Cuando llevamos ya algo así como 44 días de confinamiento siento la necesidad de compartir algunas de mis reflexiones acerca de estos tiempos tan raros que nos ha tocado vivir.
Continúo paseando a diario por Twitter y alucinando con las batallas que el Coronavirus provoca entre las hordas de simpatizantes de los unos y los otros. Como era de prever cualquier crítica a la gestión de la pandemia es tachada automáticamente de fascista y/o antipatriótica. La adhesión tiene que ser total o si no de cabeza al otro bando. Veo todo lo que pasa como mera observadora, con cierta fascinación, porque tengo bastante claro que si en lugar de gobernar éstos gobernaran los otros las cosas serían exactamente igual pero al revés. Los progubernamentales defenderían a muerte la gestión de los suyos, sin importarles realmente si es buena o mala, sólo porque son los suyos, y la oposición estaría poniendo igual a parir al Gobierno, convocando caceroladas o protestas y culpándole de todos los desastres, de las muertes, de los contagios de sanitarios, de las chapuzas en las compras de materiales, de los giros argumentales, de los errores de comunicación.... Como no tengo ninguna confianza en los políticos actuales, ni de un lado ni del otro, no me hago ilusiones, estoy segura de que sería así. Conmigo que no cuenten ni para ataques cruentos ni para defensas numantinas.
Flipo también con la resiliencia de la gente. La mayoría de las personas con las que hablo llevan el confinamiento bastante bien. De mí misma no me sorprende porque soy una persona casera, estoy en mi zona de confort y no echo de menos prácticamente nada. Al revés, agradezco el no tener que madrugar, que es lo que peor llevo en la vida. Como tengo costumbre de comunicarme con mi familia y amigos por mensajería y además no soy aficionada a eventos ni a desplazamientos vacacionales masivos no echaré de menos playas empetadas ni atascos en carreteras ni colas en aeropuertos ni interminables documentos gráficos ante portadas de Iglesias y catedrales. Si acaso extraño algo son los restaurantes, las terracitas...., en fin, nada que no se pueda sobrellevar dignamente sin tirarse de los pelos. Pero conozco a mucha gente que en condiciones normales su vida es un no parar, siempre de un lado para otro, y sorprendentemente no están agobiados, incluso te dicen que el enclaustramiento les está viniendo bien. La capacidad de adaptación de esta especie supongo que explica que todavía, a estas alturas y después de haber cometido miles de gilipolleces y barbaridades, aún sigamos aquí.
Otra cosa que me llama la atención es la cantidad de gente que ve todo esto como una especie de castigo de la naturaleza por nuestra mala vida. Algo así como las plagas bíblicas esas que Dios mandaba a la gente por sus pecados. Es increíble la de personas que piensan que hay un sentido, una relación causa-efecto detrás de esta pandemia. Yo sinceramente soy bastante escéptica al respecto. Creo que esto ha pasado porque los virus existen, están ahí, y en un mundo globalizado su expansión acelerada es inevitable. No creo en conspiraciones ni en castigos divinos, ni en la naturaleza rebelándose contra el hombre en forma de bicho invisible. La naturaleza tiene formas mejores de vengarse por medio de huracanes, inundaciones, sequías, tsunamis, terremotos, etc. Los virus están ahí desde el principio de los tiempos; lo que pasa es que nos creemos a salvo de todo y éste ha venido a recordarnos que seguimos siendo vulnerables, que no somos ni mucho menos invencibles ni tenemos superpoderes. Ha venido a darnos un baño de humildad. Somos mortales, nuestro bienestar tan duramente conquistado está sujeto con pinzas y cualquier cosa en un momento dado puede derrumbarlo todo. Es una buena lección pero no una venganza planetaria.
Otros piensan también que de esto vamos a salir mucho mejores, que vamos a cambiar nuestro modo de vida y seremos mucho más respetuosos con el medio ambiente y blablablabla... En fin, también soy escéptica con respecto a esto. Yo no creo que de esto vayamos a salir ni mejores ni peores. Vamos a seguir siendo exactamente igual. Saldremos un poco más acojonados y durante algún tiempo tomaremos un montón de precauciones porque las cagaleras nos mantendrán físicamente alejados a unos de otros y durante una temporada igual la gente rehuye las aglomeraciones y los desplazamientos masivos ésos que tanto gustan. Pero poco más. En cuanto se nos pase un poquito el canguelo volveremos a consumir como locos todo lo que se nos ponga por delante (bueno, los que puedan), las carreteras se llenarán de coches que formarán interminables caravanas para escapar en masa a la costa cada finde, los aeropuertos estarán petados de personas con decenas de bultos en un éxodo sin fin, volveremos a ver por la tele esas imágenes dantescas de playas atestadas con la gente hacinándose una encima de otra... en fin, seremos los de siempre, y esto pasará a ser un recuerdo de un tiempo extraño que conseguimos superar.
