Estoy leyendo un libro que me está removiendo un montón por dentro. "La mala hija", de Carla Cerati. No, no lo busquéis en las librerías porque no es una novedad editorial, es de los 90. Cerati es una famosa fotógrafa italiana, y el libro tiene claros tintes autobiográficos. La propia autora lo reconoce con estas palabras: "Supone un gran dolor divulgar la vida de una madre, y resulta perverso revelar sus errores. Por qué lo hago entonces?"
Yo he hablado otras veces de mi madre en este blog. Como sabéis, ella murió bastante joven, a los 56 años. Últimamente además la nombro con frecuencia, porque he escrito algunos posts sobre cosas personales de mi pasado, y naturalmente es inevitable que ella salga a relucir. También me gusta hacerlo, porque creo que ella revive cada vez que la nombro, y de alguna manera la inmortalizo y se la presento a aquéllos que no la conocieron. A mí eso me reconforta.
En fin, la cuestión es que estaba yo tan ricamente en la piscina refocilándome y leyendo la historia de Cerati y su madre y me estaba sintiendo totalmente identificada, sobre todo en lo que a su etapa de juventud se refiere. Qué complicadas son las relaciones entre madres e hijas! Es que es todo un mundo! Yo, que he sido hija y luego he sido madre de hija, puedo decir que es un tipo de relación de las más complejas que existen. De hecho en mi biblio hay un montón de libros al respecto y últimamente he estado hojeando algunos de ellos. Ni siquiera sabía que tanta gente había escrito sobre el tema. Pues sí, lo creáis o no, es casi un género literario.
Y allí mismo, en la piscina, completamente sola y con el moquillo colgando por la emoción, decidí que tenía que escribir este post. Y casi que lo escribí mentalmente en el momento, entre remojón y remojón. Y lo hice como si hablara con ella, como me hubiera gustado hablarle si la hubiera tenido delante.
Cuando mi madre murió yo era una locadelcoño que no hacía más que gilipolleces, y me consta que ella se fue muy preocupada por mí. Creo que era su principal preocupación en aquellos tiempos, probablemente se fue pensando que yo iba cuesta abajo sin frenos y que nunca levantaría cabeza. Pienso que hoy se sentiría orgullosa de mí, de cómo conseguí al final salir adelante, contra todo pronóstico. Y si pudiera ver a sus nietos, sobre todo a su niña, su chiquitina, su Julia, su primera nieta, ahora convertida en doctora, dando clases en la Universidad. La nieta de un celador y una auxiliar de enfermería!!
Para ella esas cosas eran importantes. Porque mi madre, creo que ya lo he contado otras veces, era una "señoritinga". Procedía de una buena familia, una familia con posibles. Su padre era un señor importante y ella se relacionaba con lo más granaíto de la ciudad. No era de la aristocracia local ni mucho menos, pero tenían criada en casa y vivían con desahogo. En unos tiempos en los que mucha gente pasaba penalidades. Sin embargo descendió de categoría social rápidamente cuando decidió casarse con mi padre, que procedía de una familia bastante humilde. Todo un clásico, Ligia Helena, la cándida niña de la sociedad se ha fugado con un trompetista de la vecindad. El ascensor social pero para abajo. Y así fue como esa muchacha de buena familia terminó viviendo en un barrio obrero, el Sector Sur, en un piso de alquiler de protección oficial, cargada de hijos y con un marido que trabajaba de sol a sol para mantener a la familia. Un descenso a los infiernos. Porque seamos claros, el amor siempre se rompe de tanto usarlo o de tan poco, pero cuando se rompe es muy duro verte lavando pañales a mano en una pila, limpiando vomitonas de bebés y pasando sola el día en un barrio del extrarradio, tú que vienes del centro y que no habías lavado ni unas bragas en tu vida, esperando a que tu marido pluriempleado llegue de currar a las diez de la noche y después de cenar lo que le hayas preparado se vaya a la cama muerto para madrugar al día siguiente. Planazo!
