Algunos ya lo sabéis, para otros será novedoso; en fin, para unos y para otros ahí va la historia tal y como ocurrió, con todo lujo de detalles.
Érase que se era que estaba yo un buen día, un sábado de septiembre, paseando al Manolo (mi perro) y me encontré de sopetón con una carrera, sólo de mujeres. Qué guay, vamos a verla.
En fin, el caso es que yo, que siempre había sido del nutrido club de los "Correr es de cobardes", tuve de pronto una visión de mí misma con deportivas, leggins y camiseta sintiendo el viento en mi cara mientras mis pies volaban sobre el asfalto, y allí mismo, en ese instante preciso, tomé la decisión: yo también voy a correr. Y dicho y hecho, todo el que me conoce sabe que, como dice la copla, mi palabra es la ley.
El primer día le birlé las zapatillas a mi hija porque yo no tenía, pero al siguiente moví los hilos domésticos adecuados y conseguí mis propias zapatillas. Yo, la reina del tacón, la cuña y la plataforma, en zapatillas de deporte!!! Pues sí, ver es creer.
El resto de la equipación la tenía en casa; sólo tuve que adquirir un pequeño bolsito riñonera para llevar mis llaves, mi móvil y mi inevitable paquete de klínex de alérgica crónica. Lista para machacar el suelo bajo mis pies. Pobre ilusa!
Ni corta ni perezosa al día siguiente, sin más dilación, perfectamente equipada, salí a correr. Mi primera intención había sido hacerlo con mi Manolo porque el día de la carrera vi a algunas atletas que corrían con sus perros y me pareció una bonita actividad para compartir con tu mascota. Claro que esos otros canes tenían una envergadura importante; el pobre Manolo (os recuerdo, un mix entre chihuahua y salchicha, en definitiva, una menudencia canina), cuando habíamos recorrido cien metros, empezó a arrastrar la lengua, a lloriquear y a ponerse a dos patas para que lo cogiera en brazos. Total, que lo cogí, la lengua toda fuera, sin resuello, y lo llevé de esta guisa a casa, donde lo dejé bebiendo agua de su cuenco como un poseso, mientras yo me volvía a la calle para seguir en solitario con mi carrera deportiva recién inaugurada.
En la esquina me encontré a un vecino mío que también corre haciendo sus ejercicios de calentamiento y pensé para mis adentros: "Menuda gilipollez, tanta pose y tanto pego, si esto es supersencillo. No hay más que poner un pie delante y otro detrás y ya estás corriendo. Lo que le gusta a la gente gilipollear". Sí, éstos fueron mis pensamientos, lo confieso. Menudo castigo me esperaba por chulilla y por imbécil.
Yo nada, a lo mío; ni calentamientos ni pollas, que una no es de Bilbao pero como si lo fuera. Eso sí, me iba parando a ratitos, tampoco estoy tan loca. Y de todas formas es que me asfixiaba, no tenía más remedio que ir parándome. Hacía series como de 300 metros, 200 corriendo y 100 andando y resoplando. Así tres o cuatro, vamos, una vuelta y media a las pistas deportivas del Fontanar, para que os hagáis una idea.
Pero a todos los efectos como si hubiera hecho la maratón de Nueva York, llegué a casa sudando como un pollo pero toda satisfecha conmigo misma, y me pegué una ducha fría que me hizo sentirme una auténtica atleta olímpica. Estaba feliz, pletórica; por fin había encontrado mi lugar en el mundo. En el mundo del deporte, se entiende.
Repetí la secuencia dos o tres días más, ya completamente en soledad porque había comprendido que el Manolo no era buena compañía para esto. Yo supercontenta, aunque en mi casa los degenerados de mis hijos se cachondearan de mí. "Mamá, cuántas vueltas has dado hoy? Uyssss, pero si has corrido 15 minutos, campeona, juasssssss".
En fin, a palabras necias oídos sordos; yo seguía a lo mío, dispuesta a demostrar al mundo mis dotes y mi capacidad de entrega y sacrificio deportivos. Me sentía una Rafa Nadal amateur, una sufridora nata. Descubrí que sudar y meterse bajo el agua después era un goce casi orgásmico y por primera vez en mi vida entendí el enganche de los miles de personas que por el mundo corren como si les persiguiera el mismísimo diablo. Yo ya formaba parte del club, era una de ellos. Poquito a poco pero con paso firme pensaba ir aumentando cada día mi dosis de asfalto hasta convertirme en una auténtica corredora de pro.
A los pocos días decidí que iba a aumentar a 3 vueltas y que iba a intentar ir andando lo menos posible. Por descontado en la esquina de mi calle volví a encontrar a mi vecino haciendo sus ejercicios de calentamiento y, cómo no, volví a pensar: "Cuánta gilipollez, déjate de chorradas y ponte a correr, coñññññño. Mírame a mí, que corro sin tanta tontería y tanto pego". Ese día di las 3 vueltas y mi satisfacción iba en aumento.