Puede que quien saque más beneficio sean los Gobiernos de todo pelaje, que probablemente aprovecharán la coyuntura para controlarnos un poquito más y recortarnos unas cuantas de esas libertades tan arduamente conquistadas. Nos resignaremos a ser un poquito menos libres, a que nos tengan localizados constantemente y sacrificaremos nuestro derecho a la privacidad en beneficio de una causa mayor como es la Salud Pública. Tal vez tengamos que llevar un microchip o algo así en el que nuestro historial clínico determinará dónde podemos o no ir, en qué ciudades o países seremos bien recibidos y en cuáles no nos dejarán ni asomar la nariz.
Y poco más. No me hago muchas ilusiones. Creo que el ser humano es bastante pertinaz en sus usos y costumbres. Y del mismo modo que tenemos una capacidad de adaptación al medio prodigiosa y que nuestro instinto de supervivencia es enormemente poderoso, también nos aferramos a nuestras filias y fobias con uñas y dientes.
Todo esto pasará y el Corte Inglés y Zara volverán a abrir sus puertas, para quien aún tenga la tarjeta de crédito en disposición de seguir echando humo. Eso sí, para muchísima gente lo que de verdad quedará serán las terribles secuelas económicas, que eso sí es para echarse a temblar. Al final recordaremos el confinamiento casi como una etapa tranquila y feliz, al menos los que no hayamos perdido a ningún ser querido en la batalla. Puede que incluso lo echemos de menos cuando tengamos que enfrentarnos a esa otra pandemia que nos acecha y que sí que devora todo lo que toca: la pobreza.
Pero eso ya si eso lo dejo para otro post.
lunes, 27 de abril de 2020
sábado, 18 de abril de 2020
Lolitas y Lolitos: juegos del Coronavirus
- Dromedario.
- Cómo que dromedario?????
- Dromedario. Dromedario, mamá.
- Dromedario como vehículo?
- El dromedario es un vehículo en muchos países.
- Ya, como pulpo animal de compañía, no?
- El dromedario es el medio de transporte de muchísimas personas.
- Ya, y el burro también, pero no es un vehículo.
- Es un vehículo. Busca en el diccionario la palabra vehículo.
- Por esa misma regla yo puedo ser un vehículo si te cojo en brazos.
- Venga mamá, que hay muy pocos vehículos con la D, vamos a dejárselo.
- Huuummmmm!! En fin, vale, te lo apuntas. Pero vamos, que está muy cogido por los pelos.
- Vale. Pero me lo apunto.
- Bueno, seguimos. Personajes con la L. Yo tengo Lolita, de Nabokov.
- Esa quién es?
- Esa es un personaje de una novela muy famosa que escribió un tipo que se llamaba Nabokov. Y además es una película.
- Pues a mí no me suena.
- Ni a mí.
- Ni a mí tampoco.
- Anda que vaya nivel cultural de mierda tenéis. Bueno, qué tenéis vosotros?
- Yo he puesto Lolito Fernández.
- Ese quién coño eeeeees?
- Es un youtuber. Manolito Fernández, pero le llaman Lolito.
- No me lo creo, te lo has inventado.
- Que sí mamá, joder, que existe, búscalo.
- Sí, mamá, yo también lo conozco.
- O sea, que no sabéis quién es la Lolita de Nabokov pero sí conocéis a un capullo que se llama Lolito Fernández y hace gilipolleces en un canal. Vaya nivelazo!
- A ti te hemos pasado como personaje con la A al Ángel de la guarda.
- El ángel de la guarda es un personaje bíblico, como la Virgen María o San José.
- Pues yo no sé quién es.
- Claro, a ti sacándote de "Los hombres de Paco".... que te vale para todas las letras. Paco el de Los hombres de Paco, Mariano el de Los hombres de Paco... Y encima vas y te inventas a una Natalia de Los hombres de Paco. No tienes tú morro ni na!
- Qué quieres? Me sonaba que había una Natalia.
