miércoles, 15 de agosto de 2018

Agosto 2018

Un año más, tal día como hoy, tal puente como éste, me vuelvo a regocijar mirando en los noticiarios las imágenes de playas y piscinas empetadas; festivales de música en los que cientos de miles de personas se hacinan al ritmo de sones variopintos; carreteras llenas de coches; aeropuertos y estaciones de tren con larguísimas colas de personas ávidas de viajes y aventuras que llenen sus vidas de algo que por lo visto les debe de faltar.

Un año más vuelvo a sentirme ajena a esta rara especie a la que por cosas del destino pertenezco pero con la que no me identifico casi en nada. Nunca comprenderé qué busca toda esa gente en esa vorágine de migraciones humanas masivas. Por qué lo hacen? Qué extraño impulso les mueve? Qué les impide pasar sus vacaciones, si tienen la suerte de poder disfrutar de ellas, simplemente dejando pasar el tiempo relajadamente, escuchando el trino de los pajaritos, haciendo esas cosas que el resto del año no pueden hacer porque sus trabajos y sus ritmos estresantes de vida se lo impiden? No sé, leyendo, haciendo deporte, paseando, jugando con sus niños, charlando con sus parejas y sus amigos, viendo sus películas y series favoritas... en una palabra, viviendo.

La gente se pasa la vida quejándose de que no tiene tiempo para esto y para lo otro, y cuando resulta que por fin consiguen ese tiempo lo gastan en huir de todas esas cosas y apuntarse a éxodos sin fin junto con otros millones de personas que hacen exactamente lo mismo. Para ir a lugares donde sólo encontrarán ruido, bullicio, masificación y suciedad. Porque donde hay mucha gente hay mucha mierda, eso es ley de vida.

Entre tanto yo observo con curiosidad de entomóloga estos comportamientos, mientras disfruto enormemente de la  tranquilidad y del silencio de mi ciudad desierta. Sí, es verdad que todos los años escribo casi el mismo post, pero es que todos los años sigo asombrándome de la estupidez humana como si acabara de venir de otro mundo y la acabara de descubrir.

Todas esas imágenes que veo en la tele y que a mí me provocan pavor y estupor son las que ansían para sí las personas e incluso están dispuestas a pagar lo que les pidan (y tengo entendido que eso de veranear no es barato) por pasar unos días en esos infiernos dantescos!!

A su vez las hordas de turistas convierten las ciudades y los pueblos, las playas y las montañas, en lugares inhóspitos para los propios habitantes de esos lugares. De ahí el reciente fenómeno de la turismofobia, que no me explico cómo ha tardado tanto en aparecer. Siempre he pensado que tiene que ser un horror vivir en un pueblito idílico de la costa o de la montaña y que de repente durante dos meses tu hogar se llene de gente que busca ávidamente diversión sin respetar horarios ni costumbres lugareñas ni nada de nada. Y ya no quiero ni hablar de ciudades emblemáticas en las que el turismo ha hecho casi imposible la vida diaria de sus habitantes. Sitios como Venecia, Roma, Barcelona, París, Mallorca, Ibiza...

Tengo la suerte de vivir en una ciudad en la que el proceso es inverso. Aunque recibimos muchos visitantes de fuera durante el año, por lo general en temporada veraniega la gente huye hacia lugares más frescos. Y el resto del tiempo tampoco es para morirse del susto el número de visitantes.

Pero sé que si mi residencia habitual estuviera en uno de esos sitios no podría soportar la presencia masiva de turistas. Por ejemplo, si viviera en la costa haría lo posible por escaparme por lo menos por lo menos los dos meses peores. No sé, me pediría permisos sin sueldo en el trabajo y probablemente me refugiaría en algún pueblecillo solitario de ésos que no pisan ni los grajos. Me conformaría para pasar el calor con tener un patio pequeñito y una buena manguera para regarme cuando tuviera calor. Y por las noches miraría las estrellas sin que millones de luces artificiales me las hicieran invisibles. Eso sí, me llevaría muchos libros y daría enormes paseos con mi perra cada mañana y cada atardecer. Y disfrutaríamos las dos como dos monas. De hecho, ahora que lo pienso, más o menos es lo que hacemos.

Ya sé que soy rarita, lo sé. Lo he confesado nada más empezar, que me siento ajena a esta especie y a sus comportamientos. Probablemente no debo de ser de aquí, igual soy hija de extraterrestres y me dejaron aquí abandonada y alguien me recogió porque le dí pena. O igual soy un gato y me han echado una maldición para parecer humana pero sigo siendo gato por dentro.  También he pensado en la posibilidad de padecer algún tipo de trastorno del comportamiento, del espectro Asperger o autista o algo así, aunque nunca nadie me lo haya diagnosticado.

La cuestión es que, independientemente de ser un tanto asocial, que ciertamente lo soy, está comprobado que puedo relacionarme más o menos con otras personas, pero a lo que no llego ni en mis peores pesadillas es a poder entender esa loca obsesión humana por desplazarse hacia lugares masificados en los que por fuerza el hacinamiento tiene que resultar... cuanto menos molesto, no digo ya insoportable como me parece a mí.

En fin, hasta aquí mi post de perplejidad agosteña de cada verano. Me reafirmo en que sigo siendo la misma de siempre; soy la que fui y la que siempre seré. No tengo remedio ni existe la menor posibilidad de adaptarme a este mundo absurdo.

Y ya desde que la especie empezó a evolucionar hacia la vida en Instagram y los dos millones de "likes" como principal estímulo existencial.. Sólo espero que los alienígenas que me dejaron aquí tirada vengan algún día a recogerme.

Y mi nave pa cuándo?


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