martes, 13 de marzo de 2018

Rafi y Pepe

Me cuenta mi prima Mari Carmen que este año es el 50 aniversario de sus padres y que le gustaría que escribiera algo para ellos. Le contesto que por supuesto, no me cuesta nada hacerlo porque tengo mucho cariño hacia mis tíos y además hay muchas cosas que me gustaría decirles, y qué mejor ocasión que ésta.

Mis tíos Rafi y Pepe son lo que podríamos definir como "la pareja perfecta". Creo que desde que nacieron estaban hechos el uno para el otro. Estoy segura de que habrán tenido que discutir muchas veces durante su vida conyugal pero cualesquiera que sean las cosas por las que hayan disentido nunca han minado un ápice la fortaleza de su relación. Mi madre siempre los miraba con cierta envidia, sana envidia porque los quería mucho a los dos, pero siempre decía que le hubiera encantado tener un marido como mi tío, tan alegre, con tan buen humor, tan atento, tan pendiente siempre de su mujer, en definitiva,  tan enamorado. Todo lo contrario que mi padre, que era un marido bastante frío y reservado, poco dado a caricias y gestos amorosos.

Y no es que mi madre no conociera a otras parejas enamoradas pero mis tíos tenían una particularidad: les ha tocado una vida sumamente difícil, plagada de obstáculos que les han llevado a pasar por situaciones muy duras, de ésas que ponen a prueba a las parejas, que o las destroza o las une para siempre. En su caso ahí están, 50 años de amor y de cuidado mutuo, los hechos hablan por sí mismos.

Pero se me ocurre que el mejor homenaje que puedo hacerles es relatar su historia.

Hasta un determinado momento de sus vidas, ellos fueron un matrimonio más o menos normal de la época. Una familia modesta, ella ama de casa, él camionero, dos hijos, niño y niña, y mis abuelos, los padres de ella, que también vivían con ellos. Luego el abuelo murió y quedó la abuela. También mi tío tuvo un accidente con el camión y eso supuso un fuerte revés porque se quedó sin trabajo, pero no tardó mucho en incorporarse como conductor de autobús a una empresa de la ciudad. Era un trabajo duro, casi más que el camión, porque él se encargaba de llevar y traer a los trabajadores a la fábrica en sus distintos turnos, lo que le obligaba a soportar unos horarios infernales que le impedían disfrutar de una vida medianamente normal. Empezaba muy temprano, de madrugada, llevando al turno de mañana, y así se pasaba todo el día yendo y viniendo del autobús a su casa, casi sin días de descanso, pringado de la mañana a la noche. Eso sí que era trabajar como una mula, pero qué remedio! Era el único sueldo que entraba en su casa y tenía una familia que mantener. Mi madre siempre decía que si le tocaba la lotería (la pobre vivía con esa ilusión) lo primero que haría sería comprarle un taxi y una licencia a mi tío para liberarlo de esa esclavitud y que pudiera descansar.

Pero bueno, vivían más o menos felices y en armonía. Tenían unos hijos buenos que no les daban grandes problemas, la abuela estaba bastante bien de salud y no les faltaba para vivir. No han sido nunca personas con grandes necesidades así que vivían bien con lo que tenían, de vez en cuando en algún día libre de mi tío cogíamos todos y nos íbamos a la playa, ida y vuelta en el mismo día, como se viajaba en aquellos tiempos. Recuerdo que antes de que mi padre tuviera coche íbamos todos juntos en el 600 de mi tío. Los padres delante y las madres detrás con los 5 niños. Cuando volvíamos por la noche todo quemados no sabíamos cómo ponernos, nos pasábamos el viaje doloridos y chillando porque alguien nos había rozado. Pero lo pasábamos muy bien.

Las cosas empezaron a torcerse cuando mi tía enfermó y le diagnosticaron un tumor cerebral. Fue un palo para ella y para toda la familia. Comenzaron las operaciones, las idas y venidas al hospital, los tratamientos. Fue una enfermedad larga y azarosa, de la que mi tía salió con vida pero con importantes secuelas tanto físicas como emocionales. Mis primos tuvieron que hacerse cargo de cuidar a su madre y también a la abuela, que por aquel tiempo empezó a reclamar su cachito de atención. Mi tío, el pobre, no daba abasto pero era conmovedor ver la ternura con la que mimaba a su mujer, el cariño con el que la miraba, con ese miedo de saber que la podía haber perdido y ese alivio de que, después de todo, había logrado salir de aquello.