En fin, mi madre cayó en depresión con semejante panorama, y sólo levantó cabeza cuando nosotros fuimos un poquito mayores y volvió a trabajar, cuando abrieron el ambulatorio del Sector Sur. Y ella se plantaba su uniforme y volvía a ser persona. Y volvía a tener en casa servicio para atender las labores domésticas y cuidar de los niños mientras ella trabajaba. En el Sector Sur, en nuestro bloque de protección oficial, lleno de señoras que se pasaban la vida en el portal charlando, y digámoslo claro, chismorreando de las otras vecinas, mi madre era la única que trabajaba fuera de casa, que tenía asistenta-niñera y que nunca tenía tiempo para charlar con las vecinas. Vamos, la pija, la "señorita".
Bueno, de todo esto ya he hablado otras veces en el blog. Mi madre es un tema bastante recurrente para mí. Pero esto iba más de las relaciones entre madres e hijas. Y de eso concretamente no sé si habré hablado alguna vez. En todo caso, si lo he hecho debe de hacer mil años.
Como la madre de Cerati y como muchas de vuestras madres, la mía era una mujer conservadora. Nacional-católica, de la sección femenina, como todas las de su generación. Para ella la religión era su guía espiritual y bajo sus dogmas creó e intentó educar a su familia. Pero nosotros le salimos rana desde el minuto cero. Ni uno entró por el aro. Claro que yo era la mayor y renegué de la religión desde que tuve el mínimo uso de razón, justo cuando salí del colegio de monjas y entré en el instituto. No he vuelto a entrar en una iglesia desde entonces, ni de casualidad. Fue un rechazo tan brutal que era pasar por delante de un templo y cruzar de acera, no se me fuera a pegar algo malo. No he entrado nunca jamás a las ceremonias religiosas, siempre espero en el bar de enfrente, cerveza en mano. Lo primero que estudio cuando me invitan a una ceremonia religiosa es los bares de los alrededores. Esa soy yo. Y mis hermanos siguieron mis pasos. Mi madre siempre pensó que yo les había comido la cabeza, pero vamos, tampoco hizo mucha falta.
En fin, madre ultracatólica, hija atea. Es exactamente el patrón que relata Carla Cerati. Cómo te relacionas con una madre que cree en el pecado mortal y que te mira como si fueras el vivo retrato de ese pecado mortal? Que no es que no te quiera, es sencillamente que no sabe de dónde has salido y qué errores habrá ella cometido para que tú hayas salido así. Sé que a muchas de vosotras os suena esta historia.
Hace unos días leí un artículo de Juan Soto Ivars, una de las mentes más lúcidas que actualmente escriben en prensa. Copio el enlace por si alguien está interesado. *
Hablaba de la cantidad de gente joven que actualmente vota a partidos de derechas, y muy concretamente a Vox. Lo explicaba como una especie de reacción contra los padres y contra ese tufo "progre" que actualmente lo invade todo. Habla de la rebeldía de la juventud, de cómo "lo natural" es precisamente reaccionar contra lo establecido, y hoy en día lo establecido es esa cierta progresía vacua que nos toca un poco las pelotas a muchos, y más a la gente joven. Cuenta el caso (yo no lo conocía) de la hija de Almudena Grandes y Luis García Montero, que resulta que les ha salido de la Falange. En casa del herrero...
Pero claro, a mí no me cuesta entender eso. Porque yo hice exactamente lo mismo con mis padres. Como ellos eran conservadores y muy religiosos yo me declaré a los 16 años atea y comunista prosoviética. Sí, lo sé, hoy resulta patético, pero es que eso era lo que más les podía joder. Igualmente cantaba a todas horas a voz en grito canciones que les escandalizasen al máximo, las de grupos como "La polla récord" o "Las vulpes". Os podéis imaginar el horror de mi pobre madre católica apostólica romana escuchando a su hija adolescente cantar "Me gusta seeeeer una zorraaaaaaaaa". Una de mis aficiones favoritas era esa, escandalizar a mis padres y llevarlos al paroxismo. Más de una vez mi padre me zampó una hostia, pero conmigo eso era contraproducente total porque lo que hacía era cantar más alto. Un regalito de hija, vamos.
