss, por poco hice un completo) vino mi hija al mundo a aliviarnos en parte de la tremenda pena que la muerte de mi hermano había dejado en la familia.

Como veis cada día terminado en 8 del mes 8 tiene una importancia clave. Mi primer amor, mi primera muerte, mi primer hijo. Dos de ellas son cosas positivas, la otra es el acontecimiento más trágico de mi vida. No sé si todos pero algunos podréis entender ese "respeto" que yo le tenía al número. Por un lado es mi número de la suerte y me encanta para los juegos de azar, pero por otro le tengo ese temor del que hablaba al principio. No me gusta agosto, no me gusta moverme de mi casa ni que se mueva nadie que yo quiera. Ya, lo llevo claro, es fecha de desplazamientos masivos y no está en mi mano evitarlos, pero sí es verdad que todos en casa procuran no viajar el 8, el 18 o el 28 si pueden elegir otro día, porque saben que me produce verdadero pánico.

En fin, hasta aquí habrá quien lo entienda y habrá quien no y piense que es simplemente un cúmulo de casualidades que yo he convertido en objeto de superstición. Pero ahora viene lo más fuerte.

Un día me puse a pensar en las muertes de los miembros de mi familia. Como no sabía cuántos años había sobrevivido mi padre a mi madre me puse a contar y resultó que eran... claro, 8. Pero ya mi estupor se convirtió en puro terror cuando descubrí que también mi madre había sobrevivido a mi hermano... 8 años. Aciago día aquél en el que me puse a echar cuentas. Mi hermano murió en 1987, mi madre lo siguió en 1995 y mi padre se fue en 2003. De 8 en 8 años había ido perdiendo a todos los miembros de mi familia. No os da un poco de yuyu?

No os podéis hacer una idea de la consternación que sentí, del estado de pánico que me invadió. No sé si son casualidades o hay algo más pero el mero hecho de percatarme de esa circunstancia me hizo sentir un terror infinito. Porque claro, eso tenía sus implicaciones. Este descubrimiento lo hice aproximadamente a mediados de la primera década del siglo, pero si esa sucesión de fechas tenía un significado quería decir que la próxima muerte sería... en 2011. Ya solo quedábamos mi hermana y yo, podía tocarle a cualquiera de las dos. O aún peor, el maleficio podía haberse extendido y afectar a los nuevos miembros de la familia, a nuestros hijos.

En fin, para abreviar, pasé todos esos años esperando llena de temor que llegara la fecha fatídica. El fin de año de 2010 asumí que tenía por delante un annus horribilis en el que no dormiría tranquila un solo día. Lo único que podía hacer era cerrar los ojos, esperar el golpe y rezar para que el maleficio, si lo hubiere, no se cumpliera, que hubiera caducado (no sé si las maldiciones tienen fecha de caducidad, pero yo a eso me agarré) o prescrito o que la persona que lo había provocado se lo hubiese llevado con ella.

Ese año nuestra visita anual al ginécologo (siempre vamos las dos juntas, por aquello de amortiguar el golpe, si llega) fue especialmente dura, estaba convencida de que habría malas noticias seguro. No las hubo. El mes de agosto pensé: "Ya está, aquí va a ser, en el mes 8, todo cuadra". Y me encogí como un perrillo maltratado esperando el golpe y recé y recé al Dios en el que no creo, a mi madre, a mi hermano, a mi padre, para que no permitieran que pasara nada más. Y así estuve ya todo el tiempo hasta el último día del 2011, hasta la última uva, hasta la última campanada, hasta que entró el 2012 y yo lo recibí con la alegría más grande con la que nadie jamás ha recibido un nuevo año.

Que por qué cuento esto ahora? Pues porque me ha dado por ahí, porque estos días he vuelto a pensar en ello y sobre todo porque el año que entra, el 2016, va a ser otro año difícil para mí. No, este nuevo maleficio no tiene nada que ver con el 8 pero sí con otra cifra que me aterroriza igualmente. Naturalmente ahora no puedo hablar de ello, de los maleficios no se habla hasta que no han pasado. Me tiraré todo el año rezando como ya recé en el 2011, si para agosto no ha pasado nada ese mes me volveré a encoger, me minimizaré para pasar lo más desapercibida posible para el destino y que no se acuerde de mí y esperaré pacientemente a que llegue el 2017 sin que haya sucedido nada que tenga que lamentar, y si es así, celebraré la entrada de ese nuevo año con la misma alegría y el mismo alivio que sentí cuando llegó el 2012.

Y de esta historia hasta aquí puedo contar. Supongo que muchos pensaréis que estoy completamente pirada, pero seguro que alguno se habrá planteado que tal vez no tiene muy claro cómo hubiera reaccionado ante la misma sucesión de hechos, casuales o no, que yo viví.

Ojalá en 2017 pueda hablaros a toro pasado de ese otro maleficio que ahora me acojona con el mismo relax con el que ahora he contado mi historia de amor-odio con el 8. Cruzo los dedos.


3 comentarios:

  1. Lo del ocho debe ser por la rima. jajaja.
    Eso es una especie de neurosis obsesiva, como lo de los tics esos de repetir determinadas acciones (lavarse las manos, comprobar la cerradura, ...) como le ocurría al protagonista masculino de "Mejor imposible".
    A mí me pasó durante una época con el 9: ¿recuerdas como se hacía la prueba del nueve a las multiplicaciones y divisiones para comprobar que estaban bien? Pues algo así. Todos los números que veía al hacerles la prueba del nueve daban cero, es decir, eran múltiplos de 9. Desde matrículas de coches hasta números de lotería, pasando por cualquier cosa que te puedas imaginar.
    Eso debe ser que se nos funde algún fusible en la cabeza.

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    1. Vamos, que estoy como una puta cabra.

      Eso me pasa por pedir sinceridad. ;)

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