lunes, 4 de abril de 2011

Anatomía del facha (II)

Continuamos con el retrato robot del facha patrio.

El facha a menudo, con esto de que no distingue mucho entre políticas de derechas y de izquierdas, se declara "apolítico".  Cuando estéis hablando con alguien de algún tema y se abstenga de opinar diciendo que es apolítico no tengáis la menor duda: es facha. Esta cualidad es propia del facha acomplejado, es decir, de aquél que, bien por el entorno en el que se mueve, por su pareja, o simplemente por repugnancia íntima hacia sus propias ideas, intenta asumir una actitud neutral ante la realidad circundante sin caer en la cuenta de que eso es en la práctica imposible, porque la realidad es política y la política se basa en la realidad.

En charlas directamente políticas, económicas, religiosas, etc.,  intentará escaquearse de opinar y se  limitará a escuchar, pero a poco que escarbes se delatará casi sin darse cuenta. Puede ser en una conversación sobre el tiempo, que él considera inofensiva o de escaso peligro. Por eso precisamente, porque no está en guardia y se muestra relajado, puede llegar a soltar algo tal que: "pues ayer, como hacía muy buen día, me fui a la calle a tomar un café y, cucha, me encontré a la limpiadora. Y la invité a otro cafelito. A mí me gusta relacionarme con todo tipo de gente". Ya está, confesión de plano.  Más facha que el copón.

Otra cualidad muy frecuente es la tendencia a montarse o creer en conspiranoias, es decir, en complicadas tramas que le sirven para explicar realidades incómodas, por muy peregrinas que puedan ser las supuestas tramas.  Al facha no le gustan las realidades sencillas ni las explicaciones evidentes de las cosas, le encantan los enrevesamientos. En esta faceta hay auténticos artistas de prestigio internacional, por ejemplo, el famoso periodista y director de "El Mundo" Pedro José Ramírez, un señor al que es frecuente ver cenando por ahí en compañía del payaso del anuncio de Micolor.

A menudo nuestro facha ve contradicciones incompatibles con la realidad tal y como él la entiende. Por ejemplo, ganar mucho dinero y ser de izquierdas es una aberración. También vestir bien o tener un coche bonito. Para él, el progre o giliprogre tiene que ser pobre como una rata, salvo las prebendas que recibe del estado totalitario socialista en el que vivimos, debe ir en transporte público o como sumo en un modesto utilitario, a poder ser de segunda o quinta mano, y vestir o de los chinos o del mercadillo; todo lo más de Zara o Stradivarius. Un bolso de Gucci o unos calzoncillos de CK convierten automáticamente al progreta en objeto de sospecha.  No digamos ya una mansión en Miami con embarcadero propio. En cambio, ser homosexual, estar casado con tu novio y votar al PP no es en absoluto contradictorio; es perfectamente natural y hasta lógico.



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