Cuando empezaban a levantar cabeza y ya se habían adaptado a la situación fue cuando les cayó el golpe definitivo: la muerte de mi primo. Murió a los 19 años, como mi hermano unos años antes. Ésta era la época en la que mi madre más envidió a mi tía porque las dos habían pasado por la misma triste experiencia pero mi tía tenía un arma de potencia infinita: su marido. Siempre había admirado el cuidado y la dedicación de él durante la enfermedad de ella, pero ahora lo que más la admiraba era el modo en que él, con todo su dolor a cuestas, intentó sobreponerse para consolarla a ella, para no dejarla caer, cómo se volcó en darle ánimos, en sacarla del estado de postración en que quedó. Nunca jamás en la vida he visto a un hombre más entregado ni más enamorado. Podía haberse metido en sí, podía haberse regodeado en su propia pena; tenía derecho, mi padre lo hizo cuando perdió a su hijo, es lo más normal del mundo, pero no, mi tío no hizo nada de eso. Todas sus fuerzas las puso al servicio de salvar a su mujer de caer al precipicio, y eso lo convierte a mis ojos en un verdadero héroe, una de las personas más valientes y más poderosas que he conocido nunca.

Con el tiempo la abuela murió, mi prima se casó y se fue a vivir a Huelva y entonces mi tío tomó la decisión mejor de su vida. No le compensaba seguir trabajando de sol a sol y además a mi tía no podía dejarla sola como estaba. No es que no pudiera moverse ni nada de eso pero necesitaba ayuda para muchas cosas. Por eso él decidió irse al paro hasta la edad de jubilarse, que le quedaban pocos años, y vender su casa para comprarse un apartamento en la costa, cerca de su hija. Dicho y hecho. Hace ya muchos años que viven allí, por fin disfrutando de un merecidísimo descanso. Tienen a su hija, su yerno y su nieta a dos pasos, y aunque son una familia pequeña están muy unidos y creo que son felices. Largos paseos junto al mar, un clima suave y agradable, las necesidades cubiertas, mucho amor, tener a toda tu familia cerca, quién no ha soñado con una vejez así?

Nunca nadie les devolverá a su hijo, eso es una pérdida y un dolor para toda la vida. Pero han tenido la suerte de envejecer juntos y con relativa buena salud. Mi tía está mucho mejor desde que se fueron, me da muchísima alegría cuando los veo porque están estupendos los dos. Él, que siempre había sido muy buen cocinero pero nunca antes pudo dedicarse a ello, es el que se encarga de hacer la compra, ir a por el pescaíto fresco a la lonja, cocinar, y hacer las pocas cosas de la casa.

Sigue conservando unos ojos verdes preciosos, los mismos que nos tenían a todos alucinados desde siempre, porque además de ser un hombre hecho y derecho de los pies a la cabeza encima el tío era guapo. Guapo no, guapísimo. Cuando yo era pequeña siempre pensaba que quería casarme con un tío tan guapo como él. Mi tía también era preciosa, pero era una belleza a la que estábamos más acostumbrados,  cordobesa morenaza de ojos oscuros, una hermosura muy a lo Julio Romero. Por eso nos llamaba más la atención mi tío, que era rubio con ojos claros y eso no se encontraba tan fácil, parecía extranjero. Por cierto, que sus ojos los heredó mi prima, suerte que tuvo.

En definitiva, no se me ocurre mejor regalo que hacerles por sus bodas de oro que contar su historia, para mí una gran historia de amor, de ésas que se dan tan pocas veces en la vida, de ésas de AMOR de verdad de verdad. Puede que no tuvieran suerte del todo en algunos aspectos de la vida y que hayan tenido que soportar palos muy duros, pero en lo que sí tuvieron una fortuna infinita fue en encontrar a la persona con la que iban a compartir su vida.

Desde aquí les deseo muchos años más de felicidad, de tranquilidad, de salud y de amor. Se merecen todo lo mejor, la cuota de dolor que les corrrespondía en el mundo ya la tienen pagada de sobra. Se han currado a pulso esa larga jubilación de mar, pescaíto, aire libre y sol. Y además tienen una familia que los adora, en realidad todo el mundo los quiere. Todos los queremos, imposible no hacerlo.

Muchas felicidades y un abrazo inmenso.

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