Al siguiente era festivo y decidí correr por duplicado, mañana y tarde. Dicho y hecho, hice doblete, aunque cuando volví a casa después del turno de tarde iba un poco tocaílla. Agujetas, pensé. Ja, otra vez pobre ilusa!
Cuando me levanté al día siguiente y apoyé los pies en el suelo vi las estrellas de todas las galaxias del firmamento juntas. Ayssssssssss, qué agujetas, volví a pensar en mi ignorancia. Pero como pude conseguí ponerme en marcha y cumplir con mis deberes laborales, familiares y deportivos.
Al llegar la tarde, como siempre, saqué a mi perro de paseo y luego me puse mi equipación para correr, pero cuando intenté dar la primera zancada me di cuenta de que era imposible. Lo atribuí a las temidas agujetas y decidí parar un poco el ritmo; durante unos días me limitaría a andar rápido y pegar una carrerilla de vez en cuando.
Sí sí sí. Ni carrerilla ni andar ni pollas en vinagre. Ese fin de semana prácticamente no podía moverme, las agujetas me estaban matando. Conseguí arrastrarme dos días más hasta el trabajo; la bici era mi salvación porque cuando me montaba en ella el dolor desaparecía automáticamente y volvía a sentirme persona de nuevo. Al bajarme me temblaban las canillas de puro terror: dios míiiiiio, otra vez a andar. Me moría sólo de pensar en dar un solo paso.
Al tercer día sucumbí y me quedé en casa. No tuve más remedio que darme cuenta de que aquel dolor ya sobrepasaba lo que eran unas agujetas normales y corrientes de las de toda la vida de Dios.
Y ahora viene lo mejor, lo que de verdad creo que me define como persona y como tarada auténticamente vocacional.
Procedí a identificar con todo cuidado aquel dolor y decidí que provenía del talón. Inmediatamente me fui al Google y tecleé: "dolor talón". Tropecientas entradas. Vale, estudiémoslas concienzudamente. Me fui metiendo una por una, y tras visitar las cinco primeras por fin llegué a mi conclusión y a mi diagnóstico clínico: "Fascitis plantar". Paradojas de la vida, una rojilla de toda la vida al final termina padeciendo una enfermedad con nombre facha. "Fascismo plantar, mamá?" Me dijo mi propia hija con bastante cachondeo.
La fascitis plantar es una lesión en el talón muy frecuente entre deportistas y sobre todo entre atletas. Naturalmente me sentí identificada de inmediato, como atleta en ciernes que era. Sin más dilación informé a algunos amigos por guasap: "Tengo fascitis plantar". Y eso qué es, preguntaron todos. Menudo nombrecito, comentaron otros. Les puse al corriente en pocas palabras: es una lesión frecuente entre deportistas y se cura con reposo absoluto, hielo y antiinflamatorios.
Zafarrancho de combate en mi casa. Sacamos el arsenal químico para estas ocasiones: Voltarén en crema y en pastillas, Ibuprofeno y bolsas de hielo. Ah, y unas muletas que conservamos desde que alguien nos las prestó para el último tullido, uno de mis hijos, creo.
Con todos estos preparativos, una vez hecho el diagnóstico y comenzado el tratamiento, me informo por Internet de que el médico adecuado para esta dolencia es el podólogo. Yo nunca he ido al podólogo, pensaba que era el médico de los callos, pero llamo a mi seguro (por razones de salud que ya conocéis tengo seguro médico privado) y pido cita para el susodicho. El jueves por la tarde, guay.
No es podólogo; es podóloga.
- Hola, buenas tardes.
- Buenas tardes. Usted me dirá.
- Pues nada, que tengo fascitis plantar y me duele muchísimo. No puedo dar un paso, estoy paralizada por completo.
La podóloga me pide que me descalce, coge mi pie como si fuera el zapatito de Cenicienta y lo mira con interés.
- Uysss, pie cavo. La fascitis es muy típica en personas con el pie cavo. Y si encima hacen deporte sin calentamiento previo es fatal. (Glups)
Y dicho esto me da una lección magistral sobre las causas de la fascitis plantar, el modo de prevenirla, sus síntomas y el tratamiento. Todo lo que yo ya sabía: reposo, hielo y antiinflamatorios. Me receta una pomada, me dice que con ella me sentiré mucho mejor y que en menos de quince días se me habrá pasado. Si no, tendré que ir al traumatólogo y lo mismo hay que hacer infiltraciones de corticoides. Pero vamos, que seguro que no, que se me pasa antes. Muy bien, gracias, hasta luego, adiós.
Mi pomada, mi hielo, mis pastillas, mi reposo... los días que me he cogido en el trabajo, que se acaban, y yo sigo dando muletazos al más puro estilo House, drogándome como una yonki y sin ser capaz de dar un paso sin gritar. Si me doy de baja me tocan la nómina y entre las congelaciones salariales y la subida del puto IPC estoy más tiesa que una estaca; nada, tengo que ir a trabajar sí o sí, aunque sea minusválida perdida. El rato que vaya montada en la bici genial; el resto, a apretar los dientes, a hacer de tripas corazón y a arrastrarme por esa biblioteca mastodóntica en la que para llegar de un lado a otro hay que atravesar distancias semejantes a las dimensiones de Groenlandia.
