ESTOY DE VACACIONEEEEEEEESSSSSSSSS, GUAUUUUUUUUUUU!!!!!!!!
Ejem, siento este momento de expansión tan poco poético y elegante pero es que no lo he podido evitar. Cada año cuando llega este instante sencillamente no puedo hacer otra cosa más que saltar, gritar y darle gracias a la vida por tener acceso a esa cosa maravillosa que muchos no pueden ni soñar: las vacaciones pagadas.
Lo siento fundamentalmente por mis amigos y familiares autónomos que curran como bestias y no tienen ni la más remota idea de lo que hablo. Desde aquí un fuerte abrazo para todos ellos. Sin recochineo, de verdad, esto debería de ser obligatorio para todo el mundo en el universo entero.
Y una vez autojustificada por mis excesos expresivos me gustaría hablaros de un artículo que acabo de leer y que viene muy al hilo de lo que pretendía comentar. En realidad éste viene a ser mi post de todos los años en el que acostumbro a elogiar el descanso vacacional entendido como tal y no como ese afán de agotar hasta el último minuto moviéndose compulsivamente de un lado a otro que suele practicar la gente con estos días privilegiados que nos han sido dados. Que no regalados, por cierto, porque fueron muchos los que lucharon por este derecho que por desgracia mucha gente aún no tiene, y ya no sabemos si incluso irá desapareciendo poco a poco para todos nosotros como una especie en extinción. A estas alturas no me extraño de nada.
El artículo que tanto me ha gustado se titula "Elogio de la rutina". Y va seguido de un subtitular precioso: "Hay para quienes hacer todos los días lo mismo es una maravillosa manera de no aburrirse" . El autor es un tal J. Ernesto Ayala-Dip (al que no conozco de nada, por cierto, pero cuyo nombre me parece justo reseñar), y parece estar hablando en todo momento de mí, de mis gustos, de mi forma de vida y de todo aquello que año tras año defiendo en mis posts sobre esa vida sencilla y relajada, y en efecto rutinaria, que tanto me gusta.
Os paso el enlace por si estáis interesados en leerlo:
https://elpais.com/elpais/2017/07/10/opinion/1499675917_952426.html
Y aquí va un fragmento:
Si me atrevo a desafiar la paciencia de los lectores es porque todo lo escrito nace del entusiasmo que me causó la última película de Jim Jarmusch, Paterson. Un auténtico canto a la rutina. El director norteamericano crea en la figura de un conductor de autobuses, uno de esos conductores que uno se encuentra y saluda cuando se monta en el vehículo que lo llevará hasta su casa o su faena, el paradigma de la monotonía por excelencia. Jarmusch enseña que en la rutina es posible encontrar también lo nuevo (que no lo novedoso), toparse milagrosamente con una epifanía. El conductor de la película se llama Paterson, el mismo nombre de la ciudad en la que vive con su imaginativa y bella mujer... Paterson, el conductor, se levanta todos los días a la misma hora para acudir a su trabajo de conductor. Siempre lleva consigo una libreta donde anota versos que por la noche le recitará puntualmente a su expectante esposa también a la misma hora. Todo exactamente igual de lunes a viernes. Los fines de semana, más lectura, más escritura. Por las noches saca a su perro y hace un alto en un bar donde todos lo conocen y toman con él una cerveza. Paterson no conoce otra forma de felicidad plena que conducir su autobús, leer a William Carlos William, escribir poesía y leérsela a su mujer. Todos sus días y horas, que transcurren tan luminosamente idénticos.
Me encanta Paterson. Me identifico plenamente con él. Yo, al igual que este sencillo conductor de autobús, no conozco otra forma de felicidad plena que seguir día a día con las pequeñas rutinas que llenan mi vida. No las cambiaría por nada del mundo. Sólo las varío levemente durante las vacaciones pero es para incorporar nuevas rutinas mucho más relajadas, que no implican prisas ni miradas al reloj, pero que son tan maravillosamente cotidianas como las otras.
Ya he dicho muchas veces que para mí las vacaciones de verano son eso, vacaciones. No necesito viajar ni hacer planes estupendísimos ni llenar mi vida de experiencias y momentos excitantes. Sólo necesito descansar. Dejar de madrugar (eso me da la vida porque para mí levantarme temprano es una verdadera cruz), darle a mi cuerpo la oportunidad de que marque sus tiempos (ayyyyyy, mi tránsito intestinal cómo agradece estos días), estar más tiempo con mi gente (incluyendo a mi perra)... en definitiva, vivir a mi libre albedrío sin tener que fichar en ninguna parte la hora de entrada y la de salida. Marcar yo mis propias rutinas, compuestas por cosas que me apetece hacer y no por cosas a las que estoy obligada; y algunos días saltarme esas rutinas para hacer algo especial, pero dentro de esa misma sencillez que es mi late motiv vital, cosas como quedar para cenar, ir de compras, pasear por un mercaíllo, asistir a algún concierto, o a algún cumple, o a alguna celebración inesperada... actividades que hacen que ese día sea un poco distinto a los demás pero tampoco demasiado.
Yo, como Paterson, encuentro la felicidad en la cotidianeidad de mi rato de gimnasia musical casera, los desayunos laaaaaaargos y sin prisas en la terraza, los paseos con mi perra, la lectura diaria, la siesta de tres horas (ayyyyy bendita siesta!!!!), el baño en la piscina con su correspondiente dosis de sol (nunca más de una hora) , la cervecita del mediodía, los ratitos de charla con mis hijos, con mi novio, con mis amigos..., escribir y compartir momentos en mi blog... Es que no necesito nada más.
No necesito embarcarme en desplazamientos masivos de esos que tanto le gustan a la gente. No necesito carreteras llenas de coches, ni aeropuertos empetados de personas y de maletas, ni playas hasta la bola ni baños en aguas sospechosamente turbias, ni visitas a ciudades o pueblos invadidos por turistas. No sólo no necesito nada de eso sino que huyo de todo ello como de la peste.
Bendita rutina en la ciudad dormida, esa Córdoba desértica del mes de agosto. Bendito veraneo a lo Paterson, ese hombre tranquilo que no necesita más para ser feliz que conducir su autobús, pasear a su perro, tomar su cerveza en el bar con los amigos, escribir sus versos y leérselos cada noche a su mujer. Puede haber algo mejor que una vida sencilla llena de momentos gratos que le hacen sentir a una que no puede haber nada igual en el mundo?
Siempre lo he dicho: la felicidad está en nosotros; la gente que la busca ahí fuera difícilmente la encontrará.
Y recordad: