martes, 30 de abril de 2013
Juegos de palabras
Estaba yo el otro día pensando en hacer una serie de reformas estructurales en mi cabellera cuando sentí un momento déficit-de-ponderación-fiscal, que aunque no sé lo que es, me impactó profundamente.
De repente me apremió la urgente necesidad de liberalizar mis activos capilares y hacer una serie de reajustes con el suavizante doble acción y la mascarilla reparadora-reafirmante. Total, que utilicé un vehículo sustitutorio para regularizar mis rentas y mis activos, que aunque escasos y poco voluminosos, les tengo cariño.
Me fijé en que la movilidad exterior de mi melena funcionaba poco más o menos y pensé que si le aplicaba una indemnización simulada en diferido podía evitar que se produjera un procedimiento de ejecución hipotecaria capilar, quién sabe si con indexación incluída.
Y dicho y hecho, lo que hice fue incentivar la tributación de rentas pilosas no declaradas y evitar así llegar a un crecimiento negativo de nefastas consecuencias estéticas. Claro que me costó un gravamen adicional al no ser mi pelo de titularidad indirecta, sino profundamente directa.
En resumidas, cuentas, qué me aconsejáis?
domingo, 14 de abril de 2013
Los Miserables
Pues sí, en palabras literales del eterno candidato a presidente de la Junta de Andalucía don Javier Arenas: "Hay que ser muy miserable para no ver el papel clave de la monarquía.".
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/14/espana/1365942351.html
Esto, junto a muchas otras cosas, explica por qué este tipo es un eterno candidato y es imposible que pueda pasar de ahí. Empezar un discurso en un acto oficial de su partido despreciando e insultando a los miles y miles de ciudadanos que no entendemos por qué tenemos que rendir vasallaje perpetuo a un señor cuyo principal servicio al país fueron unas palabras pronunciadas en un día de febrero de hace más de 30 años, da una idea del nivel político de este señor.
Miserables, sí, somos miserables, pero lo somos por mantener a una clase política como la que representa este sujeto.
Desde el mismo punto y hora en que en la Constitución la figura del Rey aparece como inviolable e irresponsable penalmente está claro que aquí hay que cambiar unas cuantas cosillas. Eso sí que es un escándalo, que haya una persona en este país que puede hacer lo que le dé la reverenda gana y delinquir lo que quiera y más sin que se pueda hacer nada contra ella. Es algo que si tuviéramos un mínimo de dignidad no deberíamos de consentir.
Sí, somos unos miserables pero porque deberíamos exigir de inmediato que se reparara ese despropósito y esa aberración democrática. Y nuestros políticos aún más miserables por ese repugnante vasallaje al monarca, que es una vergüenza. Y por haber puesto a la Fiscalía y a la Abogacía del Estado descaradamente a trabajar como letrados de la familia Borbón en una bochornosa actuación sin precedentes en la historia de este país.
Frente a tanta lamedura anal, tanta ignominia y tanto abrazafarolismo de mierda, un soplo de aire fresco, de sentido común y de dignidad de la mano de Lorenzo Silva:
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/13/cultura/1365882062.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/14/espana/1365942351.html
Esto, junto a muchas otras cosas, explica por qué este tipo es un eterno candidato y es imposible que pueda pasar de ahí. Empezar un discurso en un acto oficial de su partido despreciando e insultando a los miles y miles de ciudadanos que no entendemos por qué tenemos que rendir vasallaje perpetuo a un señor cuyo principal servicio al país fueron unas palabras pronunciadas en un día de febrero de hace más de 30 años, da una idea del nivel político de este señor.
Miserables, sí, somos miserables, pero lo somos por mantener a una clase política como la que representa este sujeto.
Desde el mismo punto y hora en que en la Constitución la figura del Rey aparece como inviolable e irresponsable penalmente está claro que aquí hay que cambiar unas cuantas cosillas. Eso sí que es un escándalo, que haya una persona en este país que puede hacer lo que le dé la reverenda gana y delinquir lo que quiera y más sin que se pueda hacer nada contra ella. Es algo que si tuviéramos un mínimo de dignidad no deberíamos de consentir.