Ayyyyy, cuánto me gustaría poder hablar con mi madre ahora! Envidio mucho a mis primas y a mis amigas que tienen madres de su edad (la Juana tendría ahora 84) y hablan y se cuentan las cosas. Esa sabiduría de la vejez. No envidio, en cambio, a las que tienen a sus madres completamente idas o inmovilizadas, en fin... en esos casos doy gracias por no tener que verla así.
Mi madre, de todas formas, experimentó un proceso mental e ideológico alucinante. Ella, la ultracatólica niña bien de familia pija, residente en el centro y con servicio doméstico... casada con un empleado de familia humilde... con el tiempo evolucionó de una forma brutal. Le sale una primogénita rebelde hasta el infinito y más allá, atea y bolchevique ... y luego lo peor de lo peor, le sale para rematar la faena un hijo "maricón".
Y ése fue el punto de inflexión. Porque al principio, cuando supo lo de mi hermano, lo llevó a terapia para ver si le cambiaban al muchacho la tendencia. Era lo que se estilaba por aquella época. Hoy en día es muy escandaloso todo esto, pero entonces era lo común. Si tu hijo te salía maricón tenías que intentar curarlo. Mis padres por supuesto lo intentaron, aunque con escaso éxito. El niño siguió siendo como era.
Y ahí fue cuando salió la Juana de España. Porque mientras su marido era incapaz de asimilar que su único hijo varón era homosexual, Juana la Grande se reinventó a sí misma como defensora de los derechos del colectivo LGTBI, y cuando vio que su hijo estaba sumido en una profunda depresión le dijo tal que así: "Tú lo que tienes que hacer es vivir como te dé la gana, y pasar de todo el mundo. Que digan lo que digan y que piensen lo que piensen". Pues sí, amigos, esa señora educada en el nacional-catolicismo, de la sección femenina, que había llevado a su hijo a terapias conductistas para ver si se reconvertía en macho ibérico de pro, terminó reivindicando como la que más la liberación sexual, y si cabía, incluso el libertinaje.
Lo que no consiga un hijo!
Mi madre fue pionera en las reivindicaciones del colectivo gay. De señorita bien pasó a mujer de empleado pobre, y de mujer de empleado pobre a trabajadora de la sanidad pública, y de ahí a activista de los derechos LGTBI (aunque entonces esas siglas no existían, naturalmente).
Supo evolucionar y sobre todo, supo aceptar que la vida había cambiado. Y como casi todas las madres, apostó sobre todo por sus hijos. Fueran como fueran. No fuimos los hijos ideales con los que siempre soñó pero nos quiso como si lo hubiéramos sido.
Y volvemos a las relaciones entre madres e hijas. Yo fui durante muchos años muy crítica con mi madre, como Cerati con la suya. Para mí no dejaba de ser una señora pija que no tenía nada que ver conmigo. Yo era comunista prosoviética y defensora del amor libre. Me hubiera encantado ser lesbiana sólo por ir de la mano con mi novia y darle por culo, palabrita. Pero bueno, bastante tenía de todas formas con saber que me acostaba con mi novio, que tomaba pastillas anticonceptivas, que pasaba un huevo de todas sus creencias y que no pensaba pisar jamás una iglesia ni a punta de navaja.
