Recordaréis que habíamos dejado a la malvada bruja volviendo a pedir a su mayordoma el escobófono, toda enloquecida de rabia, ira e indignación.
Esta tónica de comportamiento continuó así durante un tiempo. Todos los días agarraba el escobófono y le soltaba una brujichapa a la jefa de brujas que la tenía fritita a la pobre mujer, que ya no sabía qué decir ni qué hacer ni cómo calmarla. No era tan fácil despedir a la empleada díscola porque ésta tenía una plaza fija en Brujilandia y era complicado tener que mover otras fichas para resituarla a ella sólo por el capricho de esta bruja caprichosa, desquiciada y piradísima.
Entre tanto la empleada se había dado cuenta de que lo mejor para ella era invisibilizarse ante los ojos de la arpía. Y como era una chica bastante espabilada estuvo investigando con varios ingredientes de última generación y consiguió descubrir una pócima mágica que la volvía completamente transparente. De este modo acudía cada día a su puesto de trabajo y en la puerta, antes de entrar, se tomaba unas gotas del bebedizo y automáticamente desaparecía a la vista de la pérfida.
Sin embargo, lejos de calmar esto a la bruja, lo que hizo fue desquiciarla todavía más. Porque ella sabía que la empleada estaba allí. La olía, la sentía, veía sus materiales de trabajo moverse y sabía que estaba presente, pero el hecho de no poder verla, de no saber dónde estaba en cada momento, de ignorar qué hacía o dejaba de hacer, de que su ama de llaves espía no pudiera informarla de los movimientos de la rebelde, la traían a maltraer. Cada día se ponía más loquísima. Destrozó varias escobas estrellándolas contra la pared, la verruga se le reventó otras tantas veces, tuvo que rellenarla con ácido hialurónico para evitar que desapareciera, puesto que era su signo de identidad como bruja. Una bruja sin verruga es una bruja sin dignidad.
La fama de su chifladura fue extendiéndose por Brujilandia. Sus gritos escobofónicos a la jefa se oían en varios kilómetros a la redonda. Todas sus compañeras sabían de su locura y miraban horrorizadas su deterioro como profesional. Al mismo tiempo, crecía la fama del ingenio de la empleada, y su invento de la pócima de la invisibilidad. Todas las brujas querían tener acceso a ese líquido evidentemente lleno de posibilidades. Y ocurrió el milagro. Algunas de ellas escobofonearon a la jefa pidiéndoles la incorporación de la empleada a su equipo. Por fin veía una salida al final del tunel!
La jefa de brujas llamó a la trabajadora y le lanzó una oferta que difícilmente podía rechazar. Una subida de categoría profesional en el sitio más deseado por todas las empleadas del gremio: en la escuela de brujaaaaas! Era un sitio maravilloso en el que se conservaban miles y miles y miles de recetas de pócimas desde el principio de los tiempos. Allí era donde acudían las brujas a formarse, a perfeccionar sus artes, a debatir sesudamente sobre todos los aspectos de la brujería. Se organizaban congresos, simposios, jornadas. Las mayores expertas del mundo acudían a la escuela a dar conferencias, era un lugar de sabiduría, de recogimiento, de estudio, el sitio favorito de cualquier aspirante a bruja o a asistente personal de bruja. Y era allí donde requerían los servicios profesionales de la empleada!!!!!
Cuando la perversa criatura supo que le habían ofrecido ese puesto a su aborrecida empleada sintió primeramente alivio por haber conseguido su objetivo, pero inmediatamente surgió un sentimiento de rabia por el hecho de que alguien en el mundo, y sobre todo en la escuela de brujas nada más y nada menos, quisiera los servicios de aquella malnacida. Pero se consoló de momento pensando en las nuevas empleadas que le mandarían a las que podría mangonear a su gusto, tratarlas a latigazo limpio y mandarlas a las mazmorras, que era donde a ella le gustaba tener a su personal encerrado.
