Continúan mis trepidantes aventuras con el personal de RENFE.
Os acordáis del maquinista de mañana de la semana pasada? Sí, al que le gustaban más mis faldas que mis pantalones. Bueno, pues esta semana está de tarde, y ayer me lo volví a encontrar en el tren de regreso. Os cuento:
3 de la tarde, último vagón, estación de Córdoba. Se me acerca el sujeto en cuestión cuando voy a bajarme del tren y me pregunta tal que así:
- Oye, perdona pero tengo curiosidad: tú qué estás estudiando?
Os podéis imaginar. Yo toda ojiplática de nuevo, primero porque se confirman mis sospechas de que esto se va a convertir en un interrogatorio diario sobre mi vida y milagros, pero segundo y principal, porque lo que menos me podía imaginar es que nadie se pudiera pensar ni de coña que yo vengo aquí a estudiar.
La cosa naturalmente me hace gracia y me echo a reir:
- No, yo no estoy estudiando. Yo trabajo en la Universidad.
- Ah, ya me parecía. Es que llevo unos cuantos años viéndote por aquí y tenía ganas de preguntarte.
- Bueno, la verdad es que estoy ya un poco granaíta para estudiar
- Granaíta????? Bueno, nunca es tarde, y tú debes de andar por los 29 o por ahí, no?
Tachán tachán tachán!!!!!! 29!!!!! Oooooooleeeeeeeee!
Fijo que no hay una sola tía que pase de los cuarenta que lea esto y no se ponga en mi lugar y entienda perfectamente el totum revolutum de cohetes, fuegos artificiales, chispitas, rayos, truenos y centellas que cruza en milésimas de segundo por mi mente. Wawwwwww, 29!!!!! Hossstia!
29 es la palabra mágica que convierte a este hombre de repente en el señor más simpático del mundo, e indiscutiblemente en mi maquinista de la RENFE favorito.
29 es, a efectos de mis simpatías personales, el equivalente al “Ábrete Sésamo” de la cueva de los 40 ladrones.
29 es la clave que abre la caja fuerte de mi corazón.
29 es, sin lugar a dudas, el número exacto de la felicidad y el éxtasis espiritual.
Que síiiiiiiiiiii, que ya sé que este señor no se cree ni harto vino que yo tenga 29 años, ni él ni nadie, por cegato que esté. La verdad es que este señor ha dicho 29 por una de estas razones o por varias de ellas:
1. Por regalarme la oreja y agradarme (y vive dios que lo ha conseguido)
2. Por animarme a ponerme falda más a menudo (y también es muy posible que lo haya logrado)
3. Por apuntarse un tanto en mi clasificación de maquinistas de la RENFE (objetivo más que cumplido, puesto que ha pasado a ser el primero en mis preferencias)
4. Por enterarse de los años que tengo sin parecer grosero, más bien al revés, quedando como un caballero español de los de toda la vida de Dios (también lo ha conseguido, puesto que confesé ipso facto y me situé con arrojo y valentía al borde de los 50)
A decir verdad, esta última posibilidad es la más probable. Está visto que este colectivo se siente especialmente curioso con respecto a mi realidad vital y, a ver, de alguna manera tendrán que enterarse las criaturas de los detalles más espinosos. De ahí esa cifra mágica que a mí me ha alegrado el día y que a él lo ha colocado en la pole de mi ranking ferroviario.
Pero no le puedo negar al hombre su mérito. Podía haber dicho igualmente 30, 34, 36 e incluso 40 y yo estaría tan feliz como una perdiz. Pero ese detallazo, ese esfuerzo por no traspasar la barrera de los 30, por dejarme elegantemente en la mítica veintena, pese a quedar incluso un tanto ridículo… Qué coññño, que el tío se merece un completo de falda toda la semana!
Así, sin miserias, con generosidad, con esplendidez, con magnificencia, como es una de por sí. Además, que es de bien nacía ser agradecía.
Y a partir de ahora este señor pasará a ser conocido tanto en este blog como en mis charlas habituales como “El maquinista del 29” , en honor a tan emblemática y galante cifra. Y oleeeeeee.
Ps. Mi amigo Manolo apunta otra posibilidad que no se me había ocurrido: que este maquinista quiera meter su tren en mi hangar. Ahí queda.
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