Bueno, lo primero es lo primero: feliz Día del Libro a todo el mundo, vamos, a todos los amantes de los libros, porque a los demás esto como que ni fu ni fa ni chicha ni limoná.
Ya sé que estos días estaréis saturados de oír hablar de García Márquez y muchos pensaréis: “Joder, otra vez nooooooo. Por favor, noooooooo”.
Pues lo siento, no tengo más remedio. Porque se da la circunstancia de que “Cien años de soledad” es mi libro favorito y quien ha muerto es su artífice, para mí el más grande escritor de todos los tiempos, incluídos TODOS. Hasta Cervantes, hasta Shakespeare, fíjate.
Pues lo siento, no tengo más remedio. Porque se da la circunstancia de que “Cien años de soledad” es mi libro favorito y quien ha muerto es su artífice, para mí el más grande escritor de todos los tiempos, incluídos TODOS. Hasta Cervantes, hasta Shakespeare, fíjate.
Pero no os asustéis, no voy a hacer un ejercicio de sesuda crítica literaria, primero porque no sabría y segundo porque a mí también me aburren mogollón. Yo, como lectora normalita y poco sospechosa de elevados criterios intelectuales (ahí tenéis, por ejemplo, mi listado de libros recomendados, que es más bien de corte populista-populachero*), soy poco propensa a lecturas de alto nivel como las de los premios Nobel, a la mayoría de los cuales he intentado leer sin conseguir pasar de la tercera página. Sí, tú no eres el único, somos muchos muchísimos.
Por eso García Márquez es un caso raro en mi curriculum lector. Y no García Márquez en general sino “Cien años de soledad” en particular. Porque para mí en esa novela está todo lo que es importante en la vida: el amor, la muerte, la enfermedad, la religión, la magia, la política, la guerra, la familia, la envidia, la cólera, el miedo, el hambre, el sexo, el bien, el mal, la corrupción… No hay un solo tema importante que no esté perfectamente retratado en la obra magna del gran Gabo. Todo lo demás que ha escrito es redundante y no se puede comparar ni de lejos con su obra cumbre.
Y el caso es que hice un primer intento de lectura y me salió rana porque no conseguí pasar del primer capítulo, y esto a trancas y barrancas, costándome un huevo. Pero un buen día eché mano de mi pundonor literario, porque tanto y tan bien había oído hablar de la novela que tenía que volver a intentarlo. Y fue ahí, justo cuando pasé del primer capítulo, el de José Arcadio Buendía y Melquíades, que se me hizo bastante pesado, cuando entré de lleno en Macondo y ya no salí de allí ni un solo segundo hasta que no llegué a la última página.
Y además de ser mi novela favorita es probablemente la que más y mejor he estudiado. Casualmente al poco de leerla, me tocó en la carrera un profesor, Ramón Morillo-Velarde, de los Morilllo-Velarde de toda la vida (que la UCO los guarde en su gloria), que dedicó gran parte de la asignatura de "Crítica literaria" a estudiarla. Yo estaba totalmente enamorada de ese tío, me quedaba embobada en sus clases y nadie lo comprendía, porque el individuo era bastante sieso y suspendía a casi todo el mundo, pero cuando empezaba a hablar de Macondo a mí me parecía el más hermoso doncel del reino. Me habría pasado horas, días y años, cien años incluso, escuchándolo. De hecho, en el examen final puso una pregunta sobre el concepto del tiempo en “Cien años de soledad” y... tachán tachán!! Lo peté, saqué la mejor nota de la clase. Ahí sí que me explayé hablando de los ciclos en Macondo, de los Arcadios y los Aurelianos, del eterno retorno, de los nombres repetidos, de la vida que gira… en fin, creo que si hubiera hecho una tesis tendría que haber sido sí o sí sobre ese tema porque me parecía (y aún me lo parece) el más apasionante del mundo.
"Cien años de soledad" es el compendio de la vida, como ya he dicho, pero también de lo que es para mí la literatura, ese sumergirse en mundos imaginarios que alguien ha inventado para ti, esa comunión del lector con el escritor de la que tanto se habla pero que yo no he sentido nunca con nadie como con García Márquez. Luego he leído otras cosas suyas, incluidas memorias y relatos periodísticos muy personales, pero no se ha vuelto a repetir jamás esa sensación de comunicación íntima que sentí cuando entré en Macondo y conocí a José Arcadio Buendía, a Úrsula Iguarán, al coronel Aureliano, a José Arcadio el del pene portentoso, a Aureliano Segundo, a Amaranta, a Úrsula Amaranta, a Rebeca, a Remedios la bella…
En fin, fue tanta mi afinidad con el escritor y su mundo que cuando ha muerto es como si hubiera muerto alguien muy cercano, no sé, un pariente o un amigo a quien has querido muchísimo aunque lleves años sin verlo. No como esas personas que forman parte de tu cotidianidad, no, sino como alguien del pasado que te ha dejado una huella profunda e imborrable.
Y por eso hoy, Día del Libro, cuando hace apenas una semana que don Gabriel de Macondo se ha ido, a pesar de la saturación, a pesar del bombardeo mediático y a pesar de que es imposible decir nada que no se haya dicho mil veces antes mucho mejor, no tengo más remedio que escribir este post dedicado a quien formó parte de mi vida de una manera tan intensa y me hizo tan feliz durante un tiempo que no quiero olvidar, por más años de soledad que pasen por mí.
Gabo, descansa en paz for ever. Ojalá mis hijos y los hijos de mis hijos y los hijos de los hijos de los hijos de mis hijos y toda mi estirpe descubrieran tu Macondo como un día lo descubrí yo.
*Mi lista actualizada de libros recomendados, para quien le interese:
http://arfondoalaizquierda.blogspot.com.es/2013/05/libros-recomendados.html
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http://arfondoalaizquierda.blogspot.com.es/2013/05/libros-recomendados.html