sábado, 6 de abril de 2013

La ropa, ese espejo del alma

Charlando el otro día con unas compañeras de trabajo de repente reparé en que una de ellas llevaba la misma ropa que el día anterior y, como era un conjunto que me gustaba y me parecía que le sentaba bien, se lo comenté y le pregunté si efectivamente era el mismo. Me respondió que sí, y aún más, me dijo que tenía por costumbre cambiarse de ropa cada dos días, detalle en el que yo nunca había reparado.

Esta intrascendente conversación dio lugar, sin embargo, a otra mucho más interesante que es la que me ha llevado a escribir este post. A raiz del comentario de esta chica hubo quien dijo que también lo hacía así, y en general la mayoría de los compañeros coincidieron en que se cambiaban de ropa un par de veces por semana o cuando les parecía que estaba sucia y la sensación que me quedó fue que para ellos era un verdadero coñazo pensar qué ponerse cada día.

Me quedé un poco flipada porque mi concepto de la ropa es completamente distinto. Para mí pensar en lo que voy a ponerme al día siguiente es un aliciente, de los pocos que hay cuando tu despertador suena inexorablemente antes de las 7 de la mañana, una hora muy poco amigable para abrir los ojos, doy fe. La ropa para mí es un divertimento, como una manifestación de mi estado de ánimo, como una prueba de vida, como cuando a los secuestrados les hacen una foto con el periódico del día.

Me pareció que la mayoría de mis compañeros casi preferirían que les impusieran un uniforme de trabajo que les liberara de la complicación de elegir vestuario. Y no pude sino sentir un horror instintivo ante la idea. El mismo horror que me provoca la gente que se viste en triste y en penoso. Para mí el uniforme, salvo como complemento erótico-festivo, que ahí me rindo a sus encantos,  es algo tan terriblemente homologador que me produce auténtico pavor.

En fin, puedo entender que para algunos padres simplifica mucho la tarea con los niños; puedo también compartir la idea de que en tiempos difíciles el uniforme fue un elemento igualitario importante que convertía en algo menos visibles las diferencias sociales entre los que podían vestir bien y los que sólo podían lucir las prendas remendadas y muy poco elegantes de sus hermanos mayores.

Sin embargo en estos tiempos en los que la moda se ha democratizado, gracias al invento Inditex, y a los mercadillos o a los aún más populares chinos, para mí el uniforme es como un sinónimo de negación de la personalidad, algo así como lo que ocurre en Corea del Norte, donde hay un determinado número de peinados permitidos y de vestimentas admisibles. Qué tristeza, qué pesadez, qué aburrimiento, qué espanto!

Para mí la ropa es un reflejo de lo que soy y de cómo soy. No tiene nada que ver con las marcas, que nunca me han interesado. No soy mujer de marcas ni de diseñadores de renombre. Ni soy mujer de eso ni me lo podría permitir, las cosas como son, pero vamos, creo que ni aunque pudiera lo sería. No es mi estilo.

Yo soy de toda la vida carnaza de mercadillos, chinos y tiendas de segunda mano, que ahora se llaman vintage; he llegado a encontrar auténticas joyas de otros tiempos rebuscando entre los líos y relíos de ropa de algún mercado callejero. Curiosamente hoy en día estas aficiones mías se han puesto de moda, sólo que ahora se llaman low cost, second hand y el susodicho vintage (qué asssssco de palabra, diosssss). Bueno, pues yo he sido de siempre lowcostera, secondhandista y vintagera, por nacimiento y convicción.

Me encanta la ropa, me encantan los complementos, me gusta pensar qué me pondré al día siguiente, me gusta sentirme libre para vestirme, para peinarme y para llevar el look que me dé la gana, me gusta reflejar en lo que llevo puesto lo que soy, que me clasifiquen y que me desclasifiquen, me gusta ser distinta y además parecerlo, me gusta ser algunos días gris y otros días un arcoiris, me gusta sorprenderme y sorprender, me gusta meter algo nuevo en mi armario y deshacerme de algo viejo, me gusta elegir, me gusta disfrazarme y ser una, otra y todas... Me gusta que mirar mi armario sea como mirarme a mí. Y creo que si me dijeran que tengo que llevar un uniforme... simplemente me matarían. En todo caso de enfermera, y para un ratito.

1 comentario:

  1. A los tres segundos de rugir el despertador, mi mujer sentada en la cama frente a su armario medita sobre qué ropa ponerse, espero unos instantes para comprobar su estado de ánimo que inmediatanente me aclaro por la ropa que saca, asi conozco como debo comportarme durante el desayuno: en absoluto silencio, preguntándole por sus alumnos o sobre los planes para ese día. Solo hay un tema que no consigo entender: nunca tira su ropa de anteriores temporadas y cuando gracias al gimnasio y piscina vuelve a meterse en esos baqueros, la sonrisa le compensa el madrugón.

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