Dicen que la calle es una jungla, y para mí desde luego lo es. Un verdadero territorio comanche para el que tengo que armarme de valor antes de adentrarme.
Cuando salgo a pasear por mi barrio cualquiera que me viera podría pensar que soy una borracha 24/7, a tiempo completo. Tal es mi constante zigzagueo de acera a acera sin aparente sentido. Pero ese sentido existe, y aquí lo voy a explicar.
Hay un montón de puntos negros por los que no puedo pasar, algunos por mí misma y otros por mi perra. Lo cual me obliga a estar todo el tiempo cruzándome de acera para evitar los peligros de esa jungla de asfalto.
Yo tengo básicamente dos zonas de peligro que a su vez se diversifican: bares y peluquerías.
Empecemos por las peluquerías. Está la del "estilista", del que ya he hablado por aquí otras veces. El artífice de las dos catástrofes capilares más tremendas de mi vida, la del ahuecador que me dejó como Donna Summer, y la más reciente, la de las mechas, que salí con un rubio a lo Lomana. Ambas veces me fui llorando y juré no volver a acercarme por su puerta. Tal es mi aversión por el estilista que me cruzo de acera sistemáticamente cuando su peluquería está abierta.
Luego está más arriba de la calle otra peluquería a la que dejé de ir cuando el dueño me invitó a una fiesta sadomaso a la que iba con su marido, para que yo asistiera en plan dómina para el público hetero. Yo iba de higos a pepinos a cortarme las puntas, proceso que como mucho podía durar diez minutos, pero al final me tiraba allí la tarde entera con el tipo contándome su vida sexual al completo. Se ve que el tío me tomó cariño cuando se dio cuenta de que yo tenía cierta apertura mental, pero las chapas que me daba no tenían final. Lo fui soportando estoicamente hasta el día de autos en el que me invitó al club. "Eres la dómina perfecta", me dijo. No he vuelto a pasar por delante de su peluquería, porque encima tengo que confesar que le dije que sí. A ver, me cuesta mucho decir que no cuando me proponen cosas, porque no soporto que me den la paliza para intentar convencerme, así que digo que sí a todo y me quito a la gente de encima. Pero claro, luego me tiro años escondiéndome para que no me vuelvan a pillar.
Pasemos a los bares. Concretamente al que eludo con más ahínco. Éste es un caso parecido al anterior. No paso por delante porque una vez, un día de éstos tontos en los que te pones a charlar y a contarle tu vida a los camareros, uno de ellos me pidió salir, y claro, le dije que sí, como es mi costumbre. No tenía ganas de liarme en explicaciones mil para excusarme por mi negativa. Porque yo soy incapaz de decir sencillamente "no", o "no quiero" o "no puedo" o "no me apetece". No, yo me lío y me lío, y empiezo "no, mira, porque ahora mismo blablablabla...", y al final termino contando mi vida y milagros y quedo igual de mal o peor que si hubiera dicho un simple "no". Excusatio non petita accusatio manifesta. Creo que mis padres en ese aspecto no me educaron demasiado bien. Una cosa es ser educada y otra ser imbécil.
En fin, la cuestión es que llevo siglos sin pasar por delante de ese bar. Últimamente le he echado valor y he pasado un par de veces, más que nada porque de eso hace ya 6 años y no creo ni que ese camarero siga trabajando allí. Es más, no creo ni que se acuerde de mí, pero por si acaso, es tal mi pavor de que me recuerde que aquel día le dije que sí que... pues eso, a la acera de enfrente.
Luego están los otros bares, que en mi calle hay seis nada más y nada menos. Nooooooo, no me ha pedido nadie más de salir, no os asustéis. Lo que pasa es que en el barrio hay varios vecinos muy chapas, de ésos que te pillan y es imposible escapar de la paliza mental. Y curiosamente con frecuencia están en las terrazas de alguno de esos bares. Entonces siempre que me es posible intento evitar pasar por delante de esas terrazas. Lo cual se complica bastante en un tramo concreto en el que hay un bar justo frente al otro. En ese caso siempre tiendo a cruzar por el que menos gente haya, jugándome el pellejo a cara o cruz.
En fin, como comprenderéis mis paseos por el barrio son bastante complicados y ese zigzag aparentemente arbitrario tiene un sentido muy específico. Pero todo esto se complica aún más cuando unimos a mis zonas negras las de la Bimba, que es con quien mayormente paseo. Porque tengo que combinar mis fobias personales con las suyas, que en resumidas cuentas son... todas las perras del mundo.
