viernes, 10 de junio de 2016

Ropa tendía

Una de las cualidades que mejor me definen como persona es la de bocazas. Tanto es así que le tengo dicho a todo el mundo que aprecio que si quiere guardar un secreto no me lo cuente, no porque lo vaya a ir chismorreando por ahí sino porque seguro que en un momento u otro se me va a escapar irremediablemente.

Esta cualidad, defecto, tara o como la queráis llamar, la llevo arrastrando desde mi más tierna infancia. Mi madre, pobrecilla, se pasaba la vida dándome disimuladamente pellizcos de monja para callarme la boca, pero era misión imposible. Cuando menos acordaba yo ya estaba soltando un secreto de familia o una inconveniencia y cuando llegaba el consabido pellizquito ya era demasiado tarde. Por eso siempre que yo andaba merodeando por algún sitio mi madre decía:

“Cuidao, que hay ropa tendía”

Tardé en enterarme de que la ropa tendía era yo misma y que se trataba de una advertencia para que su interlocutor se callara mientras yo anduviera por los alrededores.

Por ejemplo,  para que os hagáis una idea del grado de desfachatez que yo tenía, una vez nos encontramos con el peluquero:

“Hombre, Juanita, cuánto tiempo sin ir por la peluquería”

“Es que no tengo tiempo, con el trabajo, la casa… en fin, que no paro.”

Y aquí es donde intervengo yo, la discreción personificada, poniendo los puntos sobre las íes y teniendo un arrebato de cruel y asquerosa sinceridad:

“No va a tu peluquería porque eres muy pesado y te pasas todo el rato hablando y chismorreando y ella no puede perder toda la mañana escuchándote parlotear como un lo… Ayyyyyyyyssss”.

Ese quejío es por el pellizco de monja que en ese mismo instante mi madre me estaba dando. Demasiado tarde, en todo caso.

“Jajajaja, los niños cómo son”

Ésta es mi madre, con la tez de un color indefinido entre el verde, el amarillo, el rojo y el violeta.

Por esta característica mía me llevé la única paliza que mi madre me ha dado en la vida. Porque ella era mucho de darme pellizcos o de tirarme la zapatilla o de moñearme, pero  pegar pegar con saña y mala leche solo fue esa vez. Os cuento:

Resulta que mi padre trabajaba en el turno de noche y tenía que dormir por el día. Mi madre nos tenía a nosotros en un silencio sepulcral y no dejaba que hiciéramos ni un ruido, parecíamos los niños de “Los otros”. Porque además mi padre se levantaba de una mala hostia que pa qué y se armaba la marimorena. Desde luego no era un hombre que llevara nada bien lo del turno de noche.

Pero teníamos un problema: los vecinos de arriba, que lógicamente como niños que eran, se pasaban el día correteando y jugando y haciendo el ruido normal que suelen hacer los niños en una casa normal en la que nadie duerme por el día. Para desesperación de mi madre, que se pasaba todo el rato despotricando y soltando tacos por lo bajinis cada vez que los niños pegaban un salto o tiraban algo al suelo.

Un día la vi tan desesperada que no me pude contener. Ni corta ni perezosa subí a casa de la vecina:

“Que dice mi madre que a ver si puedes tener a tus niños quietecitos porque mi padre tiene que dormir por el día y no puede con todo el ruido que hacen”

A la vecina también se le mudó el color hacia un tono grisáceo que no presagiaba nada bueno:

“Tu madre te ha mandado a que me digas eso?”

“No, ella no sabe que he venido, pero yo te lo digo porque es lo que ella dice siempre”.

“Pos le dices a tu madre que esto es una casa de vecinos y que si quiere vivir en un sitio donde no haya ruidos que se mude a un chalet, que allí va a estar muy agustito y muy tranquilita”.

Y con las mismas me dio un portazo en las narices. 

Yo me quedé un momento allí parada sin saber qué hacer pero luego me bajé a mi casa, muy orgullosa de mí misma y satisfecha por haber puesto las cosas claras de una vez por todas a esa gente tan molesta, aunque no muy segura de que mi iniciativa fuera a cambiar mucho las cosas, dada la respuesta obtenida.

En fin, que iba yo muy ufana cuando entré en mi casa, y de repente la puerta que se cierra detrás de mí.  Allí estaba mi madre, que al ver que yo no andaba a la vista, había ido a buscarme para ver qué barrabasada podría estar haciendo, y claro, había escuchado toda horrorizada mi conversación con la vecina.

“Te matoooooooooooooooooooooooooo”.

Y dicho esto me puso sobre sus rodillas y me dio una somanta cachetes que me puso el culo como la tomatina de Buñol.

No le guardo rencor porque sé que se le fue la cabeza por completo. Debieron de juntársele de repente en su mente todas las vergüenzas que llevaba pasadas a mi costa y perdió la razón durante un rato, desquiciada total como la tenía, hasta que de repente volvió en sí y se dio cuenta de la paliza que me estaba dando, y la pobre se echó a llorar y me dio un montón de besos que yo no sabía muy bien a qué venían después de la somanta palos.

En fin, tampoco es que me sirviera de mucho la lección porque yo seguí en mi tónica habitual de ir por ahí soltando a bocajarro todo lo que se me pasaba por la cabeza y con el brazo lleno de cardenales a cuenta de los pellizcos de mi madre para hacerme callar.

Y aquí sigo, cometiendo indiscreciones a destajo y contando toda clase de cosas en este blog.  Si mi madre levantara la cabeza me pondría ahora mismo el brazo como un sachichón.

Por eso antes de cerrar este post repito la recomendación que hice al principio, por si alguien no la recuerda o no se ha percatado realmente de la gravedad del asunto:

NO ME CONTÉIS NUNCA NADA QUE NO QUERÁIS QUE SE SEPA PORQUE TARDE O TEMPRANO FIJO QUE SE SABRÁ.

La que avisa no es traidora.

4 comentarios:

  1. Yo te quiero contar varias cosas, pero como eres una cotilla...

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    1. Mejor no me cuentes na. Tengo a todas mis amigas hasta el jigo porque luego todo lo que me cuentan termina saliendo aquí.

      Piensa en la mala vida que le di a mi pobre madre y cuéntale tus cosas a alguien un poquillo más discreto y menos bocazas. Que sigo siendo ropa tendía.

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  2. Respuestas
    1. Pues el sitio hasta el que están mis amigas de mí.

      Como su propio nombre indica.

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