Sí, somos unos miserables pero porque deberíamos exigir de inmediato que se reparara ese despropósito y esa aberración democrática. Y nuestros políticos aún más miserables por ese repugnante vasallaje al monarca, que es una vergüenza. Y por haber puesto a la Fiscalía y a la Abogacía del Estado descaradamente a trabajar como letrados de la familia Borbón en una bochornosa actuación sin precedentes en la historia de este país.
Frente a tanta lamedura anal, tanta ignominia y tanto abrazafarolismo de mierda, un soplo de aire fresco, de sentido común y de dignidad de la mano de Lorenzo Silva:
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/13/cultura/1365882062.html
miércoles, 10 de abril de 2013
El amante lesbiano
Ha muerto José Luis Sampedro, y desde aquí le rindo mi pequeño pero sentido homenaje como el maestro de la literatura que fue, como gran economista siempre comprometido, como agitador social, y como uno de los hombres que mejor ha sabido expresar la sensualidad en todas sus dimensiones. Dejo aquí un breve fragmento de la que para mí es una obra cumbre de la literatura erótica en español, "El amante lesbiano":
"Me has apresado en la red de tu hombría como el cazador a la paloma" Me miró sonriente, reconociendo el archifamoso verso del poema de Leyla y Majnun, mientras yo añadía: "Sólo me quedaría como tu esclava, tu sierva, tu odalisca." Fui capaz de decirlo con firmeza, mirándole a los ojos, y cuando le oí responderme que ése era justamente su deseo me arrebató la ira: "Entonces ¿por qué has sido tan cruel estos días? ¿No me has visto sufrir esperándote en vano desde mi llegada? ¿Sadismo de leopardo, placer de la caza?" ... Se levantó, vino junto a mí, se sentó a mi lado y me abrazó por el hombro, con lo que me rindió: "Te equivocas, gacela mía. Eres tú quien atrapó al leopardo, le hizo desearte, necesitarte, desde que te adiviné por tus escritos y me nació un amor que se confirmó con tu presencia. Yo también he sufrido reteniéndome, pero era menester padecer ambos para llegar ahora a estar maduros en la exasperación, como el místico que vuela mejor hacia la luz desde el abismo ... Ha llegado el momento, lejos de congresos y de todo; te recojo en el límite y juntos construimos nuestro encuentro total. Serás mi odalisca, como deseas, gacela tiempo esperada. Viviremos como Rumí y su amante Shams, según cantó en aquel cuarteto que conoces:
En verdad somos un alma única tú y yo
Nos mostramos y nos ocultamos tú en mí, yo en ti.
Esa meta persiguen nuestros cuerpos al enlazarse,
pues tú y yo no existimos ni yo ni tú
"Me has apresado en la red de tu hombría como el cazador a la paloma" Me miró sonriente, reconociendo el archifamoso verso del poema de Leyla y Majnun, mientras yo añadía: "Sólo me quedaría como tu esclava, tu sierva, tu odalisca." Fui capaz de decirlo con firmeza, mirándole a los ojos, y cuando le oí responderme que ése era justamente su deseo me arrebató la ira: "Entonces ¿por qué has sido tan cruel estos días? ¿No me has visto sufrir esperándote en vano desde mi llegada? ¿Sadismo de leopardo, placer de la caza?" ... Se levantó, vino junto a mí, se sentó a mi lado y me abrazó por el hombro, con lo que me rindió: "Te equivocas, gacela mía. Eres tú quien atrapó al leopardo, le hizo desearte, necesitarte, desde que te adiviné por tus escritos y me nació un amor que se confirmó con tu presencia. Yo también he sufrido reteniéndome, pero era menester padecer ambos para llegar ahora a estar maduros en la exasperación, como el místico que vuela mejor hacia la luz desde el abismo ... Ha llegado el momento, lejos de congresos y de todo; te recojo en el límite y juntos construimos nuestro encuentro total. Serás mi odalisca, como deseas, gacela tiempo esperada. Viviremos como Rumí y su amante Shams, según cantó en aquel cuarteto que conoces:
En verdad somos un alma única tú y yo
Nos mostramos y nos ocultamos tú en mí, yo en ti.