- Claro, si por probar nombres a ver si cuela! Y no hay ningún Dromedario en los hombres de Paco??
- Jo, mamá, qué borde eres!! Tienes muy mal perder.
- Y tú un morro que te lo pisas.
- Bueno, venga, mueble con la P.
- Puerta.
- Puertaaaaaaaaa??????????
- Cómo que dromedario?????
- Dromedario. Dromedario, mamá.
- Dromedario como vehículo?
- El dromedario es un vehículo en muchos países.
- Ya, como pulpo animal de compañía, no?
- El dromedario es el medio de transporte de muchísimas personas.
- Ya, y el burro también, pero no es un vehículo.
- Es un vehículo. Busca en el diccionario la palabra vehículo.
- Por esa misma regla yo puedo ser un vehículo si te cojo en brazos.
- Venga mamá, que hay muy pocos vehículos con la D, vamos a dejárselo.
- Huuummmmm!! En fin, vale, te lo apuntas. Pero vamos, que está muy cogido por los pelos.
- Vale. Pero me lo apunto.
- Bueno, seguimos. Personajes con la L. Yo tengo Lolita, de Nabokov.
- Esa quién es?
- Esa es un personaje de una novela muy famosa que escribió un tipo que se llamaba Nabokov. Y además es una película.
- Pues a mí no me suena.
- Ni a mí.
- Ni a mí tampoco.
- Anda que vaya nivel cultural de mierda tenéis. Bueno, qué tenéis vosotros?
- Yo he puesto Lolito Fernández.
- Ese quién coño eeeeees?
- Es un youtuber. Manolito Fernández, pero le llaman Lolito.
- No me lo creo, te lo has inventado.
- Que sí mamá, joder, que existe, búscalo.
- Sí, mamá, yo también lo conozco.
- O sea, que no sabéis quién es la Lolita de Nabokov pero sí conocéis a un capullo que se llama Lolito Fernández y hace gilipolleces en un canal. Vaya nivelazo!
- A ti te hemos pasado como personaje con la A al Ángel de la guarda.
- El ángel de la guarda es un personaje bíblico, como la Virgen María o San José.
- Pues yo no sé quién es.
- Claro, a ti sacándote de "Los hombres de Paco".... que te vale para todas las letras. Paco el de Los hombres de Paco, Mariano el de Los hombres de Paco... Y encima vas y te inventas a una Natalia de Los hombres de Paco. No tienes tú morro ni na!
- Qué quieres? Me sonaba que había una Natalia.
- Claro, si por probar nombres a ver si cuela! Y no hay ningún Dromedario en los hombres de Paco??
- Jo, mamá, qué borde eres!! Tienes muy mal perder.
- Y tú un morro que te lo pisas.
- Bueno, venga, mueble con la P.
- Puerta.
- Puertaaaaaaaaa??????????
lunes, 6 de abril de 2020
Una habitación con vistas
Os acordáis de una película preciosa de James Ivory que se llamaba "Una habitación con vistas"?
Pues bien, estos días de confinamiento obligado pienso mucho en lo importantes que se han convertido de repente cosas que hasta ahora eran puramente accesorias. Por ejemplo, se convierte en un lujo algo tan sencillo como disponer en tu casa de eso, de una habitación con vistas. No te digo ya si además tienes una buena terraza en la que hacer vida al aire libre, y ni hablemos de un jardín o un patio propio, que ya sería el summum.
No sé si habréis visto la multipremiada película "Parásitos". A mí no es que me hiciera mucha gracia, pero sí recuerdo una imagen que me impresionó. En la peli se incidía mucho en las abismales diferencias entre las vidas de las personas ricas y las de las pobres. En ese aspecto la fotografía era totalmente descriptiva. Hay una escena de un diluvio visto desde los amplios ventanales de una casa maravillosa, de ésas que salen en las revistas de diseño. Una escena preciosa, cualquiera querría estar en esa casa, a salvo de todo, contemplando el espectáculo de la lluvia torrencial cayendo sobre el jardín. Justo a continuación ese mismo diluvio visto desde un sótano completamente inundado en el que vive la familia pobre. De verdad, es lo mejor de la película, ese contraste brutal entre una imagen y la otra.
Bueno, pues estos días pienso mucho en esa escena y también en las enormes diferencias entre pasar una larga temporada de confinamiento como ésta en una vivienda amplia, perfectamente acondicionada y con ese lujo que suponen las habitaciones con vistas, las terrazas, las azoteas, los patios... o pasarla en un sótano sin apenas luz, en un bajo, en una casa húmeda, fría, oscura, pequeña.