Madre mía, qué lejos está todo y qué poquita cuenta nos damos cuando podemos andar con normalidad. Cómo es posible que yo considerara un agradable paseíto el que va desde el aparcamiento de bicis, la zona de ticaje y mi puesto de trabajo. Cómo esos cientos de miles de kilómetros me pudieron parecer un día unos pocos metros ideales para hacer algo de ejercicio matutino. Cómo conseguía llegar tan fresca y tan lozana hasta mi mesa cuando ahora es casi como atravesar el desierto del Gobi ida y vuelta con una tormenta de arena y vientos en contra de 300 kilómetros por hora.
Y lo que es peor, cómo conseguir caminar con mi habitual estilazo, glamour y movimiento sexi, sin que se note la puuuuuta cojera, mientras los lagrimones se me caen como puños del puuuuuto dolor y me estoy cagando en el jodido cabrón hijodeperra que diseñó esa puuuuuuta biblioteca.
No puedo esperar los 15 días que me ha dado de plazo la podóloga. Ni de coña. Aparte de que su autoridad profesional me resulta más que discutible, sobre todo porque mi dolor no remite e incluso diría que cada día va a más, o al menos, yo así lo siento.
Oiga, me da cita para el traumatólogo? El lunes por la tarde? Vale, gracias.
- Hola, buenas tardes.
- Buenas tardes, siéntese. Cómo se llama, yo Eduardo. Usted dirá.
- Pues verá, Eduardo, tengo fascitis plantar y estuve la semana pasada en la podóloga, que me mandó una pomada específica y me dijo que iría mejorando, pero cada vez estoy peor y he decidido pedir una segunda opinión.
- Muy bien, veamos ese pie.
Coge mi pie con tremenda delicadeza de traumatólogo conocedor de las miserias y dolores humanos y empieza a pulsar teclitas. Duele aquí? No, ahí no. Aquí? No, tampoco. Aquí? No, es por aquí. Aquí? No, un poco más arriba. Aquí? Un poquito más. Y a la izquierda. Ahí ahí ahiiiiiiiiiiií. Aaaaaaaarrrrrggggg!
(Es sólo un traumatólogo tocando un pie. Deja de sobarte, coññño! Compórtate!!! Pero por qué no me leerán nada más que salidos???)
En fin, que Eduardo tira mi diagnóstico por tierra: "Esto no es fascitis, esto es tendinitis. A ti lo que te duele es el tendón de Aquiles. La tendinitis es una lesión muy frecuente sobre todo si se hace deporte sin el suficiente calentamiento" (Glups)
Diossssssss, San Google me ha fallado una vez más. Llevo una semana pregonando mi fascitis plantar a diestra y siniestra, incluso recabando información de mis compañeros de trabajo que también han sufrido la dolorosa experiencia, entrando en foros sobre fascitis plantar, dando mi opinión, sentando cátedra en función de mi propio dolor y de su evolución hacia la cronificación, y... todo lo que tengo es una vulgar tendinitis de mierrrrda????
En fin, termino porque me deprimo aún más. Sigo padeciendo horrores: mi vida deportiva ha terminado y no sé si alguna vez seré capaz de reanudarla. Recorrer los 1000 metros desde mi bici a mi mesa de trabajo y viceversa es una tortura similar a que me arrancaran las uñas de los pies con unas tenazas de los chinos. Para colmo la dirección, carente por completo de un mínimo de sensibilidad, ha cerrado la puerta de proveedores, que me ahorraba 350 pasos contabilizados hasta llegar a la bici.
Mi mundo se ha hundido. Sólo pensar en bajar con la bici a cuestas las escaleras del tren tengo que apretar los dientes y pedir fuerzas a todo el santoral, en el que encima ni creo. Mantener la dignidad de mi antológico andar sexi y glamouroso me cuesta Dios y ayuda. A veces el sudor chorrea por mi cuello mientras bajo cada escalón haciendo malabarismos para no dar ese paso fatal que... ayyyyyyyy... me mata.
Y como no he tenido bastante con el Google, ayer volví a teclear: "cuánto dura dolor tendinitis aquiles?" Y desde que leí las respuestas ahora encima no puedo dormir.
Pues sí. Cegata, medio sorda, ahora tullida, y encima... insomne. Quién da más.
Y por si fuera poco, otro castigo del señor: hoy he vuelto a ver a mi vecino haciendo ejercicios de calentamiento.
Esto no es vida.
Postdata. A fecha 21-10-2013 apostillo: He ido a hacerme una ecografía del talón y el radiólogo me ha vuelto a cambiar el diagnóstico; no tengo tendinitis, ahora tengo una cosa que se llama bursitis. Creo que he batido todos los récords: he corrido 500 metros y ya llevo tres lesiones. No quiero ni pensar si llego a correr una maratón.
(Probablemente continuará con nuevos diagnósticos)
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