Esa meta persiguen nuestros cuerpos al enlazarse,
pues tú y yo no existimos ni yo ni tú
sábado, 6 de abril de 2013
La ropa, ese espejo del alma
Charlando el otro día con unas compañeras de trabajo de repente reparé en que una de ellas llevaba la misma ropa que el día anterior y, como era un conjunto que me gustaba y me parecía que le sentaba bien, se lo comenté y le pregunté si efectivamente era el mismo. Me respondió que sí, y aún más, me dijo que tenía por costumbre cambiarse de ropa cada dos días, detalle en el que yo nunca había reparado.
Esta intrascendente conversación dio lugar, sin embargo, a otra mucho más interesante que es la que me ha llevado a escribir este post. A raiz del comentario de esta chica hubo quien dijo que también lo hacía así, y en general la mayoría de los compañeros coincidieron en que se cambiaban de ropa un par de veces por semana o cuando les parecía que estaba sucia y la sensación que me quedó fue que para ellos era un verdadero coñazo pensar qué ponerse cada día.
Me quedé un poco flipada porque mi concepto de la ropa es completamente distinto. Para mí pensar en lo que voy a ponerme al día siguiente es un aliciente, de los pocos que hay cuando tu despertador suena inexorablemente antes de las 7 de la mañana, una hora muy poco amigable para abrir los ojos, doy fe. La ropa para mí es un divertimento, como una manifestación de mi estado de ánimo, como una prueba de vida, como cuando a los secuestrados les hacen una foto con el periódico del día.
Me pareció que la mayoría de mis compañeros casi preferirían que les impusieran un uniforme de trabajo que les liberara de la complicación de elegir vestuario. Y no pude sino sentir un horror instintivo ante la idea. El mismo horror que me provoca la gente que se viste en triste y en penoso. Para mí el uniforme, salvo como complemento erótico-festivo, que ahí me rindo a sus encantos, es algo tan terriblemente homologador que me produce auténtico pavor.
En fin, puedo entender que para algunos padres simplifica mucho la tarea con los niños; puedo también compartir la idea de que en tiempos difíciles el uniforme fue un elemento igualitario importante que convertía en algo menos visibles las diferencias sociales entre los que podían vestir bien y los que sólo podían lucir las prendas remendadas y muy poco elegantes de sus hermanos mayores.
Sin embargo en estos tiempos en los que la moda se ha democratizado, gracias al invento Inditex, y a los mercadillos o a los aún más populares chinos, para mí el uniforme es como un sinónimo de negación de la personalidad, algo así como lo que ocurre en Corea del Norte, donde hay un determinado número de peinados permitidos y de vestimentas admisibles. Qué tristeza, qué pesadez, qué aburrimiento, qué espanto!
Para mí la ropa es un reflejo de lo que soy y de cómo soy. No tiene nada que ver con las marcas, que nunca me han interesado. No soy mujer de marcas ni de diseñadores de renombre. Ni soy mujer de eso ni me lo podría permitir, las cosas como son, pero vamos, creo que ni aunque pudiera lo sería. No es mi estilo.
Yo soy de toda la vida carnaza de mercadillos, chinos y tiendas de segunda mano, que ahora se llaman vintage; he llegado a encontrar auténticas joyas de otros tiempos rebuscando entre los líos y relíos de ropa de algún mercado callejero. Curiosamente hoy en día estas aficiones mías se han puesto de moda, sólo que ahora se llaman low cost, second hand y el susodicho vintage (qué asssssco de palabra, diosssss). Bueno, pues yo he sido de siempre lowcostera, secondhandista y vintagera, por nacimiento y convicción.
Me encanta la ropa, me encantan los complementos, me gusta pensar qué me pondré al día siguiente, me gusta sentirme libre para vestirme, para peinarme y para llevar el look que me dé la gana, me gusta reflejar en lo que llevo puesto lo que soy, que me clasifiquen y que me desclasifiquen, me gusta ser distinta y además parecerlo, me gusta ser algunos días gris y otros días un arcoiris, me gusta sorprenderme y sorprender, me gusta meter algo nuevo en mi armario y deshacerme de algo viejo, me gusta elegir, me gusta disfrazarme y ser una, otra y todas... Me gusta que mirar mi armario sea como mirarme a mí. Y creo que si me dijeran que tengo que llevar un uniforme... simplemente me matarían. En todo caso de enfermera, y para un ratito.
