Estoy viendo una serie bastante chula que aprovecho para recomendar a mi selecto club de seguidores. Se llama "Los Durrell" y va de una familia inglesa, allá por los años 40, que decide trasladarse a la isla griega de Corfú.
Bueno, no hace falta decir que el paisaje y la fotografía son una pasada. Y las aventuras de nuestros amigos Durrell son lo que podríamos definir como "entrañables". La historia está basada en la autobiografía del menor de los hijos, que resultó ser un importante zoólogo y naturalista. No he leído el libro pero promete, a juzgar por la serie.
La cosa es que hay un episodio en el que se celebra el cumpleaños de nuestro amigo naturalista. Y en él se habla de algo que me ha parecido interesante para un post: "el síndrome del hermano menor".
Este síndrome consiste básicamente en que el hermano menor se lleva todas las mierdas. Como que no sale demasiado beneficiado en la vida.
Y yo en el mismo momento en que lo vi identifiqué claramente el fenómeno. Y aprovecho para contar aquí en este blog lo que muchas de las personas que me conocen ya saben, porque esta historia la he contado por activa y por pasiva mil veces entre mis allegados.
Podríamos decir que la infancia de mis hijos es bastante esclarecedora sobre el modo en el que los niños se crían en las familias según su orden de llegada. Y en mi caso hay dos elementos sumamente ilustrativos: la bañera de bebé y los álbumes de fotos.
Empecemos por la primogénita, Julia. Cuando Julia nació no había casa para tantos regalos. Toda la familia y los amigos se volcaron con ella. Lo tuvo todo, todo lo que un bebé de los años 80-90 pudiera desear. Por supuesto no faltó la bañera de patas, ésa que se coloca en la habitación y que se abre y tiene una parte para colocar la toalla, los pañales, el gel, el aceite... etc. Los baños de Julia eran la gran atracción de la familia. Todo el mundo quería asistir y hacerle fotos tutiplén. Ni que decir tiene que hay algo así como 600 álbumes de fotos de la niña en todas las poses y en todas las situaciones. No caben en las estanterías, abres un álbum y las probabilidades de que sea de Julia bebé son del 98 %.
Luego llegó Juan. Muchos años después. Ya para entonces yo tenía otra visión de la vida. No estaba por acumular, era muy pro vida sencilla. Las cosas de Julia las habíamos regalado a otros niños de la familia. Juan fue un niño muy deseado, pero desde una óptica minimalista. La cuestión bañera la solucionamos con uno de esos baños de plástico que se mete en la bañera principal y ahí se remoja el bebé. Vamos, que el niño se bañaba en el cuarto de baño familiar, con su bañerita rosa, con sus patitos de goma, y cuando terminaba el baño tirábamos el agua al desagüe y nos llevábamos al chiquillo a la habitación a echarle su talco, su colonia, sus aceites y sus cositas. Fue un niño feliz, nunca le preocupó no haber tenido bañera con patas. Tampoco nos ha echado nunca en cara el hecho de tener sólo unos diez álbumes de fotos, en comparación con los tropecientosmil de la superbebé Julia.
Y dos años después llegó mi Luisito. Apareció en nuestras vidas en un momento muy malo. Nos acabábamos de deshacer de la bañerita rosa de Juan y, sinceramente, fue una situación inesperada. Habíamos llenado las estanterías de fotos de los otros niños, ni había bañera ni cosas de bebé. Nos habíamos deshecho de toda cosa que oliera mínimamente a recién nacido. Y nuestra voluntad de volver a rellenar esos espacios con más morralla postnatal era nula. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. En fin, la cuestión es que Luis nunca tuvo bañera propia. A él desde el minuto cero lo bañamos en el lavabo. Minimalismo nivel Dios. A Luis lo metía yo en el lavabo, y allí lo escamondaba en cero coma. Después le daba dos azotitos en el culete con la toalla puesta (por supuesto nada de toallas de bebé, toalla normal, ni muñequitos ni más tonterismos) y ni pomadas ni talcos ni pollas en vinagre. Por no darle, ni siquiera le daba el pecho. Ya a esas alturas esclavitudes las mínimas. Y ya para fotos no teníamos tiempo, creo que tiene dos miniálbumes.
Todo esto lo saben mis hijos y no les descubro nada a ellos. Es evidente la diferencia de álbumes de fotos entre la mayor y el pequeño. Y lo de las bañeras es una anécdota familiar bastante celebrada. Sobre todo porque mi Luisillo no es celoso. Es un tío grande, nunca ha tenido recelos con sus hermanos, más beneficiados en la infancia por su turno neonatal. Es un tipo feliz que sabe que nunca tuvo bañera pero que tampoco le faltó amor.
Igual sabe que lo que se perdió fueron muchos tonterismos de padres novatos. Y que el que se crió de forma más sencilla y natural fue él. Frente al frikismo de los padres primerizos que se gastan el oro y el moro en gilipolleces mil que a fin de cuentas a los niños no les aportan nada. Bueno, vale, intento consolarle un poco con este post.
Por lo menos que sepa que hay un síndrome, que es el del hijo último. Supongo que al pequeñillo de "Los Durrell" lo bañaban directamente en el abrevadero de los burros.
Como hoy en día la gente tiene tan pocos hijos muchos pensarán que soy una madre desnaturalizada. La mayoría de mis lectores como mucho han tenido dos hijos, la famosa parejita. Es difícil que me puedan entender. Para saber de lo que hablo quizás sería necesario un nuevo embarazo inesperado y unas ganas más bien tibias de embarcarse en ese caos doméstico que supone la llegada de nuevo bebé.
En fin, no es que quiera justificarme, pero parece que el fenómeno existe. Mi Julia tiene 400.000 fotos de bebé, mi Juanillo la mitad más o menos, y mi repollito feliz tiene como mucho dos. Ella tuvo bañera con patas y anexo para complementos de baño, Juan tuvo bañerita rosa sin patas y sin anexos, y Luis tuvo el lavabo mondo y lirondo. Y poco bien que se lo pasó pegando patadas en él!
Pequepandis, da igual la bañera que tuviérais o las fotos que os hicimos. Sois meras víctimas del sistema de turnos. Y de cómo funciona nuestra especie. Pero el amor no ocupa turno ni lugar.
Joder, que hay especies que matan al primogénito porque lo consideran como de prueba. Ahí Julia habría terminado fatal, pobrecita mía.
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