Me siento francamente desolada. Estamos inmersos en una interminable, infumable y sonrojante campaña electoral y cada día que pasa se le quitan más a una las ganas de votar. Yo, que siempre he sido una entusiasta participante en las convocatorias electorales tengo ahora casi tanta ilusión por éstas como por tirarme por un barranco.
La polarización política no invita demasiado a movilizarse. Todos peleándose a uno y otro lado para ver cuál es el más de izquierdas o el más de derechas, el más auténtico, el más pata negra. Todos intentando acojonar al personal con que si no salen ellos terminarán saliendo los otros, que son los malos, y entonces lo vamos a pasar fatal y nos van a caer encima las sietemil plagas y no sé qué más predicciones agoreras espeluznantes. Los valientes que finalmente se atrevan a votar probablemente lo harán con tanto miedo que los temblores les impedirán meter la papeleta en la urna.
Ciudadanos, que parecía ser un elemento conciliador situado en una esperanzadora centralidad, nos dejó huérfanos totalmente a todos aquéllos que buscábamos ese punto de encuentro entre contrarios, que no comulgamos al cien por cien con las ruedas de molino de la izquierda (hartos de la omnipresente ideología de género, de la resucitación de la momia Franco, y/o del extraño colegueo con el independentismo, etc.) ni mucho menos con los dogmas ancestrales de la derecha patria (discursos antiaborto y antieutanasia, clericalismo rancio, ultranacionalismo casposo, etc.).
El día nefasto en el que Rivera tuvo la demencial idea de anunciar que nunca, bajo ninguna circunstancia, pactaría con Sánchez, dejando como única alternativa viable el pacto con la más montaraz derecha de Casado y Abascal, nos dejó en la estacada, totalmente abandonados a la buena de Dios, a aquéllos que confiábamos en una salida centrada a esa polarización, en la única alternativa posible a un gobierno Frankenstein o a otro Francostein. Ahora la única opción que nos deja es quedarnos en casa y llorar por lo que pudo haber sido y no fue.
La desolación más absoluta me invade. Miro a un lado y a otro y no veo más que mucho macho denunciando el exceso de testosterona del bando contrario. Todos hiperventilando. En realidad la única alternativa a la testosterona pura es la pareja presidencial Iglesias-Montero, que se reparten a tiempo parcial las labores del hogar y de la crianza de los hijos e hijas con las labores de representación de su partido, que unos ratos se llama Unidos Podemos y otros Unidas Podemos. Con este panorama a quién coño vota una?
Desde la más triste orfandad política yo pregunto: tan difícil era, Rivera, hijo, estarte calladito antes de las elecciones y dejarnos que siguiéramos pensando que una tercera vía era posible? Nos tenías que lanzar de cabeza a la abstención, al vacío, a la nada? No te enseñó tu mamá de chiquito aquello tan sabio de que si no tienes nada interesante que decir lo mejor es el silencio?
En fin, ésta será la primera vez que me abstenga voluntariamente en unas elecciones (la otra vez que lo hice fue porque estaba ingresada en el hospital) y me da mucha pena. Pero cuando no te dejan alternativa, cuando no quieres ser cómplice de aupar al poder a ninguno de estos cenutrios que por desgracia tenemos como líderes políticos, qué otra cosa puedes hacer?
Pues eso, lo que nos decían nuestras mamis: el silencio por respuesta.
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