Esta intrascendente conversación dio lugar, sin embargo, a otra mucho más interesante que es la que me ha llevado a escribir este post. A raiz del comentario de esta chica hubo quien dijo que también lo hacía así, y en general la mayoría de los compañeros coincidieron en que se cambiaban de ropa un par de veces por semana o cuando les parecía que estaba sucia y la sensación que me quedó fue que para ellos era un verdadero coñazo pensar qué ponerse cada día.
Me quedé un poco flipada porque mi concepto de la ropa es completamente distinto. Para mí pensar en lo que voy a ponerme al día siguiente es un aliciente, de los pocos que hay cuando tu despertador suena inexorablemente antes de las 7 de la mañana, una hora muy poco amigable para abrir los ojos, doy fe. La ropa para mí es un divertimento, como una manifestación de mi estado de ánimo, como una prueba de vida, como cuando a los secuestrados les hacen una foto con el periódico del día.
Me pareció que la mayoría de mis compañeros casi preferirían que les impusieran un uniforme de trabajo que les liberara de la complicación de elegir vestuario. Y no pude sino sentir un horror instintivo ante la idea. El mismo horror que me provoca la gente que se viste en triste y en penoso. Para mí el uniforme, salvo como complemento erótico-festivo, que ahí me rindo a sus encantos, es algo tan terriblemente homologador que me produce auténtico pavor.
En fin, puedo entender que para algunos padres simplifica mucho la tarea con los niños; puedo también compartir la idea de que en tiempos difíciles el uniforme fue un elemento igualitario importante que convertía en algo menos visibles las diferencias sociales entre los que podían vestir bien y los que sólo podían lucir las prendas remendadas y muy poco elegantes de sus hermanos mayores.
Sin embargo en estos tiempos en los que la moda se ha democratizado, gracias al invento Inditex, y a los mercadillos o a los aún más populares chinos, para mí el uniforme es como un sinónimo de negación de la personalidad, algo así como lo que ocurre en Corea del Norte, donde hay un determinado número de peinados permitidos y de vestimentas admisibles. Qué tristeza, qué pesadez, qué aburrimiento, qué espanto!
Para mí la ropa es un reflejo de lo que soy y de cómo soy. No tiene nada que ver con las marcas, que nunca me han interesado. No soy mujer de marcas ni de diseñadores de renombre. Ni soy mujer de eso ni me lo podría permitir, las cosas como son, pero vamos, creo que ni aunque pudiera lo sería. No es mi estilo.
Yo soy de toda la vida carnaza de mercadillos, chinos y tiendas de segunda mano, que ahora se llaman vintage; he llegado a encontrar auténticas joyas de otros tiempos rebuscando entre los líos y relíos de ropa de algún mercado callejero. Curiosamente hoy en día estas aficiones mías se han puesto de moda, sólo que ahora se llaman low cost, second hand y el susodicho vintage (qué asssssco de palabra, diosssss). Bueno, pues yo he sido de siempre lowcostera, secondhandista y vintagera, por nacimiento y convicción.
Me encanta la ropa, me encantan los complementos, me gusta pensar qué me pondré al día siguiente, me gusta sentirme libre para vestirme, para peinarme y para llevar el look que me dé la gana, me gusta reflejar en lo que llevo puesto lo que soy, que me clasifiquen y que me desclasifiquen, me gusta ser distinta y además parecerlo, me gusta ser algunos días gris y otros días un arcoiris, me gusta sorprenderme y sorprender, me gusta meter algo nuevo en mi armario y deshacerme de algo viejo, me gusta elegir, me gusta disfrazarme y ser una, otra y todas... Me gusta que mirar mi armario sea como mirarme a mí. Y creo que si me dijeran que tengo que llevar un uniforme... simplemente me matarían. En todo caso de enfermera, y para un ratito.
El suicidio
Leon Tolstoi comenzaba su "Ana Karenina" con una frase célebre: "Todas las familias felices se parecen pero cada familia infeliz lo es a su manera". Parafraseando a Tolstoi yo diría: "Todas las familias felices se parecen pero cada familia de suicida es infeliz a su manera".
Detrás de toda familia en la que se ha producido un suicidio hay una tragedia, a menudo innombrable, algo de lo que a casi todos sus miembros les cuesta muchísimo hablar. De hecho, cara a la sociedad muchos suicidios se disfrazan de accidentes o enfermedades porque si hay algo que cuesta decir cuando te preguntan de qué murió alguien es: "se suicidó".
