jueves, 14 de abril de 2016

Llorando en el curro

A menudo lloro en el trabajo. Pero vamos, unas lloreras importantes, no penséis que son cuatro lagrimillas.

No, no es por mi situación laboral, que para lo que se estila hoy en día, es bastante aceptable. La verdad es que lloro porque en el fondo soy una sentimental.

Veréis, en la zona de la biblioteca donde yo presto mis servicios una de las cosas a las que nos dedicamos son las tesis doctorales, los proyectos fin de carrera y los trabajos fin de grado.  Nosotras los registramos y los catalogamos  para posteriormente custodiarlos y ponerlos a disposición de los usuarios que los pidan.

Bueno, pues mis lloreras tienen que ver con los agradecimientos de los autores de esos trabajos. Como para catalogarlos no tengo más remedio que echarles un vistazo para ver de qué tratan y darles una materia adecuada, al final siempre me termino tragando enterita la parte de acción de gracias, que es la que más me gusta. Vamos, que estoy superenganchada.  Normalmente me salto la parte primera dedicada a directores de tesis y compañeros de Departamento y me voy al final, a la parte de amigos y familiares, que es donde te enteras de todos los chismes, si están casados, solteros, separados, viudos, si tienen hijos, si sus padres viven, si no... en fin, la parte puramente humana. Y ahí es donde se me caen lagrimones como puños día sí día también.

Hay varias categorías de investigadores:

Los hay que son supersecos y que despachan a sus familiares y amigos con un simple "Mi más sincero agradecimiento a mis padres, mi esposa y mis hijos porque este trabajo sin ellos nunca hubiera podido hacerse realidad". Estos son unos sosos y me dan hasta coraje. Normalmente despotrico un poco y me digo yo para mis adentros: "Serás mu listo y tu tesis será la polla, pero qué sosito y qué singracia eres, hijo".

Pero luego están los que, después de todos los agradecimientos de rigor, terminan dedicando su trabajo a la memoria de su difunta abuela o de su padre muerto poco tiempo antes; y hablan de lo orgullosos que se hubieran sentido, de lo importantes que fueron para él o ella, de cómo siempre le animaron a no rendirse y a trabajar duramente para conseguir sus objetivos, y blablablabla blablablabla, así dos páginas enteras … Con éstos son con los que más lloro.

Pero tampoco me quedo corta con los que le dedican especialmente su trabajo a su esposa/oso e hijos, a los que han tenido abandonados durante años para escribir la puta tesis. Y hablan con todo lujo de detalles de días de campo a los que no asistieron, de niños que nunca fueron al cine con su papá o con su mamá, de cumpleaños de sus hijos a los que no pudieron ir, de mujeres y hombres que han tenido que sacar su casa solos adelante porque el doctorando estaba encerrado en la biblioteca escribiendo la dichosa tesis. A esos pobres me los imagino sufriendo durante años y lo paso fatal. Veo a esos niños semiabandonados diciendo “papá, papá”, con sus caritas ansiosas. O peor aún: “mamá, mamá”. Y la madre mesándose la cabellera sin poder hacerles ni caso porque está en medio de un párrafo superimportante y no puede perder el hilo de sus pensamientos para curar a ese hijo que se acaba de abrir la cabeza… en fin, terrible. Con éstos también lloro muchísimo.

Luego están los supercumplidos. Esos dan las gracias a toda su parentela, al vecindario completo, al del quiosco de prensa, a la frutera, al cajero del supermercado, a la asistenta, a los suegros, incluso a los cuñados… Se ve que están agradecidos con el mundo entero. O bien han tenido que dar mucho por culo a todos para escribir su tesis o su proyecto o es que son de natural agradecidos y no quieren dejarse a nadie detrás. Con estos lloro menos porque la gente muy cumplida me pone un tanto nerviosa, pero me los imagino por la calle echando flores a todos sus vecinos y cantando hosana en el cielo y casi siempre se me cae alguna lagrimilla suelta.

Caso aparte es el de los sudamericanos, al menos la mayoría de ellos. Se les reconoce rápido por dos cosas: los nombres y las dedicatorias. Normalmente se llaman cosas como Yésica del Rosario, Alberto Augusto, Horacio Alfredo, Ligia Esmeralda… y todos así. Pero más unánime aún es su afición por agradecer su trabajo a Dios, a alguna virgen o al santo patrón de su pueblo. Son muy místicos y raro es el que no termina con alguna oración o salmo. Con estos lloro también pero de la risa. Gracias a ellos he sabido de santos y de vírgenes y de santísimos cristos del perpetuo loquesea que no tenía ni repajolera idea de que pudieran existir.

Los brasileños también son muy graciosos. Dicen cosas como "a minha mae y minho pae porque passamos sufoco juntos...".   Lo del sufoco es que me encanta. Es que a mí el portugués me llega al alma.

Y bueno, finalmente está la inefable autora de una tesis que catalogué ayer, y que dedica el trabajo naturalmente a sus padres, hermanos, tíos, primos, a sus difuntos abuelos, a su director, a sus amigas del colegio, a las del instituto, a las de la Universidad, a los colegas Erasmus, y por último… a su true and friendly love, Chuchi. Y claro, lloré.

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