Por imperativo canino, paseo dos veces al día con mi perrita por las calles vacías, y voy observando las casas, las terrazas, pensando en las personas que viven detrás de esas paredes. Es algo que me ha gustado hacer siempre pero ahora mucho más, porque sé con toda seguridad que detrás de esas moles de ladrillo cientos de personas respiran y viven a diario pequeñas alegrías y tragedias íntimas a las que los demás somos ajenos.
Mi barrio es alegre y luminoso, hay amplios espacios entre los bloques de pisos. La mayoría tiene buenas vistas, zonas verdes... pero siempre me han llamado la atención algunos pisos, por suerte los menos, que quedan encajonados en zonas sin apenas luz. A menudo he pensado qué clase de gente viviría en ellos. También he meditado mucho sobre los arquitectos que idean ese tipo de edificios tan "injustos", con unas viviendas privilegiadamente luminosas y otras terriblemente condenadas a la negrura. Los considero sádicos; ellos saben perfectamente, mejor que nadie, la diferencia que hay entre una vida con vistas y otra que da a un callejón sombrío. Me pregunto si debería ser legal diseñar bloques así sólo para apurar unos cuantos metros cuadrados; permitir que un montón de personas pasen sus vidas en un mundo en el que el sol no existe.
Me consuela pensar que sean pisos de estudiantes, en los que la vida está más en el exterior que dentro. A los estudiantes les importa un pimiento la oscuridad porque se pasan la vida en la calle, y cuando están dentro de las viviendas es para estudiar, así que cuanto menos se distraigan mejor. Pero si pienso, sobre todo, en abuelillos que podrían vivir en esas casas me da una pena terrible. Personas mayores o dependientes, con su movilidad limitada, que apenas pueden pisar la calle, viviendo en un sitio horrible, sin poder mirar tras las ventanas la vida exterior, sin ver la luz del día, sin distinguir entra la mañana y la noche.... Uffffff, entonces cogería a esos arquitectos y les condenaría a una vida eterna infernal en uno de esos pisos que ellos mismos han diseñado para torturar a otros.
En fin, hablaba de las habitaciones con vistas y de las terrazas. Cuando paseo veo a mucha gente que antes no pisaban apenas esas zonas de sus casas y que ahora las han adaptado para hacer la poca vida exterior que se puede. Familias charlando, tomándose una cerveza, haciendo manualidades, jugando a las cartas.... Hay quien mantiene largas conversaciones con el vecino de al lado o con el de enfrente. Me encanta verlos, están deseosos de saludar a todo el que pasa. He oído por ahí que algunos increpan a los que van andando por la calle, pero yo nunca me he encontrado con ninguno, la verdad. Llevo mi salvoconducto perruno y mis paseos son todos lo breves que me lo permite el tránsito intestinal de la Bimba, aunque la hijaputa algunas veces se remolonea un montón. Supongo que sabe que cuanto antes clave su pica antes subimos a casa y por eso se demora todo lo que puede.
Yo tengo la suerte de contar en mi casa con una terraza soleada y con vistas. Es pequeñita pero no tengo vecinos enfrente y veo un horizonte bastante amplio. Hombre, no es como el de una prima mía que vive en un pueblecito de Granada con unas vistas a la Sierra que te mueres. De vez en cuando me manda fotos de atardeceres desde su casa, que sabe que me encantan, y son flipantes. Tampoco tengo las vistas de una compañera que tiene una casa que da justo a los jardines del Alcázar de Córdoba. Desde su baño se ven tooooodos los jardines. Guaauuuuuu, una pasada!!
Bueno, mis vistas son menos espectaculares sin duda, pero a mí me encantan. Y más en estos días. Porque desde mi terraza lo que se ve en la distancia son los dos principales hospitales de la ciudad, donde ahora mismo se debaten entre la vida y la muerte muchas personas y donde esos héroes contemporáneos de la era del Coronavirus que son los sanitarios están luchando día a día por salvar esas vidas, probablemente en unas condiciones no del todo seguras para su propia integridad. Así que cuando salgo cada tarde a aplaudirles, como hacen miles de personas en todo el país y en todo el mundo, los tengo justo enfrente. Todo el barrio les ovaciona, les canta, los anima, les manda señales luminosas con el móvil.... Es emocionante. Estoy segura de que nos escuchan. Me gusta tenerlos cerca, saber que ahí, justo delante de mis narices, se está librando la batalla más dura, y que yo soy testigo privilegiado y animadora entusiasta.