Yo pertenezco a una de esas familias y muchas veces he estado tentada de escribir sobre ello. El suicidio es algo que marca para siempre a todos los que rodean al suicida. Cuando algunas veces alguien cercano me ha comentado que fantasea con la idea siempre respondo lo mismo: " si tienes a una sola persona en el mundo a la que quieras, por muchas ganas que tengas, no le hagas nunca eso".
Porque el suicidio para la familia tiene una serie de consecuencias difícilmente reparables. Por comentar algunas:
1. Un sentimiento de culpa colectivo. Todas las personas cercanas al suicida se plantean una y mil veces y se plantearán durante toda su vida si pudieron hacer algo para evitarlo. La realidad es que no se puede porque el que tiene claro que quiere quitarse la vida no repara en medios ni en obstáculos. No importa que no le quites ojo, que lo vigiles constantemente, que pongas barrotes en las ventanas y tires todas las medicinas, cuchillas de afeitar y objetos punzantes... Nunca podrás evitarlo porque si lo tiene realmente claro encontrará la manera de hacerlo. Sin embargo el trauma siempre queda, y por ejemplo, en mi caso, que el suicidio ocurrió arrojándose desde una ventana, llegas a obsesionarte con poner barreras que impidan que algo así se pueda repetir en tu vida: muebles delante de las ventanas, preferencia por pisos bajos, fobia a las alturas...
2. Tienes claro que si una vez ocurrió es muy probable que vuelva a suceder. Y así, si por ejemplo tienes un hijo adolescente y le ves tres días seguidos triste, piensas que puede estar pensando en suicidarse y te entra auténtico terror. O si tienes un amigo deprimido te emparanoias con la idea. O si tu pareja se queda sin trabajo no paras de observar si mira demasiado a la ventana. Es inevitable: cuando sabes que alguien a quien quieres está pasando un mal momento lo primero que piensas es en qué piso vive y/o trabaja. (Sí, bueno, ya he dicho que yo tengo mi particular neura con las ventanas porque "mi" suicidio ocurrió así)
3. La toma de conciencia de que el suicidio es una alternativa natural a los problemas. Esto no sucede en las familias que no han padecido esta tragedia; casi todo el mundo ve el suicidio como una posibilidad, sí, pero en realidad no se la creen demasiado. Hablan de ello pero como algo muy remoto; es ciertamente consolador pensar que puede ser una salida pero casi siempre para otros. Sin embargo en las familias de suicidas la idea se convierte en algo cotidiano, aunque sólo sea en un nivel de pensamiento, sin llegar a verbalizarse. Y uno mismo se sorprende pensando que ante tal o cual situación simplemente se suicidaría, como lo más normal del mundo, no como una alternativa más sino como la única, la más lógica. Por tanto sí que es cierto que donde se ha producido un suicidio el fenómeno puede volver a repetirse, por mímesis familiar.
En definitiva, el suicidio marca, y mucho, a las familias, Es una verdadera putada principalmente para el que se queda porque el que se va está claro que es lo que quería. No deja títere con cabeza, y aunque con el tiempo las personas que lo han sufrido puedan llevar una vida normal y ser razonablemente felices y formar sus propias familias... es un trauma que queda ahí. Algo que permanece en la memoria para siempre y que nunca se consigue superar del todo.
En mi caso particular hubo tres factores agravantes a añadir:
1. La juventud. Esta historia ocurrió cuando yo tenía 21 años y prácticamente no tenía experiencia alguna con la muerte, que para mí era algo muy lejano. Sí, se me habían muerto un par de abuelas, y eso me parecía lo peor de lo peor, pero entonces no podía ni imaginar la muerte en alguien joven (mi suicida tenía 19 años) ni me cabía en la cabeza que en mi familia pudiera ocurrir algo así y menos de forma voluntaria. Como curiosidad apuntaré que era un tema de conversación bastante recurrente con la persona que lo hizo, pero como simple perversión intelectual; jamás pareció una alternativa real, y ésa fue una de las causas del sentimiento de culpa posterior.
