Hoy estoy hecha un trapo. Me he quedado leyendo hasta las 2 de la mañana.
Los culpables son un escritor que se llama Use Lahoz y una novela que se titula "La estación perdida".
No ha sido a propósito pero coincide que hoy es el Día Internacional del Libro y la verdad es que no se me ocurre mejor forma de celebrarlo que acostarme a las mascuantas por estar enganchadísima a un libro.
Bueno, también puedo hacer otra cosa, y es contaros mi historia de amor con los libros.
Esto que me ha pasado hoy me lleva pasando toda la vida, desde que tengo uso de razón. Desde mis primeros tebeos (mis favoritos, los de "La 13 rue del Percebe" ), pasando por las aventuras de "Los cinco" o las de "Los siete secretos", que eran el equivalente de mi época a la saga de los "Harry Potter".
Yo era la típica niña que siempre estaba con un libro en la mano, que vivía perdida en otros mundos, por lo que muy a menudo no me enteraba demasiado bien de lo que pasaba en éste. Con mis gafitas y mi libro en la mano me levantaba; me vestía haciendo malabarismos con la ropa para no tener que soltarlo; iba de un lado para otro de la casa sin levantar la vista del libro, tropezando con muebles, puertas y demás obstáculos animados e inanimados; meaba y cagaba idem de lo mismo, sin dejar de leer; comía sin apartar la vista ni un momento de mi libro y sólo lo dejaba cuando no tenía más remedio que ir al cole o que hacer los deberes. Nunca fui una estudiante brillante porque estudiaba lo justo para aprobar y lo hacía rápido y mal para poder seguir leyendo lo que yo quería.
Por la noche me podían dar las 12, la 1, las 2, las 3,
las 4.... Mi hermana, que compartía habitación conmigo, se tuvo que
acostumbrar a dormir con la luz encendida porque yo nunca veía el
momento de apagarla y cerrar mi libro.
Mi madre siempre:
- Chiquilla, deja ya de leer que te vas a quedar ciega!!!!!!!
Y no andaba muy descaminada la pobre porque mi punto flaco en cuestión de salud desde siempre fueron los ojos y mi miopía crecía a ritmo galopante año tras año, en buena parte por cuestión genética pero no dudo de que también tuvo que contribuir bastante mi pertinaz afición lectora.
Así fue transcurriendo mi infancia y mi adolescencia, casi siempre embebida en alguna historia que me alejaba inexorablemente del mundo real y me hacía viajar permanentemente por lugares y épocas remotos. Yo casi nunca era yo sino que vivía cientos de vidas mucho más apasionantes que la mía. Y hoy, muchos años después, puedo decir que es muy probable que haya vivido más intensamente muchas de esas otras vidas que la mía propia, que no es que no la haya vivido todo lo a tope que he podido pero juraría que he llorado y reído más por esas vidas ajenas que por la mía propia.
Porque entre otras cosas la lectura ha tenido siempre para mí un efecto terapéutico. Sí, amigos, en momentos difíciles, en situaciones dolorosas, cuando me he visto directamente afectada por duelos y quebrantos varios, me han salvado los libros. He tenido esa maravillosa posibilidad de evadirme de mi realidad para volar a esas otras realidades mientras se iban curando poco a poco mis heridas. Y casi sin darme cuenta iba saliendo de las penas y de las preocupaciones gracias a esa capacidad de trasladarme mentalmente muy lejos mientras iba capeando el temporal.
He seguido leyendo ya de mayor mientras mis hijos se apalizaban el uno al otro salvajemente, mientras saltaban por encima de mí en el sofá y se tiraban trastos a la cabeza y me los tiraban a mí. En plena batalla campal yo podía estar tranquilamente danzando en la Rusia de los zares o paseando con Sherlock Holmes bajo la neblina londinense o viviendo apasionados amores entre cumbres borrascosas o viajando por el Nilo con Hercules Poirot. Más de una vez me lo han reprochado ya de mayores, que yo me metía en mis libros y ni me enteraba si se mataban. Y es verdad, así se fueron autocriando como pequeños vándalos mientras yo vivía sumergida en vete a saber qué mundos de Dios.
Y así ha sido hasta el día de hoy, hasta esta misma noche, cuando he apagado la lámpara de mi mesita de noche a las 2, enganchada como una garrapata a la historia de amor, mala cabeza y peor suerte del inefable Santiago Cádiar y de su paciente y leal amada Candela Paz; a este libro que me cuesta horrores soltar y que cuando lo suelto, porque no tengo más remedio, estoy deseando volverlo a coger; a esta historia de amor y desventuras que vivo casi tan intensamente como mis propios amores y desventuras.
Y no concibo la vida de otra manera. Ni siquiera puedo explicarme cómo consigue vivir la gente que no tiene este consuelo, esta evasión, esta vía de escape, esta capacidad de volar muuuuy muuuuy lejos.
Cómo se puede vivir sin libros? Cómo se puede vivir sin sueños?
Feliz día del libro a todos.
Recuerdo que nos leíamos todos los tochos, novelas de amor encuadernados por el abuelo, que estaban en el Muriano.
ResponderEliminarMe siento tan reconocida en esto que escribes...
ResponderEliminarMe apunto el libro y dejo una recomendación: "La Universal", de Toti Martínez de Lezea.
No es una obra universal, ni pasará a la historia de los grandes, pero tiene unos personajes entrañables y te va a dar justo de lo que hablas en este post: la posibilidad de transportarte con mucho gusto al Madrid de 1906.
;)
Pues muchas gracias por la recomendación.
EliminarApuntada queda, aunque ya tendrá que ser para el año que viene porque el pedido de este año ya está hecho.
¿Tienes ebook?
ResponderEliminarQuizá pueda regalártelo.
No, yo sigo leyendo a la antigua usanza. Papel y dedito pa pasar página.
EliminarAdemás por principio sólo leo libros de la biblioteca, que pa eso los compramos. Pero ya he apuntado el tuyo para la compra de Navidad.
Yo voy alternando papel y libro digital.
ResponderEliminarSi la letra en papel es pequeña lo leo en el ebook. Ya me he acostumbrado.
Cualquier cosa antes que ponerme gafas.