Os acordáis de que en mi post de “Pitufa Gruñona” comentaba la mala leche que me entraba cuando algún vecino enciende la luz del portal cinco minutos antes de que salga yo? Bueno, pues olvidé mencionar que esa mala follá se agrava de modo importante si el vecino en cuestión es el del 3º-3. Y es que esta mañana ha ocurrido justamente eso y he sentido la inmediata necesidad de hablar de ello.
Esta particular aversión hacia ese vecino tiene una causa, un pequeño contencioso que mantuvimos hace años y que paso a relataros. Os sitúo:
Julio de 2010, gran final de la Copa del Mundo de Fútbol, España-Holanda, momento inolvidable supongo para todo el mundo; incluso hubo quien afirmó que después de aquello por fin podía morir tranquilo. El celebrado gol de Iniesta en el segundo tiempo de la prórroga fue directamente responsable del nacimiento de muchos niños nueve meses después y de una sensación de euforia nacional como creo que nunca antes se había dado ni después se ha vuelto a repetir.
Bueno, os podéis imaginar. En mi casa nos juntamos a verlo nosotros, los niños y algunos amigos. Cervecitas a granel desde primera hora de la tarde mientras esperábamos el partido, y más cervecitas a granel durante el encuentro, sobre todo con los nervios de la segunda parte y la prórroga, que ahí es que ya no dábamos abasto a trasegar el alcohol que corría por nuestras castigadas venas.
En fin, termina el partido y, como el resto de España, entramos todos en estado de éxtasis deportivo: gritos, saltos, lágrimas, besos, abrazos, más gritos, más saltos… lo típico, vamos. En esto que dice mi hijo que si pueden bajar a la piscina a bañarse en honor de la selección, y claro, yo le digo que sí, que se bañen a gusto. Como a esa hora la piscina está cerrada le digo que suban a pedirle la llave al presidente de la Comunidad, que a la sazón era el susodicho vecino del 3º-3.
Claro que cómo me iba yo a imaginar que en un día como ése el tío se iba a negar a dejarles las llaves y a abrir la piscina para que los chiquillos se remojaran. Pero así fue, baja mi hijo triste y contrito diciendo que no se las quiere dar porque dice que la piscina se cierra a las diez y que esa hora ya se ha pasado.
“Mamá, podemos saltar?”
“Pues claro. Si el capullo ese no os deja las llaves saltáis y os pegáis el chapuzón por las bravas, qué coño! Será imbécil el tío!”
Total, que los nenes y todos sus amigos saltan y entran en el recinto y empiezan a remojarse y a gritar y a celebrar la final en el agua. En esto que llaman a la puerta de mi casa y es el presidente en persona, con una cara no muy agradable. Que si sé que mis hijos han saltado la valla y se están bañando. Le digo que sí, que lo sé, que les he dado permiso yo, pero que si me abre bajo y les digo que se salgan ya.
Vale, el tipo baja conmigo y abre la cancela. Y entonces yo, en un arrebato de júbilo y rebeldía conjuntos, tal como estoy, vestida con mi camiseta y mi pantalón corto, paso por delante del presidente, me tiro al agua y salgo más chula que un ocho y más feliz que una perdiz y, no contenta con mi hazaña, le hago una peineta al tipo al pasar junto a él.
Sí, bueno, ya sé que lo de la peineta bonito del todo no estuvo, que es un gesto poco elegante y que no dice demasiado a favor de la educación de una, pero qué coño, lo a gusto que me quedé compensa todo eso. Un momento de falta de educación flagrante lo tiene todo el mundo en la vida, y ése fue el mío. Creo que estaba más que justificado y la ocasión lo merecía.
En fin, el suceso quedó en eso y yo ya no volví a darle más vueltas al asunto. De vez en cuando venían mis amigos de visita y si nos acordábamos del día de marras nos descojonábamos a cuenta del chapuzón y de la peineta posterior, pero nada más.
Hasta que un día, unos tres años después o así, estoy abriendo el buzón de mi casa y un tipo que está abriendo también el suyo se me queda mirando muy fijamente:
“Hola”, me dice.
“Hola”, le contesto, sin echarle muchas cuentas.
El tío sigue mirándome muy fijo y de repente me suelta tal que así:
“Tú no te acuerdas de mí, verdad?”
