La pobre señorita Buncle tras la depresión económica posterior al crack del 29 empieza a tener importantes problemas financieros, y se le ocurre la gran idea de escribir un libro sobre su pueblo, por si cae la china y consigue encasquetárselo a algún editor y sacarse un dinerillo que le hace mucha falta. Antes de eso pensó en ponerse a criar gallinas pero se dio cuenta de que no tenía ni idea de gallinas, aparte de que su criada Dorcas probablemente pondría el grito en el cielo si tuviera que estar todo el rato limpiando la porquería que sueltan las gallinas. Lo del libro le pareció algo mucho menos sucio y más llevadero, y sobre todo menos molesto para Dorcas. Y ese es el motivo por el que se pone a escribir “El perturbador de la paz”, título francamente premonitorio que predice con exactitud lo que va a ocurrir en el pueblo tras la publicación de su novela. De repente todos los personajes que aparecen en ella, aunque ingenuamente camuflados por la autora, se reconocen a sí mismos y montan en cólera cuando la imagen que ven reflejada no se parece en absoluto a su propia visión de sí mismos y se horrorizan de pensar que es así como puede verlos la gente desde fuera.
La señorita Buncle no se propone hacer daño a nadie con su novela; simplemente se limita a escribir sobre lo que ve, a observar la realidad y a plasmarla desde su punto de vista. Su pseudónimo, John Smith, la protege en principio de las iras de sus paisanos pero tal es la polvareda que levanta que pronto averiguar la identidad de Smith para castigarlo por su osadía se convierte en el reto colectivo del pueblecito.
En fin, leer las aventuras y desventuras de la señorita Buncle se ha convertido en un verdadero placer para mí. Tanto es asi que le estoy dando bola a la novela porque no la quiero terminar; me gustaría estar toda la vida leyendo cosas de la señorita Buncle porque ya que he encontrado un personaje con el que me siento tan identificada en mis azares como escritora quisiera que las dos fuésemos amigas y nos contáramos la una a la otra nuestras desgracias provocadas por ese vicio irreprimible que es la escritura.
A mí me pasa algo muy parecido a lo que le sucede a la señorita Buncle. Yo estoy viviendo una situación o participando en una conversación y si lo que se hace o se dice me inspira enseguida pienso: “esto lo tengo que contar en el blog”. En serio, no se puede remediar. Es más, al igual que la protagonista de la novela, yo me he levantado mil veces por la noche porque he sentido la irreprimible necesidad de escribir sobre algo y tantas vueltas daba en la cama que al final me he levantado y me he sentado al ordenador. O al menos he agarrado una libreta que guardo en mi mesilla de noche y he esbozado algunos apuntes para que no se me olvidara al día siguiente de lo que quería escribir.
A Buncle le pasa igual. Cuando le entra el gusanillo y la inspiración no puede parar de escribir y desespera a su pobre criada Dorcas porque se olvida de comer, de dormir y de todo. Cuando se siente poseída por el genio creativo para ella solo existe el papel y la pluma, todo lo demás desaparece. Y además sabe que no puede dejarlo porque escribir se ha convertido en su pasión y se moriria si la obligaran a dejar de hacerlo.
Yo entiendo que ser vecino de Buncle o amigo o familiar mío no debe de ser plato de gusto; somos como un grano en el culo. La gente constantemente sabe que todo lo que diga o haga puede ser utilizado en su contra y aparecer al día siguiente en mi blog o al cabo de unos meses en la próxima novela de Buncle. En el pueblito de nuestra protagonista algunos de sus paisanos están encantados con el libro y les parece muy divertido, pero claro, son los menos, los que en el retrato colectivo salen más favorecidos; los que presentan una imagen menos grata naturalmente se sienten ofendidos.
En mi caso pasa exactamente lo mismo; por mucho que intente camuflar a mis personajes, se reconocen de momento. A alguna gente le gusta verse en mis posts y aunque salgan un poco caricaturizados por mi innegable tendencia a la hipérbole, se lo pasan bien viéndose tal y como los veo yo; otros, como mis hijos por ejemplo, no tienen ni idea de que escribo sobre ellos porque no son lectores, ni de mi blog ni de nada. Y luego están los que se ven de momento y se pillan un sofocón que pa qué. Y aunque no lo creáis también están los que, no siendo ellos mis inspiradores, también se reconocen y se pillan el rebote porque se identifican plenamente con el personaje del que hablo. Es verdad que hay parecidos extraordinarios entre los comportamientos de mucha gente, pero me ha ocurrido bastantes veces que no me refería en particular a alguien, o que estaba hablando en general de un tipo de personas, y alguien se ha visto retratado y se ha pillado el berrinche, dándomelo a mí de paso.
