Llevo tiempo sin escribir, aparte de por la pereza veraniega, la verdad es que hay pocos temas que me motiven lo suficiente como para dejar mis otras aficiones y sentarme a dar la chapa.
Pero no puedo dejar de dedicarle un post a una de mis personas favoritas. Han muerto otros muchos escritores en estos tiempos y no he sentido esa necesidad, pero para mí Javier Marías era alguien muy especial. Y no tanto por su faceta como novelista, que no me llamaba demasiado la atención. Para mi gusto como narrador siempre ha sido muy barroco, demasiado aficionado a la sintaxis embrollosa y a las tramas tortuosas y rocambolescas. Sus novelas nunca me han atrapado y cuando las he leído siempre me ha costado bastante engancharme. Yo como lectora no soy tan exquisita, las cosas como son.
A mí me gustaba mucho más Marías en su faceta de articulista. Durante años lo seguí con fervor. Tenía suscripción con El País y cada domingo acudía con todo el entusiasmo del mundo a comprar El País Semanal, básicamente por él. Tan básicamente que en cuanto me sentaba a desayunar su artículo era mi regalo, era casi lo único que me interesaba de la revista, el aditamento imprescindible para un perfecto desayuno dominical. Marías y mi bandeja. Marías y mi tostada. Marías y mi terraza. Marías y mis piernas al sol.
Me cagaba en to su nación las semanas que dedicaba su artículo al fútbol. Porque aunque lo leía también el tema no me apasionaba, la verdad. Creo que Marías es la única persona en el mundo que ha conseguido que yo lea algo sobre fútbol. Bueno, aparte de mi hijo, que es futbolista, y lógicamente leo todo lo que se escribe sobre él. Mi hijo y Marías, y pare usted de contar. Ahí termina mi relación con el fútbol.
Y tampoco es que estuviera de acuerdo con él en todo. Es más, yo era una de sus principales víctimas en su famosa faceta de pitufo gruñón destroyer. Javier despotricaba de casi todo lo que yo soy. De los dueños de perros (servidora), de los ciclistas de ciudad (servidora), de los amantes de verbenas y festejos (servidora), de los usuarios de redes sociales (servidora)... Vamos, que rara era la cosa en la que coincidíamos. Pero es que me encantaba cómo refunfuñaba del mundo, aunque ese mundo fuera yo misma.
Sí había algo en lo que me identificaba mucho con él. Algo básico. Ese cierto extrañamiento hacia la gente. Ese sentirse bicho raro. La fobia a la conversación vacua, a la charla insustancial. En cambio, el amor por las reuniones de amigos, de personas queridas. El gusto por las conversaciones interminables con tu gente. El disgusto por el parloteo vano, trivial. En definitiva, eso, ser bicho raro. Y saberlo, y asumirlo. Y también que te dé bastante igual lo que los demás piensen de ti.
Todo eso me unía a Javier. Más que su literatura, más que su pasión por inventar historias, me unían nuestras rarezas. Porque aunque muchas de sus fobias no fueran mis fobias, incluso aunque muchas de sus fobias fueran yo misma... Ayyyyyyy, cómo le entendía!! Cómo me hubiera gustado contarle mis ingeniosas estrategias de huida, que probablemente eran muy parecidas a las suyas.
Javier, ya sé que los homenajes están muy manidos y que ni a ti ni a mí nos gustan demasiado. Pero me da igual, tan igual como te daba a ti lo que pensara la gente que no era tu gente, tan igual como me da a mí lo que piense la gente que no es mi gente.
Yo necesitaba decirte todo esto. Tú y yo sabemos que no estás en ninguna parte y no lo puedes leer, pero también sabemos que decirlo consuela.
Y mucho.
Adiós amigo.
Firma: Perrófila, ciclista, fiestera y tuitera. Amos, lo peor.
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