Pero a estas alturas la fama de la bruja malísima era ya conocida a nivel mundial y varias líderes de pensamiento en Brujilandia habían puesto pie en pared. Es verdad que no podían deshacerse de aquella bruja que daba tan nefasta imagen del colectivo, puesto que por su antigüedad era prácticamente intocable, pero sí podían intentar controlar los efectos perversos de sus desmanes, de su crueldad y de su tiranía.
Para empezar, la mazmorra en la que encerraba a las desgraciadas trabajadoras, por orden brujijudicial fue clausurada, tapiada y las llaves arrojadas a un pozo de profundidad insondable. Ya nunca nadie más tendría que quemarse las pestañas en aquel lugar indigno en el que jamás entraba la luz del dia. Y lo mejor de todo, las nuevas empleadas fueron seleccionadas cuidadosamente entre miembros de la resistencia brujeril, un grupo de rebeldes curtidas en mil batallas que de ninguna de las maneras se dejarían putear por tan maléfica criatura. Eran guerreras y acudieron con las armas levantadas desde el primer día, dispuestas a luchar a muerte por sus derechos. La empleada rebelde había servido de inspiración para muchas otras que, hartas de aguantar carretas y carretones de brujas enloquecidas, déspotas y mamarrachas, no estaban dispuestas a dejarse avasallar ni un milímetro. Desde el primer momento se presentaron ante la bruja poniendo los puntos sobre las íes y dejándole clarinete que trabajarían siempre en la sala amplia, luminosa y cálida y que tendría que poner a su disposición todos los materiales necesarios para realizar sus tareas, respetando escrupulosamente sus turnos laborales.
La bruja se acojonó toda cuando vio a aquellas aguerridas muchachas que no tenían nada que ver con las anteriores empleadas sumisas que siempre había tenido. Cuando fue a agarrar el escobófono para protestar ante la jefa por haberle mandado unas sustitutas casi peores que la rebelde, se plantaron ante ella, la miraron con ojos asesinos y le espetaron friamente:
- A quién vas a llamar?
Al ver aquellas miradas dispuestas a todo, se cagó viva. Pero que se cagó literalmente. O sea, un liquidillo marrón se deslizó por sus pantalones blancos, su color favorito hasta aquel aciago día. Y lo que en principio fue un fino hilillo en cuestión de segundos se convirtió en una cagada monumental. Toooooodo el pantalón se volvió marrón. La descomposición que le entró fue tal que echó ahí hasta pedazos del intestino. El bochorno que le entró es indescriptible. La verruga le estalló en ese momento de puritita vergüenza, uniendo su purulencia al líquido elemento fecal. La servil mayordoma intentó tapar aquello como buenamente pudo pero era imposible, por no hablar de la insoportable fetidez que lo acompañaba. Bendito karma! Toda la mierda que había arrojado siempre sobre sus trabajadoras se volvió contra ella.
Naturalmente las nuevas empleadas estallaron en sonoras carcajadas, lo cual aumentó la sensación de oprobio. Jamás había pasado una vergüenza semejante en la vida. Como buenamente pudo la mayordoma la sacó de allí y la llevó al baño para meterla bajo la ducha, pero la noticia ya había trascendido por toda la ciudad primero, luego por todo el país y finalmente por todos y cada uno de los rincones del planeta.
Nadie volvió a verla nunca, desapareció de la faz del planeta. Lo sucedido pasó a los anales de la historia de Brujilandia como una de las anécdotas más divertidas jamás contadas. Una vez alguien comentó que la había visto en Transilvania, escondida dentro de un ataud, haciéndose pasar por vampira, pero nunca ha podido ser confirmado el rumor.
Desde entonces transcurrió una época dorada de esplendor en aquella casa que había pertenecido a la bruja malvada y que fue concedida a otra hechicera famosa por su amabilidad, sabiduría y equidad. La concordia reinó para siempre en aquel lugar y ninguna bruja se atrevió nunca más a tratar a sus empleadas con crueldad, tiranía o desprecio.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.