martes, 19 de octubre de 2021

Si algún parecido ves... pura coincidencia es (Continuación)

Como recordaréis, en el capítulo anterior habíamos dejado a la bruja malvada toda enloquecida chillándole por el escobófono a la jefa de brujas y exigiéndole la inmediata expulsión de la empleada que se le había rebelado.

La cuestión es que milagrosamente se tranquilizó de momento y durante unos días pareció más apaciguada. Aunque todos a su alrededor temían que volviera a sufrir un nuevo brote brujipsicótico y observaban con pavor la verruga, por si se le volvía a hinchar en cualquier momento, los días se iban sucediendo sin incidentes, al menos en apariencia.

Mientras tanto la vida continuaba, pero una semilla había germinado entre las empleadas y estaba a punto de dar sus frutos. Veréis, en las casas de todas las brujas había amplias salas donde las subalternas trabajaban creando las pócimas, organizándolas según su utilidad y estudiando nuevas combinaciones mágicas. Para ello necesitaban espacios con buena visibilidad y adecuados a estas tareas. En Brujilandia eran muy estrictos con estas normas porque vivían de esas pócimas secretas y no podían descuidarlas.

Pues bien, la bruja malvada prefería tener a sus empleadas en una mazmorra, una especie de zulo que tenía en el sótano de su mansión. Un lugar pequeño, oscuro y frío donde jamás entraba un rayo de sol. A ella no le gustaba ver a las empleadas cerca de sus aposentos, que por supuesto eran amplios, luminosos y cálidos. Sólo de pensar que sus criadas pudieran disfrutar de una pizca de ambiente saludable se descomponía. La verruga le estallaba cada vez que imaginaba esta posibilidad. Su mayor disfrute consistía en bajar varias veces al día a comprobar que las empleadas trabajaban sin levantar cabeza en aquella mazmorra, completamente pálidas por la falta de luz natural y quemándose las pestañas intentando leer las indicaciones de los ingredientes para los bebedizos. Las pobres usaban lupas de aumento para poder ver algo entre tanta oscuridad. Y en invierno se morían de frío con las corrientes de aire que convertían aquel inhóspito cuartucho en un verdadero vendaval.

Varias veces la jefa de brujas la había conminado a habilitar un espacio digno para las muchachas. Le comparaba las condiciones de trabajo de empleadas de otras brujas y le decía que como viniera una inspección de brujas le iban a meter un buen paquete por tenerlas en ese lugar abyecto. Pero a ella le daba igual. Aunque en la planta superior disponía de un espacio óptimo para el trabajo brujeril, porque la habían obligado los jefes supremos a instalarlo, a ella no le gustaba que sus empleadas estuvieran tan cerca. Podían infectarla de algún virus o algo. Y además era desagradable la visión constante de personas de clase inferior. Lo más que soportaba a duras penas era la presencia de su servil mayordoma, que apenas la molestaba porque no levantaba la cabeza de las pócimas. Y además porque le pasaba el escobófono cuando sonaba y le filtraba las llamadas.

Un buen día la empleada díscola subió por error a la sala iluminada a todas horas por la luz del sol, sintió sus rayos calentándole la espalda y comprobó la espectacular visibilidad de aquella sala hermosa, diáfana y acogedora. No necesitaba ni siquiera gafas para leer perfectamente los ingredientes de los tarros, ni los efectos secundarios, ni la letra más pequeña que indicaba las posibles contraindicaciones. Pensó que era un lugar precioso y que la malvada bruja no tenía ningún derecho a mantenerlas a ella y a sus compañeras encerradas en aquella covacha con la vista cada vez más deteriorada y sin saber si era día o noche, invierno o verano, si llovía o si lucía el sol. Y en un acceso de rebeldía tomó una firme decisión: 

- A la Gran Bruja pongo por testigo de que nunca volveré a ese lugar inmundo!

Y dicho y hecho, bajó al siniestro habitáculo, cogió sus trastos y subió decidida a la amplia sala. Sus compañeras le preguntaron dónde iba y ella les contó lo que había decidido. Unas a otras se miraron y dijeron:

- Pues si tú te subes nosotras también.

Fue una rebelión en toda regla. Una declaración de intenciones clara. Sabían que cuando la bruja se percatara de aquella revuelta la verruga se le volvería a hinchar y entraría en erupción. Pero no estaban dispuestas a rendirse, aunque tuvieran que perder la vida en el intento.

Cuando la bruja se levantó de una prolongada siesta y bajó al zulo ya se habían ido todas las empleadas, pero observó algo raro. Sus utensilios de trabajo no estaban a la vista, aquello parecía una vieja nave abandonada, no había signos de vida humana. Todo aquello le pareció muy extraño.

Al regresar a sus aposentos pasó por la puerta de la gran sala donde se guardaban las pociones y... horroooooooor! Vio desperdigados por aquí y por allá todos los materiales de trabajo que usaban sus sirvientas.

En principio no reaccionó. Fue tal el shock que no podía creer lo que sus ojos veían. No entendía cómo podían haber llegado aquellas cosas allí sin su previo consentimiento. Eso no cabía en su maléfica  cabeza. La desobediencia de sus subalternas no entraba en sus previsiones.

Casualmente se cruzó en ese momento con una de sus empleadas más antiguas, que llegaba en el turno de tarde.

- Qué ha pasado aquí?

La valerosa empleada, que estaba bastante curtida en refriegas brujeriles con la vieja arpía, contestó serenamente:

- Pues que hemos decidido subirnos a esta sala.

Máxima tensión, el aire podía cortarse. La reacción de la pérfida era imprevisible.

- Habéis decidido... quiénes?

- Nosotras.

- Nosotras quiénes?

- Pues primero ha dicho X (léase aquí el nombre de la rebelde) que ella no se bajaba y luego la hemos secundado las demás.

- Ajá! Mmmmmmmm! Bien bien bien! Y desde cuándo X organiza las cosas en Brujilandia, y concretamente en mi casa?

- No sé, ha dicho que aquí hay mucha mejor visibilidad y que teniendo un lugar óptimo para trabajar no tenía sentido estar abajo en la mazmorra.

- Conque... eso ha dicho. Ya!

Increíblemente la verruga de la malvada pécora, aunque temblaba de indignación, no terminaba de estallar como en otras ocasiones. La impresión no la dejaba reaccionar. Apretaba fuertemente la escoba con el puño pero no dejaba de sonreír, aparentemente tranquila. La empleada, aterrorizada, esperaba la explosión de un momento a otro, pero sin dar crédito a sus ojos lo que vio fue a la bruja dar media vuelta sin decir una palabra más, tiesa como un palo, y retirarse a sus aposentos.

Un minuto después se oyó al otro lado de la puerta un terrible grito, un aullido desgarrador, un sonido terrorífico que la antigua sirvienta jamás podría olvidar.

-Aaaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrrggggggggggg! Pásame el escobófonooooooooooo!!!!!

(Continuará)


2 comentarios:

  1. Bueno si al final te tienes que ir de ahí, aunque dijiste que te gustaba, siempre puedes parar en un sitio mejor.

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    1. Puede que sí, pero lo dudo. Es el sitio ideal para mí. Sólo tiene un pequeño fallo. En fin... brujas! Quién las entiende?

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