2. Compartir en vivo y en directo el incomparable sufrimiento de una madre. De todos los que padecen algo así, nadie como la madre. Y probablemente el padre, aunque en este caso lo de la madre fue mucho más evidente, más físico, más definitivo. Tan físico y tan definitivo que a los pocos años esa madre desarrolló un cáncer y en un tiempo relativamente corto murió. De todas formas nunca volvió a ser la misma y el negro se instaló en su vida ya para siempre. No hubo tregua, aunque sí pequeños alivios, pero de ese dolor inconmensurable sólo sabemos los que lo vivimos más de cerca y tuvimos oportunidad de comprender que como ese sufrimiento en este mundo no hay nada.
3. Mi propia idiosincrasia, mi personalidad, mi insultante instinto de supervivencia. Extrovertida, entusiasta, con un montón de aficiones, adicta a la lectura, a la escritura, al cine, a la diversión, a la dolce vita y al placer en general. Hay tantas cosas en la vida que me gustan que a un posible suicida incapaz de encontrar sentido a la suya, lo pueden llegar a hundir. Sé que esto es real y es así porque más de un deprimido me lo ha dicho, pero sobre todo porque una vez lo leí de puño y letra de la persona que lo hizo: mi vitalidad era agotadora y mis intentos de contagiársela y de inocularle mi entusiasmo totalmente contraproducentes. No es bueno para un suicida potencial juntarse con personas como yo; se sienten mejor con gente triste y depresiva, eso les anima o al menos les hace sentirse menos raros. Simple y llanamente porque ellos son incapaces de articular defensas contra lo que les pasa, y todo lo que les suene a fuerza o a vitalidad les hace sentirse mucho peor, más inútiles y desgraciados. Por eso a mí me produce bastante desazón relacionarme con estas personas, porque siempre pienso que cualquier cosa que diga será utilizada en mi contra.
En fin, escribo esto por un lado porque es algo que tengo pendiente desde hace tiempo, pero también porque si llega a alguien que lo lea y que tenga in mente ese proyecto como algo inminente y real, que piense un poco, si puede, en lo que deja atrás y en lo que las personas que le quieren nunca podrán superar. Que piense, por ejemplo, en esto que yo aquí he contado.
Detrás de toda familia en la que se ha producido un suicidio hay una tragedia, a menudo innombrable, algo de lo que a casi todos sus miembros les cuesta muchísimo hablar. De hecho, cara a la sociedad muchos suicidios se disfrazan de accidentes o enfermedades porque si hay algo que cuesta decir cuando te preguntan de qué murió alguien es: "se suicidó".
Yo pertenezco a una de esas familias y muchas veces he estado tentada de escribir sobre ello. El suicidio es algo que marca para siempre a todos los que rodean al suicida. Cuando algunas veces alguien cercano me ha comentado que fantasea con la idea siempre respondo lo mismo: " si tienes a una sola persona en el mundo a la que quieras, por muchas ganas que tengas, no le hagas nunca eso".
Porque el suicidio para la familia tiene una serie de consecuencias difícilmente reparables. Por comentar algunas:
1. Un sentimiento de culpa colectivo. Todas las personas cercanas al suicida se plantean una y mil veces y se plantearán durante toda su vida si pudieron hacer algo para evitarlo. La realidad es que no se puede porque el que tiene claro que quiere quitarse la vida no repara en medios ni en obstáculos. No importa que no le quites ojo, que lo vigiles constantemente, que pongas barrotes en las ventanas y tires todas las medicinas, cuchillas de afeitar y objetos punzantes... Nunca podrás evitarlo porque si lo tiene realmente claro encontrará la manera de hacerlo. Sin embargo el trauma siempre queda, y por ejemplo, en mi caso, que el suicidio ocurrió arrojándose desde una ventana, llegas a obsesionarte con poner barreras que impidan que algo así se pueda repetir en tu vida: muebles delante de las ventanas, preferencia por pisos bajos, fobia a las alturas...
