Esta mañana he tenido un déjà vu. Un terrible déjà vu.
Los que me conocéis bien sabéis que soy una persona bastante asocial en general, pero muy especialmente asocial por las mañanas, y muy muy muy muy especialmente por la mañana temprano. Jamás he entendido que haya gente a la que le gusta pegar la hebra a esas horas criminales. Para mí eso siempre ha sido un auténtico expediente X.
Son antológicas mis estratagemas para rehuir a la gente en el tren de la mañana a Rabanales. Mi horror ante la idea de que alguien se me emperchara a darme la chapa. Recordaréis mi devoción por el último vagón, el más tranquilo, el más vacío, hasta el que nadie tenía cojones de llegar porque había que recorrerse toda la estación; mis discusiones con los de seguridad porque yo me empeñaba en recorrer los andenes con mi bici y ellos me perseguían enconadamente; mi horror absoluto y mi indignación cuando se subía a MI vagón alguien, y sobre todo alguiénes, y sobre todo álguienes que a esas horas aberrantes tuvieran ganas de hablar. Podía soportar que se instalara en mi terreno otro asocial ávido de silencio como yo, pero cuando se subía un grupito a montar su tertulia mañanera yo me quería moriiiiiiiiir.
Recordaréis mis posts de absoluta indignación. Por qué, por qué esa gente se recorría todo el andén para montarse en un vagón vacío en el que solo estaba una pobre mujer que lo único que le pedía a la vida era un poco de silencio para ir despertando poco a poco a la realidad cotidiana?????? Que yo lo recorriera tenía sentido, porque ese silencio sólo era posible encontrarlo allí, pero si lo que quieres es ruido y algarabía... qué coño haces andando hasta el octavo cipoteeeeee? Nunca lo pude entender y nunca lo entenderé.
En fin, son bastantes los posts que dediqué a esos días terribles en los que mi ansiada paz matutina era violentada de la forma más atroz por la ruidosa plebe. A los dolores de cabeza que me producían y a la mala hostia que se me quedaba ya toda la mañana.
Como bien sabéis mis fieles seguidores, escasos pero selectos, yo no soy persona hasta bien entrado el día. No me gusta madrugar, odio madrugar. Soy pájara nocturna y siempre lo fui. Florezco en la noche y desfallezco al amanecer. Como muy pronto, mi ser social empieza a surgir a media mañana (curiosamente coincidente con la hora de la cerveza, qué cosas). Antes de eso vivo porque tengo que vivir, y sobre todo, porque tengo que comer y pagar mi hipoteca. Si no una mierda me iba yo a levantar antes de las 10 de la mañana jamás en la vida!
En fin, la cosa viene a que hoy he tenido una experiencia bastante similar a las del tren. Os cuento.
En mi trabajo actual he conseguido encontrar gozosos momentos de silencio. Como ahora vivo cerca del curro voy andando, escucho la radio (que eso sí me gusta mucho hacerlo por la noche y por la madrugada), y no corro ningún riesgo de que se me emperche alguien con ganas de darme la paliza. El tren era un terrible peligro porque se montaba muchísima gente conocida, pero la calle a esas horas de la madrugada es un verdadero sueño para los asociales como yo.
Pero lo mejor de lo mejor es la gente de la cafetería. Tengo que decir que adoro al camarero que abre por las mañanas. Javi, te amo. Me ha calado a la perfección, como sólo puede hacerlo un profesional de la hostelería con un amplio bagaje. Yo llego, le saludo con la mano y él a mí igual; me siento en un rinconcito, escucho la radio bajita y leo. Al rato él viene, me trae mi café, yo le pago, me sonríe, le sonrío. Y no me dice ni media palabraaaaaaaaa! Todo en un maravilloso y absoluto silenciooooooo! Paz y amor! Es el paraíso!
Considero que he tenido una suerte bárbara al dar con un tío así. No quiero ni pensar en que fuera uno de esos camareros que necesita contarte su vida o preguntarte sobre la tuya a esas terribles horas de la mañana. Bueno, es que si fuera así probablemente no pisaría el lugar. Ya me habría buscado la vida en otra parte. Pero como estoy tan a gustito allí, en ese ambiente de intimidad y silencio, procuro prolongar ese maravilloso momento al máximo. Salir de esa burbuja me cuesta horrores porque sé que significa tener que incorporarme al mundo de los vivos cuando aún no estoy preparada ni de coña, por aquello de mis ritmos circadianos.