Así pues, yo voy caminando tranquilamente por mi acera, esperando para cruzarme en el siguiente obstáculo, pero veo de lejos a alguien acercarse con otro perro. Si la Bimba sigue tal cual sé que es macho y no hay problema, pero si la veo ponerse tensa y gruñir en la lejanía, ya sé que tengo que marcarme una 3.14. O sea, cruzarme o darme la vuelta o coger una calle lateral. La tragedia se masca en cuanto la Bimba olisquea a una rival. No es que vaya a pasar nada porque yo la llevo atada y bien atada con su correa, pero la verdad, la situación es desagradable. No hay ninguna necesidad de pasar ese mal trago, huyo del conflicto y aquí no ha pasado nada. Así que mis paseos con mi perra son un constante ir y venir para adelante y para atrás, ya digo que aparentemente sin sentido, pero con todo el sentido del mundo.
Y por fin está el peligro último y más acuciante: la Caneli. La Caneli es la perra de las vecinas del bajo de mi bloque. Y no es tanto peligro por ser la archienemiga principal de la Bimba, sino porque sus dueñas se pasan la vida con la puerta abierta y con la perra suelta. Como viven la madre y la hija enfrente una de la otra y la perra va de un piso al otro, pues la Caneli campa a sus anchas por el portal.
Ya hemos tenido algún que otro rifirrafe, pero hasta el día de hoy lo habíamos podido solventar. Antes de entrar al portal yo siempre miro si la Caneli anda por allí, y si está doy un toque y ellas la encierran en alguno de sus pisos. Si bajo y oigo a la Caneli aviso, "que voyyyyyyyyy", y ellas la encierran. No sé cómo, sabiendo que es una perra asesina, la tienen suelta todo el tiempo, la verdad. Tú ves a la Caneli y te la quieres comer de bonita que es. Chiquita, es un peluche, blanquita, un poco tuerta, bueno, bastante tuerta... supercariñosa. Cuando voy sola sin la Bimba me encanta achucharla y darle besos. Yo la quiero y sé que ella me quiere. Pero vamos, no deja de ser un encantador peluche asesino. A mi hijo, un día que sacó a la Bimba, ya le intentó morder, pero como es deportista y tiene los gemelos como piedras probablemente la Caneli se quedó sin diente.
Y a mí me ha tocado hoy. Aparentemente no había peligro en el portal, así que entramos la Bimba y yo tranquilamente, pero justo cuando íbamos a empezar a subir las escaleras se abre la puerta del bajo y sale la Caneli toda enloquecida, como toro por la puerta de toriles. Yo tiro de la Bimba y corro escalera arriba pero la Caneli se me adelanta enfurecida. Levanto a la Bimba con la correa pero veo que la va a morder, que la va a morder sin remedio, y entonces.... meto mi pie entre las dos a modo de barrera.
Se mascaba la tragedia. La Caneli ya iba toda loca con la boca abierta dispuesta a hincar el diente... y lo hincó. En mi dedo gordo del pie derecho. En la barrera. Y yo con sandalias.
Me hizo la pedicura en un pispás. Menos mal que es un moco de perra, si llega a ser un poco más grande me arranca el dedo. La hijaputa se agarró en plan garrapata y tiró sin compasión. Resultado, el esmalte de uñas rosa se lo ha tragado enterito y me ha abierto una brecha en el dedo por la que ha empezado a salir sangre a raudales. Bueno, no tan a raudales, la verdad. Sangrecilla, no vamos a exagerar.
En fin, me he limpiado, me he desinfectado, Betadine... lo propio del caso. Al rato ha llamado a la puerta una de las dueñas de la Caneli, que es enfermera y no estaba cuando ocurrió la tragedia. Ha subido a mi casa con su arsenal sanitario y me ha hecho una cura del dedo que yo creo que no ha hecho en toda su vida profesional. Ha gastado medio bote de Cristalmina y como doscientas gasas. Me ha asegurado que la Caneli está vacunada de todo y que le hicieron una limpieza de boca con antibióticos incluidos la semana pasada. Que puedo estar tranquila, que de esto no me muero.
En definitiva, estaba cantado que algún día sucedería. La guerra entre la Bimba y la Caneli tiene que cobrarse víctimas, esto es así. Espero que mi dedo se recupere sin problemas, y mañana en cuanto me quite las veinte gasas que me ha puesto la dueña de la Caneli me volveré a pintar mi uña de rosa.
Sin embargo presiento que esto sólo ha sido la batalla inaugural. Una vez que la Caneli ha hincado el diente, quién sabe si no le ha cogido el gusto a la sangre... a mi sangre, y no lo volverá a intentar a la menor ocasión. Menos mal que ahora llega el invierno y me planto las botas de aquí a dos días, y ahí la Caneli se deja los dientes también. Ya os seguiré informando.
Amigos, mucho cuidado, no son meras palabras. Esto es la jungla.
Irresponsabilidad afectiva. Es jugar con las ilusiones de las personas para nada. Pero un relato muy entrerenido, vives en un pueblo o en una ciudad?
ResponderEliminarEn una ciudad-pueblo. Pequeña capital de provincias.
EliminarIrresponsabilidad afectivaaaaaa????