2. Tienes claro que si una vez ocurrió es muy probable que vuelva a suceder. Y así, si por ejemplo tienes un hijo adolescente y le ves tres días seguidos triste, piensas que puede estar pensando en suicidarse y te entra auténtico terror. O si tienes un amigo deprimido te emparanoias con la idea. O si tu pareja se queda sin trabajo no paras de observar si mira demasiado a la ventana. Es inevitable: cuando sabes que alguien a quien quieres está pasando un mal momento lo primero que piensas es en qué piso vive y/o trabaja. (Sí, bueno, ya he dicho que yo tengo mi particular neura con las ventanas porque "mi" suicidio ocurrió así)
3. La toma de conciencia de que el suicidio es una alternativa natural a los problemas. Esto no sucede en las familias que no han padecido esta tragedia; casi todo el mundo ve el suicidio como una posibilidad, sí, pero en realidad no se la creen demasiado. Hablan de ello pero como algo muy remoto; es ciertamente consolador pensar que puede ser una salida pero casi siempre para otros. Sin embargo en las familias de suicidas la idea se convierte en algo cotidiano, aunque sólo sea en un nivel de pensamiento, sin llegar a verbalizarse. Y uno mismo se sorprende pensando que ante tal o cual situación simplemente se suicidaría, como lo más normal del mundo, no como una alternativa más sino como la única, la más lógica. Por tanto sí que es cierto que donde se ha producido un suicidio el fenómeno puede volver a repetirse, por mímesis familiar.
En definitiva, el suicidio marca, y mucho, a las familias, Es una verdadera putada principalmente para el que se queda porque el que se va está claro que es lo que quería. No deja títere con cabeza, y aunque con el tiempo las personas que lo han sufrido puedan llevar una vida normal y ser razonablemente felices y formar sus propias familias... es un trauma que queda ahí. Algo que permanece en la memoria para siempre y que nunca se consigue superar del todo.
En mi caso particular hubo tres factores agravantes a añadir:
1. La juventud. Esta historia ocurrió cuando yo tenía 21 años y prácticamente no tenía experiencia alguna con la muerte, que para mí era algo muy lejano. Sí, se me habían muerto un par de abuelas, y eso me parecía lo peor de lo peor, pero entonces no podía ni imaginar la muerte en alguien joven (mi suicida tenía 19 años) ni me cabía en la cabeza que en mi familia pudiera ocurrir algo así y menos de forma voluntaria. Como curiosidad apuntaré que era un tema de conversación bastante recurrente con la persona que lo hizo, pero como simple perversión intelectual; jamás pareció una alternativa real, y ésa fue una de las causas del sentimiento de culpa posterior.
2. Compartir en vivo y en directo el incomparable sufrimiento de una madre. De todos los que padecen algo así, nadie como la madre. Y probablemente el padre, aunque en este caso lo de la madre fue mucho más evidente, más físico, más definitivo. Tan físico y tan definitivo que a los pocos años esa madre desarrolló un cáncer y en un tiempo relativamente corto murió. De todas formas nunca volvió a ser la misma y el negro se instaló en su vida ya para siempre. No hubo tregua, aunque sí pequeños alivios, pero de ese dolor inconmensurable sólo sabemos los que lo vivimos más de cerca y tuvimos oportunidad de comprender que como ese sufrimiento en este mundo no hay nada.
3. Mi propia idiosincrasia, mi personalidad, mi insultante instinto de supervivencia. Extrovertida, entusiasta, con un montón de aficiones, adicta a la lectura, a la escritura, al cine, a la diversión, a la dolce vita y al placer en general. Hay tantas cosas en la vida que me gustan que a un posible suicida incapaz de encontrar sentido a la suya, lo pueden llegar a hundir. Sé que esto es real y es así porque más de un deprimido me lo ha dicho, pero sobre todo porque una vez lo leí de puño y letra de la persona que lo hizo: mi vitalidad era agotadora y mis intentos de contagiársela y de inocularle mi entusiasmo totalmente contraproducentes. No es bueno para un suicida potencial juntarse con personas como yo; se sienten mejor con gente triste y depresiva, eso les anima o al menos les hace sentirse menos raros. Simple y llanamente porque ellos son incapaces de articular defensas contra lo que les pasa, y todo lo que les suene a fuerza o a vitalidad les hace sentirse mucho peor, más inútiles y desgraciados. Por eso a mí me produce bastante desazón relacionarme con estas personas, porque siempre pienso que cualquier cosa que diga será utilizada en mi contra.
