viernes, 25 de enero de 2019

Héroes y villanos

Sigo navegando por Twitter, que es una fuente constante de inspiración. Ahora la cosa va de los mineros que están excavando la montaña para encontrar el cuerpo del niño Julen que se cayó a un pozo. Efectivamente todo el mundo coincide en que esos mineros son auténticos héroes que van a jugarse el pellejo para sacar de ahí a ese chiquillo, incluso con la vana esperanza de sacarlo vivo, cosa prácticamente imposible pero que inexplicablemente todo el mundo espera como casi segura. En fin, otro día hablaré de esas histerias colectivas que llevan a las masas a creer en milagros mediante un permanente taladro mental de los medios de comunicación.

Bueno, el caso es que de repente empieza a surgir gente que habla de la hipocresía de la sociedad, que ahora alaba a esos mineros, que son los mismos que hace poco eran vilipendiados y tratados como terroristas (eso decían los tuits) por defender sus derechos y sus puestos de trabajo.

Esto me da que pensar en la increíble facilidad que tenemos en este país para convertir a la gente en héroes y en villanos, a menudo a las mismas personas o colectivos. Cómo elevamos a los altares a alguien y luego si se tercia le echamos toda la mierda posible encima, y viceversa.

Paralelamente a lo de los mineros hay otro Trending Topic sobre Juan José Cortés, el padre de la niña Mariluz que fue asesinada por un pederasta. Este hombre en la último convención del PP desde el estrado habló de Julen y tuvo una intervención cuanto menos discutible, yo diría que de bastante mal gusto. Hizo un uso político del asunto y eso no se puede negar. Además ha cobrado un protagonismo  en este caso que no todo el mundo entiende, dirigiendo rezos colectivos, erigiéndose en portavoz improvisado de los padres, etc. En fin, lo están linchando en las redes.

Otro caso de héroe convertido en villano. Este señor en su día fue considerado un paradigma de padre modélico por la entereza y la paz espiritual que desprendía a pesar del trago tan amargo por el que tuvo que pasar. Posteriormente su lucha por el endurecimiento de las penas para asesinos y pederastas le supuso muchas simpatías por parte de la gente que lo consideraba una especie de Padre Coraje que vivía por y para hacer justicia, junto con otros padres como los de Marta del Castillo y más recientemente el de Diana Quer. Por contra la gente contraria al endurecimiento de penas, vamos, la progresía en general, empezó a hablar de él como de un individuo enloquecido por el dolor que buscaba venganza. Su posterior ingreso en el PP y el hecho de ir en sus listas en una candidatura directamente lo convirtió para muchos en un vividor, un indeseable y un sinvergüenza. Y ya esto último del niño Julen ha hecho de él probablemente uno de los personajes más odiados del país, y creo no exagerar. Se dicen de él auténticas barbaridades.

Otro caso, los taxistas. Recordáis cuando el 11-M o cuando el atentado de Barcelona todo eran alabanzas a los taxistas porque habían llevado a cientos de personas a sus casas sin cobrarles en aquellos momentos de caos total y de estupor colectivo? Bueno, pues son exactamente los mismos taxistas que de repente han empezado a bloquear ciudades, ponerse violentos con los conductores de VTC, y tocar cojones y pipillas al personal con sus declaraciones cargadas de agresividad y con sus malos modos.

Y todo esto me ha hecho reflexionar. Es posible que todos alberguemos a un héroe y a un villano, que pueden convivir perfectamente en nuestro interior,  sin que ello implique la menor contradicción. Que el mismo tío que un buen día se juega la vida tirándose al mar para salvar a un niño unos años después puede matar a su mujer porque lo ha abandonado. Que la misma señora  que cuida durante años a sus padres enfermos y que sacrifica su vida por ellos puede destrozar la vida de otra mujer injuriándola y difundiendo maledicencias sobre ella sólo porque le cae mal o porque siente una envidia insoportable hacia ella.

No, no es hipocresía, como lo llaman los tuiteros que escriben sobre los mineros. Es que la vida es así.  Es muy probable que la maldad y la bondad absoluta no existan, que todos en un momento dado seamos capaces de lo mejor pero también de lo peor. Pero también es cierto que esta propensión tan autóctona, tan nuestra, a exagerarlo todo, a ensalzar hasta el hastío a unos y a lapidar sin piedad a otros, contribuya en gran medida a que seamos un país un tanto caricaturesco.  Incluso un poco esquizoide.

No os parece?

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