Siempre me ha gustado sentarme en mi terraza y mirar los hospitales al fondo. Imaginar esas luchas y esos sufrimientos que allí acontecen, mandar íntimamente fuerza a esas personas. Porque yo a veces también he estado ahí, y sé lo que se siente al otro lado. Ahí, en el Hospital Provincial, murió hace muy pocos meses mi querida sobrina Helena; ahí también agonizó y murió mi padre hace años; y mi madre pasó largas temporadas de su enfermedad. Y un poco más a la derecha, en el otro hospital, en Reina Sofía, también murieron muchas personas queridas, pero igualmente nacieron mis hijos, mis sobrinas, muchos niños queridos.... Esos hospitales no son sólo signo de dolor y muerte; también en ellos surge la vida, y mucha gente encuentra la cura a sus males. En esos hospitales cada día se da el alta a decenas de personas a las que les espera una buena y larga vida gracias a los cuidados que les dieron en ellos.
Por eso no se me ocurren ahora mismo ningunas vistas mejores. No puedo imaginar otro horizonte mejor mientras paso estas semanas confinada con mi familia, esperando que algún día no muy lejano todo esto se convierta en historia.
Ánimo y fuerza a todos. Ah, y que nunca os falte una buena habitación con vistas
Pues bien, estos días de confinamiento obligado pienso mucho en lo importantes que se han convertido de repente cosas que hasta ahora eran puramente accesorias. Por ejemplo, se convierte en un lujo algo tan sencillo como disponer en tu casa de eso, de una habitación con vistas. No te digo ya si además tienes una buena terraza en la que hacer vida al aire libre, y ni hablemos de un jardín o un patio propio, que ya sería el summum.
No sé si habréis visto la multipremiada película "Parásitos". A mí no es que me hiciera mucha gracia, pero sí recuerdo una imagen que me impresionó. En la peli se incidía mucho en las abismales diferencias entre las vidas de las personas ricas y las de las pobres. En ese aspecto la fotografía era totalmente descriptiva. Hay una escena de un diluvio visto desde los amplios ventanales de una casa maravillosa, de ésas que salen en las revistas de diseño. Una escena preciosa, cualquiera querría estar en esa casa, a salvo de todo, contemplando el espectáculo de la lluvia torrencial cayendo sobre el jardín. Justo a continuación ese mismo diluvio visto desde un sótano completamente inundado en el que vive la familia pobre. De verdad, es lo mejor de la película, ese contraste brutal entre una imagen y la otra.
Bueno, pues estos días pienso mucho en esa escena y también en las enormes diferencias entre pasar una larga temporada de confinamiento como ésta en una vivienda amplia, perfectamente acondicionada y con ese lujo que suponen las habitaciones con vistas, las terrazas, las azoteas, los patios... o pasarla en un sótano sin apenas luz, en un bajo, en una casa húmeda, fría, oscura, pequeña.
Por imperativo canino, paseo dos veces al día con mi perrita por las calles vacías, y voy observando las casas, las terrazas, pensando en las personas que viven detrás de esas paredes. Es algo que me ha gustado hacer siempre pero ahora mucho más, porque sé con toda seguridad que detrás de esas moles de ladrillo cientos de personas respiran y viven a diario pequeñas alegrías y tragedias íntimas a las que los demás somos ajenos.
Mi barrio es alegre y luminoso, hay amplios espacios entre los bloques de pisos. La mayoría tiene buenas vistas, zonas verdes... pero siempre me han llamado la atención algunos pisos, por suerte los menos, que quedan encajonados en zonas sin apenas luz. A menudo he pensado qué clase de gente viviría en ellos. También he meditado mucho sobre los arquitectos que idean ese tipo de edificios tan "injustos", con unas viviendas privilegiadamente luminosas y otras terriblemente condenadas a la negrura. Los considero sádicos; ellos saben perfectamente, mejor que nadie, la diferencia que hay entre una vida con vistas y otra que da a un callejón sombrío. Me pregunto si debería ser legal diseñar bloques así sólo para apurar unos cuantos metros cuadrados; permitir que un montón de personas pasen sus vidas en un mundo en el que el sol no existe.