Yo no me cortaba ni un pelo al contarle todas estas cosas. La mayoría de mis amigas engañaban a sus madres constantemente pero yo no. Yo siempre iba con la cruda verdad por delante. Me parecía hipócrita mentir sobre lo que pensaba o hacía, pero además, las cosas como son, me gustaba provocarla y hacerle pupita. De hecho la amenacé claramente con quedarme preñá si no me llevaba al médico a recetarme pastillas anticonceptivas. Y la pobrecita mía, con toda la vergüenza, tuvo que llevarme al gine del ambulatorio donde ella misma trabajaba a pedirle que le recetaran pastillas a su hija de 16 años. Ahí, con su compañera enfermera empapándose de todo el paño y probablemente contándoselo a todas las demás. Hoy en día esto es lo más normal del mundo, pero entonces fue una tortura china para ella.
Yo no fui mala hija, como Cerati; yo fui la peor. Digámoslo claro, una hijadeputa de manual. Me habría merecido tener una hija igual de mala que me hubiera puteado como yo hice con ella. Un karma como la copa un pino. Bueno, pues no fue así. Encima tuve suerte y me salió una bendita. Buena, estudiosa, obediente, trabajadora...
No empecé a entender y a respetar a mi madre hasta que murió mi hermano. Ése es el sufrimiento más grande que una persona puede padecer. Por desgracia en mi familia se ha repetido. También mis tíos perdieron a su hijo unos años después, y más recientemente mi hermana y mi cuñao perdieron a mi sobrina. Presenciar de cerca un dolor tan demoledor lo cambia todo. Verla descender a los infiernos, convertirse en un alma en pena, ser testigo de su calvario, de su duelo inmenso, hizo que por fin olvidara nuestras diferencias y consiguiera ver a la persona que había ahí, herida de muerte. Qué pena que tuviera que pasar algo así para que yo aprendiera a quererla como se merecía!
A los dos años le hice el mayor regalo que pude hacerle, Julia. Mi hija fue la que la devolvió a la vida y la que consiguió que volviera a sonreir. Recuperó sus ganas de vivir, prácticamente se volcó entera en su crianza. Volvió a sacar el árbol de Navidad y las figuritas del Belén, se pasaba horas jugando con ella, contándole cuentos... Por desgracia su felicidad fue efímera, porque al poco tiempo le diagnosticaron el cáncer y además perdió la vista por una enfermedad degenerativa en la mácula. Murió casi ciega y a mí me dejó más perdida que el barco el arroz. En aquellos momentos yo la necesitaba más que nunca, y ella lo sabía, sabía que me dejaba muy sola.
Por eso me regaló a mi Juanillo. Me devolvió el regalo que yo le había hecho años antes con Julia. Ya he contado otras veces que siempre he tenido claro que fue ella quien me envió ese inesperado presente. De hecho vino al mundo justo dos horas después de cumplirse el año de la muerte de mi madre. Sabéis que no soy una persona creyente, pero nunca he tenido la menor duda de que parte de la energía que ella liberó al morir se transformó en la energía que mi cuerpo necesitaba para engendrar a mi hijo. No digo que tuviera nada que ver con Dios, fue la naturaleza, fue como una transfusión de energía de madre a hija. Fue como si me dijera: "me voy pero no te voy a dejar sola, te dejo parte de mí". Por eso Juan se llama como ella. Siempre dice que se alegra de no haber sido niña porque sabe perfectamente que le hubiera puesto Juana. Y así hubiera sido.
En fin, ya estoy otra vez con el moco colgando. Que bueno, que tenía que escribirle este post a mi madre. Que me he sentido muy identificada con Carla Cerati y con su historia. No hace falta que diga que estará entre mis recomendaciones literarias de este año.
Y un último consejo a las que aún tenéis a vuestras madres: disfrutad al máximo de ellas, no les racanéeis ni un abrazo, dadles todos los besos que nosotras, las huérfanas, no podemos darle ya a las nuestras, y vivid el presente a tope. Porque luego, cuando se van, ya no tiene remedio.
* https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-05-29/vuestros-hijos-fachas-hay-mas-jovenes-reaccionarios_3432534/