También yo, como Buncle, más de una vez he estado tentada de dejar de escribir para no buscarme más follones con la gente, pero luego tanto ella como yo nos damos cuenta de que eso es imposible porque ese gusanillo, la pasión por contar la vida como nosotras la vemos, no se puede reprimir por más que lo intentemos. Una vez que lo descubres y ves el desfogue que supone ya no puedes dejar de hacerlo. Aunque a Buncle la echen de su pueblo, aunque le tiren piedras a las ventanas o le hagan el vacío sus conciudadanos; aunque a mí me retiren la palabra, aunque me pongan a parir, aunque me odien y maldigan el día en que me conocieron… lo seguiremos haciendo porque no podemos evitarlo.
Hace unos días, cuando hablé de esto por primera vez, mi amigo Manolo me dijo que le encantaría que alguna vez hablara de él (vale, aquí estás) y yo le dije que seguramente si lo hiciera no le gustaría. Ya me ha pasado antes, que alguien me ha preguntado cuándo iba a ser protagonista de algún post, y cuando lo ha sido porque ha hecho algo lo suficientemente impactante para mí, se ha sentido fatal. Casi nadie se gusta en mis retratos, y pocos se paran a pensar que yo a mí misma muchas veces me sacudo también que no veas. Aunque tiendo al autoensalce y no niego que me gusto bastante a mí misma, también me cachondeo un montón de mis defectos, que son muchos y muy variados y que, lo creáis o no, veo perfectamente.
Por si acaso no deseéis que os saque en mis posts, no sea que vuestros deseos se hagan realidad. Ahora mismo tengo en la cabeza un montón de posts esperando ser escritos y en cada uno de ellos aparecéis alguno de los que estáis leyendo esto. Cualquier día os puede tocar, y tenéis que aprender a vivir con ello. Lo mejor es que lo llevéis con resignación cristiana y os lo toméis con humor y con deportividad. Y siempre podéis retirarme la palabra; total, ya casi media España ha dejado de hablarme. Ya sabéis que no soy mucho de lenguaje oral, que lo mío es más de aporrear teclados.
De todas formas, como ya hice la otra vez, pido perdón a los ofendidos de ayer, hoy y siempre y les invito a leer “El libro de la señorita Buncle”. Seguro que pasaréis un buen rato y a lo mejor conseguís comprender cómo funciona esto de la escritura en los que tenemos el vicio. Y lo mismo os enfadáis un poco menos con nosotros. Haced la prueba.
No es pasión por la escritura... Es simplemente la necesidad de cotillear, que te lean y comenten. Yo durante años tuve un blog personal en el que contaba cosas sobre mí y otras personas, y me apasionaba escribirlo, desahogarme allí, etc... Pero un día, por motivos que no vienen al caso, restringí el acceso al blog y ya no podía entrar nadie que no fuera yo misma. ¿Qué pasó entonces? Que dejé de escribir, sin más. No tenía ninguna motivación.
ResponderEliminarNo es malo, somos animales gregarios y necesitamos contárnoslo todo. Pero nadie escribe o habla para uno mismo; siempre deseamos aunque sea un receptor. Por esto es que el personaje de Tom Hanks en "Náufrago" se volvió loco y empezó a creer que la pelota era humana.
No estoy de acuerdo. Es verdad que necesitamos comunicarnos y que un escritor cuenta con la existencia de un lector. Pero yo durante muchos años escribí un diario contando todo lo que me pasaba y no esperaba ni deseaba que nadie lo leyera.
EliminarCuando iba ya por el tomo X o por ahí un día me dio un avenate y los destruí todos, precisamente porque me di cuenta de que había escrito cosas muy personales que no quería que nadie leyera jamás. Y por miedo, más bien terror, a un eventual lector los destruí. Y el mundo está lleno de gente que escribe diarios y que se moriría si alguien los leyera.
Hoy, varios meses después de haber escrito este post, me he encontrado con un artículo interesantísimo en Babelia, el suplemento de cultura de El País, sobre este asunto mismamente. Se titula "La ficción también duele" y he querido traerlo aquí. Paso el enlace:
ResponderEliminarhttp://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/06/babelia/1475769163_593446.html
Dice cosas tan impactantes como:
“Una novela cuyo objetivo es no ofender a nadie no puede ir bien. Al escribir hay que ausentarse del mundo real e inventarse uno propio. Desconectar de la realidad. Los personajes reales que han servido de inspiración se alejan, los literarios crecen”
“Todo artista se alimenta de lo que vive. Si haces daño a alguien a quien quieres, eres el primero en pagar las consecuencias. Si el libro no está bien, será un desastre y no habrá valido la pena. Pero si el libro está bien y tu relación con esa persona es fuerte y aguanta el golpe, sí. Una amiga me dijo hace poco: ‘Cuando una familia se entera de que un pariente es escritor hace bien en asustarse. ¡Se les ha colado un traidor!”.