Viendo el programa de televisión "Ven a cenar conmigo", al que me he aficionado recientemente, se produce un momento ya habitual en cada episodio: algunos comensales se levantan de la mesa para cotillear en la vivienda de la anfitriona, y descubren un verdadero arsenal de maquillaje, cosméticos de todo pelaje a los que la susodicha anfitriona parece ser gran aficionada.
- Jo, qué pasada, qué cantidad de pinturas!
- Normal, a todas las mujeres nos encanta el maquillaje.
- Pero esto ya es exagerao! Esta colección es de profesional.
La afirmación de la invitada cotilla me lleva a una profunda reflexión. De repente pienso en las tías que conozco y me centro fundamentalmente en las de mi trabajo. El gremio bibliotecario desmiente totalmente esa teoría, en mi curro las tías gastan menos en pintura que Kiko Matamoros en champú. Es penoso, de verdad. O eso o ya pasamos al otro extremo, que alguna hay que ella sola gasta en maquillaje el equivalente al PIB de Qatar.
En fin, yo creo que esta falta de coquetería generalizada es cosa de la edad, porque prefiero no pensar que es de la profesión en sí; sería terrible. Estoy segura de que todas mis compañeras en su juventud fueron coquetas y presumidas, sólo que en algún momento de su evolución personal o se cansaron o se aburrieron o por el motivo que sea dejaron de interesarse por estar guapas. Igual se fueron volviendo invisibles para los tíos y empezaron a plantearse "Pa qué?". O bien, después de un montón de años de matrimonio, cuando ya los maridos pasan de ellas como de la mierda, han llegado a la conclusión de que no merece la pena tunearse.
Es verdad que tampoco yo soy muy
forofa de los afeites pero mi barra de labios o al menos
mi gloss no hay quien me lo quite. No creo que haya que ir a currar como
si fueras a una fiesta pero hombre, una mijilla de arreglo, un algo, un nosequé... Yo tengo claro que aunque tenga chiquicientos años pienso ser una vieja pinturera de ésas que no pisan la calle sin haberse dado un toquecito de carmín en los morros o sin plantarse los tacones. To lo vieja y to lo pelleja que haga falta pero hecha un pincel.
Hay que pintarse, chicas, hay que ponerse guapas. Tampoco es plan de ponerse como una puerta pero hay que reivindicar el maquillaje, algo tan nuestro y tan de toda la vida. Lo que levanta la moral un buen toquecillo de carmín, por dioooossss! Está científicamente demostrado, en tiempos de guerra se disparan las ventas de labiales. No llevaríamos mucho mejor todo el rollo del Procés con un toquecito de color?
Nada de pereza, no puede ser que cumplir años se convierta en la coartada perfecta para abandonarse a la buena de Dios. Se puede ser vieja, se puede estar gorda, se pueden descolgar las tetas y el culo, pero que no nos falte nunca en el bolso una barra de labios. Manque sea de los chinos.
He dicho.
Ps. Otro día hablaré largamente de la aversión del gremio bibliotecario hacia los zapatos de tacón y por su afición al calzado ortopédico plano, lo más feo y asexual posible.
Ps2. Ah, y por el pelito corto.
Ps3. No, no son todas lesbianas, sabiondillos... Aunque muchas lo parezcan.
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