Me consuela pensar que sean pisos de estudiantes, en los que la vida está más en el exterior que dentro. A los estudiantes les importa un pimiento la oscuridad porque se pasan la vida en la calle, y cuando están dentro de las viviendas es para estudiar, así que cuanto menos se distraigan mejor. Pero si pienso, sobre todo, en abuelillos que podrían vivir en esas casas me da una pena terrible. Personas mayores o dependientes, con su movilidad limitada, que apenas pueden pisar la calle, viviendo en un sitio horrible, sin poder mirar tras las ventanas la vida exterior, sin ver la luz del día, sin distinguir entra la mañana y la noche.... Uffffff, entonces cogería a esos arquitectos y les condenaría a una vida eterna infernal en uno de esos pisos que ellos mismos han diseñado para torturar a otros.
En fin, hablaba de las habitaciones con vistas y de las terrazas. Cuando paseo veo a mucha gente que antes no pisaban apenas esas zonas de sus casas y que ahora las han adaptado para hacer la poca vida exterior que se puede. Familias charlando, tomándose una cerveza, haciendo manualidades, jugando a las cartas.... Hay quien mantiene largas conversaciones con el vecino de al lado o con el de enfrente. Me encanta verlos, están deseosos de saludar a todo el que pasa. He oído por ahí que algunos increpan a los que van andando por la calle, pero yo nunca me he encontrado con ninguno, la verdad. Llevo mi salvoconducto perruno y mis paseos son todos lo breves que me lo permite el tránsito intestinal de la Bimba, aunque la hijaputa algunas veces se remolonea un montón. Supongo que sabe que cuanto antes clave su pica antes subimos a casa y por eso se demora todo lo que puede.
Yo tengo la suerte de contar en mi casa con una terraza soleada y con vistas. Es pequeñita pero no tengo vecinos enfrente y veo un horizonte bastante amplio. Hombre, no es como el de una prima mía que vive en un pueblecito de Granada con unas vistas a la Sierra que te mueres. De vez en cuando me manda fotos de atardeceres desde su casa, que sabe que me encantan, y son flipantes. Tampoco tengo las vistas de una compañera que tiene una casa que da justo a los jardines del Alcázar de Córdoba. Desde su baño se ven tooooodos los jardines. Guaauuuuuu, una pasada!!
Bueno, mis vistas son menos espectaculares sin duda, pero a mí me encantan. Y más en estos días. Porque desde mi terraza lo que se ve en la distancia son los dos principales hospitales de la ciudad, donde ahora mismo se debaten entre la vida y la muerte muchas personas y donde esos héroes contemporáneos de la era del Coronavirus que son los sanitarios están luchando día a día por salvar esas vidas, probablemente en unas condiciones no del todo seguras para su propia integridad. Así que cuando salgo cada tarde a aplaudirles, como hacen miles de personas en todo el país y en todo el mundo, los tengo justo enfrente. Todo el barrio les ovaciona, les canta, los anima, les manda señales luminosas con el móvil.... Es emocionante. Estoy segura de que nos escuchan. Me gusta tenerlos cerca, saber que ahí, justo delante de mis narices, se está librando la batalla más dura, y que yo soy testigo privilegiado y animadora entusiasta.
Siempre me ha gustado sentarme en mi terraza y mirar los hospitales al fondo. Imaginar esas luchas y esos sufrimientos que allí acontecen, mandar íntimamente fuerza a esas personas. Porque yo a veces también he estado ahí, y sé lo que se siente al otro lado. Ahí, en el Hospital Provincial, murió hace muy pocos meses mi querida sobrina Helena; ahí también agonizó y murió mi padre hace años; y mi madre pasó largas temporadas de su enfermedad. Y un poco más a la derecha, en el otro hospital, en Reina Sofía, también murieron muchas personas queridas, pero igualmente nacieron mis hijos, mis sobrinas, muchos niños queridos.... Esos hospitales no son sólo signo de dolor y muerte; también en ellos surge la vida, y mucha gente encuentra la cura a sus males. En esos hospitales cada día se da el alta a decenas de personas a las que les espera una buena y larga vida gracias a los cuidados que les dieron en ellos.
Por eso no se me ocurren ahora mismo ningunas vistas mejores. No puedo imaginar otro horizonte mejor mientras paso estas semanas confinada con mi familia, esperando que algún día no muy lejano todo esto se convierta en historia.
Ánimo y fuerza a todos. Ah, y que nunca os falte una buena habitación con vistas
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