Leon Tolstoi comenzaba su "Ana Karenina" con una frase célebre: "Todas las familias felices se parecen pero cada familia infeliz lo es a su manera". Parafraseando a Tolstoi yo diría: "Todas las familias felices se parecen pero cada familia de suicida es infeliz a su manera".
Detrás de toda familia en la que se ha producido un suicidio hay una tragedia, a menudo innombrable, algo de lo que a casi todos sus miembros les cuesta muchísimo hablar. De hecho, cara a la sociedad muchos suicidios se disfrazan de accidentes o enfermedades porque si hay algo que cuesta decir cuando te preguntan de qué murió alguien es: "se suicidó".
Yo pertenezco a una de esas familias y muchas veces he estado tentada de escribir sobre ello. El suicidio es algo que marca para siempre a todos los que rodean al suicida. Cuando algunas veces alguien cercano me ha comentado que fantasea con la idea siempre respondo lo mismo: " si tienes a una sola persona en el mundo a la que quieras, por muchas ganas que tengas, no le hagas nunca eso".
Porque el suicidio para la familia tiene una serie de consecuencias difícilmente reparables. Por comentar algunas:
1. Un sentimiento de culpa colectivo. Todas las personas cercanas al suicida se plantean una y mil veces y se plantearán durante toda su vida si pudieron hacer algo para evitarlo. La realidad es que no se puede porque el que tiene claro que quiere quitarse la vida no repara en medios ni en obstáculos. No importa que no le quites ojo, que lo vigiles constantemente, que pongas barrotes en las ventanas y tires todas las medicinas, cuchillas de afeitar y objetos punzantes... Nunca podrás evitarlo porque si lo tiene realmente claro encontrará la manera de hacerlo. Sin embargo el trauma siempre queda, y por ejemplo, en mi caso, que el suicidio ocurrió arrojándose desde una ventana, llegas a obsesionarte con poner barreras que impidan que algo así se pueda repetir en tu vida: muebles delante de las ventanas, preferencia por pisos bajos, fobia a las alturas...
2. Tienes claro que si una vez ocurrió es muy probable que vuelva a suceder. Y así, si por ejemplo tienes un hijo adolescente y le ves tres días seguidos triste, piensas que puede estar pensando en suicidarse y te entra auténtico terror. O si tienes un amigo deprimido te emparanoias con la idea. O si tu pareja se queda sin trabajo no paras de observar si mira demasiado a la ventana. Es inevitable: cuando sabes que alguien a quien quieres está pasando un mal momento lo primero que piensas es en qué piso vive y/o trabaja. (Sí, bueno, ya he dicho que yo tengo mi particular neura con las ventanas porque "mi" suicidio ocurrió así)
3. La toma de conciencia de que el suicidio es una alternativa natural a los problemas. Esto no sucede en las familias que no han padecido esta tragedia; casi todo el mundo ve el suicidio como una posibilidad, sí, pero en realidad no se la creen demasiado. Hablan de ello pero como algo muy remoto; es ciertamente consolador pensar que puede ser una salida pero casi siempre para otros. Sin embargo en las familias de suicidas la idea se convierte en algo cotidiano, aunque sólo sea en un nivel de pensamiento, sin llegar a verbalizarse. Y uno mismo se sorprende pensando que ante tal o cual situación simplemente se suicidaría, como lo más normal del mundo, no como una alternativa más sino como la única, la más lógica. Por tanto sí que es cierto que donde se ha producido un suicidio el fenómeno puede volver a repetirse, por mímesis familiar.
En definitiva, el suicidio marca, y mucho, a las familias, Es una verdadera putada principalmente para el que se queda porque el que se va está claro que es lo que quería. No deja títere con cabeza, y aunque con el tiempo las personas que lo han sufrido puedan llevar una vida normal y ser razonablemente felices y formar sus propias familias... es un trauma que queda ahí. Algo que permanece en la memoria para siempre y que nunca se consigue superar del todo.
En mi caso particular hubo tres factores agravantes a añadir:
1. La juventud. Esta historia ocurrió cuando yo tenía 21 años y prácticamente no tenía experiencia alguna con la muerte, que para mí era algo muy lejano. Sí, se me habían muerto un par de abuelas, y eso me parecía lo peor de lo peor, pero entonces no podía ni imaginar la muerte en alguien joven (mi suicida tenía 19 años) ni me cabía en la cabeza que en mi familia pudiera ocurrir algo así y menos de forma voluntaria. Como curiosidad apuntaré que era un tema de conversación bastante recurrente con la persona que lo hizo, pero como simple perversión intelectual; jamás pareció una alternativa real, y ésa fue una de las causas del sentimiento de culpa posterior.
2. Compartir en vivo y en directo el incomparable sufrimiento de una madre. De todos los que padecen algo así, nadie como la madre. Y probablemente el padre, aunque en este caso lo de la madre fue mucho más evidente, más físico, más definitivo. Tan físico y tan definitivo que a los pocos años esa madre desarrolló un cáncer y en un tiempo relativamente corto murió. De todas formas nunca volvió a ser la misma y el negro se instaló en su vida ya para siempre. No hubo tregua, aunque sí pequeños alivios, pero de ese dolor inconmensurable sólo sabemos los que lo vivimos más de cerca y tuvimos oportunidad de comprender que como ese sufrimiento en este mundo no hay nada.
3. Mi propia idiosincrasia, mi personalidad, mi insultante instinto de supervivencia. Extrovertida, entusiasta, con un montón de aficiones, adicta a la lectura, a la escritura, al cine, a la diversión, a la dolce vita y al placer en general. Hay tantas cosas en la vida que me gustan que a un posible suicida incapaz de encontrar sentido a la suya, lo pueden llegar a hundir. Sé que esto es real y es así porque más de un deprimido me lo ha dicho, pero sobre todo porque una vez lo leí de puño y letra de la persona que lo hizo: mi vitalidad era agotadora y mis intentos de contagiársela y de inocularle mi entusiasmo totalmente contraproducentes. No es bueno para un suicida potencial juntarse con personas como yo; se sienten mejor con gente triste y depresiva, eso les anima o al menos les hace sentirse menos raros. Simple y llanamente porque ellos son incapaces de articular defensas contra lo que les pasa, y todo lo que les suene a fuerza o a vitalidad les hace sentirse mucho peor, más inútiles y desgraciados. Por eso a mí me produce bastante desazón relacionarme con estas personas, porque siempre pienso que cualquier cosa que diga será utilizada en mi contra.
En fin, escribo esto por un lado porque es algo que tengo pendiente desde hace tiempo, pero también porque si llega a alguien que lo lea y que tenga in mente ese proyecto como algo inminente y real, que piense un poco, si puede, en lo que deja atrás y en lo que las personas que le quieren nunca podrán superar. Que piense, por ejemplo, en esto que yo aquí he contado.
Un beso, valiente.
ResponderEliminarAntero.