Pero hoy... hoy, queridos amigos, he tenido ese déjà vu terrible. He recordado por un momento aquellos tiempos del tren en los que la indignación por la violación de mi espacio vital me invadía. Esta mañana un grupo de cuatro... cuatrooooooooo nada más y nada menos, ha aparecido cuando yo llevaba apenas 10 minutos sentada, gozando de esa intimidad maravillosa, y se han puesto en la mesa de al lado a hablar a voz en grito como si no hubiera un mañana!! Ha sido como una pesadilla!! Otra vez noooo, por favoooooor!! Pero por qué, por quéeeeeeeee??????? Dios mío, el anticlímax ha sido apoteósico. He llegado a desear un cataclismo nuclear en ese momento para hacer desaparecer a los cuatro intrusos, aunque ello supusiera también mi desaparición definitiva.
Ya nada ha sido igual el resto de la mañana. Un horrible zumbido se ha apoderado de mi cabeza. He dado vueltas por la Facultad sin ton ni son en busca del silencio perdido. Finalmente he llegado a mi puesto de trabajo y era incapaz de sonreír ni de mostrarme mínimamente sociable. Toda la mañana he estado de una mala hostia impresionante. Sólo quería gritar: "Por favooooooooooor, que no me hable nadieeeeeeeeee!! Cuidao conmigo, que estoy muuuuuuuuu locaaaaaaaa!"
Si los cuatro jinetes del apocalipsis que me han jodido el día supieran lo que me han hecho estarían ahora mismo haciendo penitencia y flagelándose. Hijoputas, violentar así mi paraíso matutino!! No me quedé con sus caras, menos mal, porque si vienen un día a la biblioteca soy capaz de quemarles los libros a lo bonzo.
En fin, amigos, yo que me metí a la profesión bibliotecaria porque amaba sobre todas las cosas en este mundo dos, los libros y el silencio, observo que soy perseguida por los dos grandes enemigos de ambos: la ignorancia y el mundanal ruido.
Menos mal que le tengo echado el ojo a un sitio en mi biblio que puede ser mi edén laboral en el futuro, porque allí estaré rodeada todo el tiempo de esas dos cosas que tanto amo. De momento está calentándome el asiento una compañera que se jubilará pronto. El día en que lo haga lloraré de alegría, tanto por ella como por mí. Quizás un poquito más por mí, no voy a ser hipócrita. Pero bueno, la cuestión es que ella será feliz de jubilada y yo seré igualmente feliz o más en esa burbuja silente que a día de hoy aún me queda tan lejana.
Sólo espero que lo de los cuatro jinetes fuera una desgraciada excepción en ese mundo de felicidad que he logrado hallar en la cafetería. Si no me temo que tendré que llevarme el café en un termo y esconderme en los confines más recónditos de la Facultad.
Al menos en Medicina cuando quería esconderme del mundo tenía la sala de disección.
Ay Dioooossssss!!!! Qué difícil lo tenemos los raritos en la vida!!
Pues menos mal que no te toca ir a trabajar en el transporte público de Madrid. Deberías sentirte afortunada. Concuerdo con la mayoría de lo que dices, me siento identificado sobre todo ahora, porque cuando no hay gente me puedo la mascarilla sin llamar la atención de nadie o apoyar los pies en el asiento de enfrente. Pero sí, estar obligado a escuchar conversaciones banales y anodinas de los demás, sobre todo por la mañana, no siempre suena apetecible.
ResponderEliminarCreo que ya hemos hablado de esto en alguna otra ocasión.
EliminarYo pienso en el metro y me da ansiedad de momento. No soporto los sitios con mucha gente, y no es desde la pandemia, es de mucho antes.
Y sí, me considero muy muy afortunada.
Poder ir a trabajar a pie es un lujo que no todo el mundo puede permitirse. Me ha costado mucho llegar a él, también te lo digo.