En fin, escribo esto por un lado porque es algo que tengo pendiente desde hace tiempo, pero también porque si llega a alguien que lo lea y que tenga in mente ese proyecto como algo inminente y real, que piense un poco, si puede, en lo que deja atrás y en lo que las personas que le quieren nunca podrán superar. Que piense, por ejemplo, en esto que yo aquí he contado.
miércoles, 3 de abril de 2013
Chávez se aparece a Maduro en forma de pajarito
No sé si sabréis el último fenómeno sobrenatural del que se ha tenido conocimiento en los medios, pero por si acaso os lo cuento. Resulta que el difunto presidente venezolano Hugo Chávez se ha aparecido en forma de pajarito al candidado a la presidencia Nicolás Maduro. Así lo contó Maduro a una impresionada audiencia:
http://www.elmundo.es/america/2013/04/02/venezuela/1364921779.html?cid=CM0803
El candidato oficialista ha dicho que sintió que Chávez se le apareció en forma de "pajarito chiquitico" y lo bendijo al arrancar la campaña. "Lo sentí ahí como dándonos una bendición, diciéndonos: 'hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria. Tienen nuestra bendiciones'. Así lo sentí yo desde mi alma", ha relatado Maduro sentado junto a los hermanos de Chávez en el patio de la casa natal en la ciudad Barinas, en el occidente de Venezuela.
Maduro ha sostenido que al orar este martes por la mañana en una pequeña capilla católica de Barinas y al encontrarse totalmente solo, apareció el ave, con la que se comunicó con silbidos. "De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba", ha dicho señalando su cabeza e imitando un aleteo. El pájaro, ha proseguido Maduro algo emocionado, "se paró en una viga de madera y empezó a silbar, un silbido bonito", ha asegurado imitándolo.
"Me lo quedé viendo y también le silbé, pues. 'Si tú silbas yo silbo', y silbé. El pajarito me vio raro, ¿no? Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue y yo sentí el espíritu de él", de Hugo Chávez, ha remarcado.
Bueno, os podréis imaginar el cachondeo generalizado por las redes sociales: que si pajaritos por aquí, pajaritos por allá; que si pío pío que yo no he sío, que si chogüí chogüí qué lindo el pajarito, que si un gorrión venezolano que se llama pavo real... En fin, el choteo padre.
Pero vamos, que yo, que soy atea, me descojone viva de la aparición de Chávez haciendo pío pío es totalmente normal, pero que se descojonen otros muchos que llevan siglos creyendo que a una señora se le apareció una paloma en plan Predictor y le anunció que iba a ser mamá... no canta un poco?
http://www.elmundo.es/america/2013/04/02/venezuela/1364921779.html?cid=CM0803
El candidato oficialista ha dicho que sintió que Chávez se le apareció en forma de "pajarito chiquitico" y lo bendijo al arrancar la campaña. "Lo sentí ahí como dándonos una bendición, diciéndonos: 'hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria. Tienen nuestra bendiciones'. Así lo sentí yo desde mi alma", ha relatado Maduro sentado junto a los hermanos de Chávez en el patio de la casa natal en la ciudad Barinas, en el occidente de Venezuela.
Maduro ha sostenido que al orar este martes por la mañana en una pequeña capilla católica de Barinas y al encontrarse totalmente solo, apareció el ave, con la que se comunicó con silbidos. "De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba", ha dicho señalando su cabeza e imitando un aleteo. El pájaro, ha proseguido Maduro algo emocionado, "se paró en una viga de madera y empezó a silbar, un silbido bonito", ha asegurado imitándolo.
"Me lo quedé viendo y también le silbé, pues. 'Si tú silbas yo silbo', y silbé. El pajarito me vio raro, ¿no? Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue y yo sentí el espíritu de él", de Hugo Chávez, ha remarcado.
Bueno, os podréis imaginar el cachondeo generalizado por las redes sociales: que si pajaritos por aquí, pajaritos por allá; que si pío pío que yo no he sío, que si chogüí chogüí qué lindo el pajarito, que si un gorrión venezolano que se llama pavo real... En fin, el choteo padre.
Pero vamos, que yo, que soy atea, me descojone viva de la aparición de Chávez haciendo pío pío es totalmente normal, pero que se descojonen otros muchos que llevan siglos creyendo que a una señora se le apareció una paloma en plan Predictor y le anunció que iba a ser mamá... no canta un poco?
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