Y empieza mi monólogo interior de costumbre. “Hossstia, quién será éste? Ni puta idea. Espero por lo menos que no sea alguien a quien conozca de una borrachera indigna o algo así de mi juventud. Señor, por favor, por lo menos te pido que nunca me haya acostado con él”.
“Puesssss… ahora mismo no caigo, no. Nos conocemos del Instituto? De la Universidad tal vez?
El tío todo incrédulo:
“De verdad no sabes quién soy??????”
Sigue mi monólogo interior. “Hossstia, fijo que sí, que me he acostado alguna vez con él en mis años mozos de locura, cuando era lo peor. Mecagoento, esto no me pasa nada más que a mí, tener un rollo con un tío que luego se muda a mi edificio. Hay que tener mala follá, macho”.
Pero en esto que me fijo en el buzón del que está sacando su correspondencia y de repente caigo: “Joder, el de la peineta!!!”
Claro, el tipo no daba crédito. Él no tiene por qué saber que yo soy supermiope de toda la vida, que nunca le he visto realmente la cara, que no reconocería ni a medio palmo a ninguno de mis vecinos y que durante toda la charla que tuvimos aquel día y la peina posterior yo en ningún momento vi otra cosa que un bulto con patas.
“Aaaaah, siiiiiiií, el vecino de arriba, no?”
“Exacto, el vecino de arriba.”
Claro, y ya viendo que no tengo demasiada buena memoria, el tipo va más allá aún:
“Y no te acuerdas de cierto percance que tuvimos una vez hace años?”
Yo muy tiesa y algo indignada por la impertinencia, qué se habrá creído, contesto:
“Pues claro que me acuerdo. Lo de la piscina, no?”
Joer si me acuerdo, pos no nos hemos descojonao veces a tu costa, chaval.
“Exacto. Bueno, y qué piensas de aquello?”
Pero este tío qué coño quiere ahora, que hablemos del tema tres años después? Para qué? Para darme la oportunidad de pedirle perdón o para qué?
“Pues pienso que hice muy bien”.
Y él todo ojiplático:
“Ah, que piensas que hiciste bien?”
“Pues sí, eso pienso”
“Y no piensas que hay unas normas de convivencia que…?”
A todo esto los dos con los buzones abiertos y la correspondencia en la mano:
“Claro que pienso que hay unas normas, normas que están para saltárselas cuando la ocasión lo requiera. Y esa ocasión lo requería. El único Mundial que hemos ganado jamás en la vida y que probablemente ganaremos, España entera en la calle, metiéndose en todas las fuentes de todas las ciudades y a ningún policía se le ocurrió poner una sola multa esa noche a nadie por saltarse las normas y mojarse en las fuentes públicas; y aquí, en una triste comunidad de vecinos, nos ponemos estupendos con las normas de cierre de la piscina. Y unos cuantos chiquillos entusiasmados el día más feliz de sus vidas piden las llaves para pegarse un chapuzón en SU piscina y resulta que no puede ser, que ya no son horas. Hombre, pordiossss!”
Pa qué me dijo na el colega? Porque yo cada vez me iba creciendo más. Ya a esas alturas iba por el Everest por lo menos. Mira que nunca había pensado decirle nada sobre el asunto, pero es que fue ponerme esa cara de superioridad moral y entrarme unas ganas de despotricar y ponerlo a parir que pa qué.
Total, que el tío todo abochornado iba retrocediendo creo yo que un poco acojonado y muy probablemente más que arrepentido de haberme preguntado si yo no sabía quién era. En qué maldita hora se le ocurriría, me imagino que pensó.
En fin, y ahí terminó mi breve pero jugosa relación con este peculiar personaje al que hoy, por desgracia, he tenido la mala suerte de encontrarme bajando las escaleras después de haber encendido la luz justo cinco segundos antes de que saliera yo.
Podréis entender la poca gracia que me hace que este sujeto sea lo primero que vean mis ojos, ya un poco menos miopes que en aquellos días, en una mañana de lunes, que no estoy precisamente del mejor humor del mundo.
Y ya me voy a guardar para mí el poco edificante monólogo interior que ha suscitado en mí este encuentro, por si hay niños y eso.