jueves, 29 de junio de 2017

Adiós, pequeña, adiós

Como era de prever, el encantamiento que obró mi novio con Lola, que ya relaté en mi último post, tuvo fecha de caducidad, y en unas horas, como en los cuentos de hadas, el hechizo desapareció, la carroza retornó a calabaza y Lola a su guerra campal con Bimba. Con el paso de los días, mucha paciencia y un tratamiento similar al que mi encantador de perros había llevado a cabo, las cosas volvieron poco a poco a su cauce y conseguí restablecer cierta paz y armonía entre las nenas, pero ya para entonces había comentado con amigos y conocidos los problemas de convivencia de las perras y la maquinaria de búsqueda de soluciones alternativas se había puesto en marcha.

Unos días después una amiga me comentó que le había hablado de Lola a una compañera del campus y que estaba interesada. La chica en cuestión tiene una casa en su pueblo, una finca, aunque ella vive con su familia en la ciudad, pero van los fines de semana al campo y allí tienen un perrito que adoptaron y que es muy parecido a la mía. Antes tenía una perrita con él pero se escapó o se la robaron o algo pasó, el caso es que el animal está ahora solo y ella pensaba ir a la perrera a adoptarle otra compañera de juegos.

Yo le dije que creía que Lola era perfecta para sus fines porque es evidentemente una perra de campo,  y la ciudad y ella son enemigas mortales. Ya os conté en su día que por no saber Lola no sabía ni subir escaleras. Ni tampoco caminar atada ni siquiera caminar normalmente sin ir como un potro desbocado a la caza y captura de todo bicho viviente o muriente que se le cruzara.

Esta muchacha es muy perrófila, me contó que ha recogido a varios perros abandonados y que a ella y a su familia les gustan mucho. Después de hablar con ella quedamos en que me daba una semana de plazo porque hasta este viernes no iba al campo, pero vamos, yo me quedé bastante convencida de que podía ser el sitio ideal para Lola. Por aquellos días todavía la vida con Bimba era una guerra sin cuartel y las tenía separadas, a una en el salón y a la otra en la cocina, y Bimba aterrorizada cada vez que veía asomar a Lola por su zona de confort. La verdad es que no veía otra opción que separarlas definitivamente.

Con el paso de los días las cosas se fueron normalizando y poco a poco conseguí que volvieran a juntarse sin ataques ni gruñidos. Hemos ido dominando la situación y las perras parecen mucho más tranquilas, aunque aún de vez en cuando se enzarzan y en ese momento intervenimos rápido y las separamos antes de que la cosa vaya a más.

Esta progresiva "normalidad" ha provocado en mí un montón de dudas sobre lo que hacer. No os podéis imaginar la semana que llevo de vaivenes emocionales, cambiando de parecer de cinco en cinco minutos, angustiada, carcomida, deshojando la margarita constantemente: ahora sí, ahora no, me la quedo, no me la quedo, me la quedo... Creo que me estoy volviendo un poco majara con este tema, no exagero.

Al final han sucedido varios acontecimientos que han terminado por decantar mi opinión y ayudarme a tomar una decisión definitiva. Aunque Lola está menos agresiva con Bimba ahora no es ése ya el problema, ahora lo que se ha agravado es su tendencia a la actividad cinegética.

Ya os he contado alguna vez que va paseando (por decirlo de algún modo, porque ella no pasea propiamente, sino que corre dislocada de un lado a otro pegando tirones de la correa y enredándose con todo lo que pilla) y se mete en la boca todo, preferentemente bicho o pluma de bicho o cualquier cosa que pueda pertenecer a algún bicho vivo o muerto. Hasta ahora había pillado algunos pajarillos pero pequeños y aunque me daba bastante repelús y procuraba no llevarla a casa hasta que no soltaba su presa, la cosa no había revestido mayor gravedad.

Pero el otro día, en plena zozobra sobre la decisión a tomar con respecto a ella, en un despiste mío se metió en la boca un pájaro que era casi tan grande como ella. Era un pájaro negro muerto cuyo cuerpo sobresalía ampliamente a ambos lados de su boca. Cuando me di cuenta de lo que era porque vi colgando la cabecilla del animal entré en modo pánico puesto que era incapaz de tocar al bicho pero sabía que por mucho que tirara o que hiciera ella no pensaba soltar ni un segundo semejante botín.

Os podéis imaginar el mal rato. Una perra de cinco kilos llevando en la boca bien agarrado un ejemplar avícola colgando y sin saber qué hacer. En un momento dado nos cruzamos con unos niños que vieron a las perrillas de lejos y quisieron acercarse a tocarlas. Cuando los chiquillos iban a acariciar a Lola y se percataron de lo que llevaba en la boca empezaron a gritar histéricos:

- LLEVA UN PÁJARO MUERRRRRRRRRRTOOOOOO!

Y claro, la madre pegó un tirón de ellos y los apartó. Por mucho que a un niño le gusten los perros ninguno quiere ver a uno de ellos devorando a otro bicho, a no ser que sea en un documental sobre bestias salvajes y muy probablemente tampoco así.

No sabiendo cómo actuar ni encontrando la manera de arrebatarle el pájaro sin tener que tocarlo yo, me metí por zonas poco transitadas para evitar nuevos episodios de asco y de pánico con otros viandantes. No había manera de que lo soltara y yo tenía que ir a la compra, aparte de que no pensaba llevarla a casa con el pájaro en la boca así que decidí atarla en la puerta del super y que hiciera lo que fuera, que se comiera al pájaro o lo que le diera la gana. Dicho y hecho, la dejé atada en la puerta y me metí yo a hacer mis compras, loca por salir y no ver ya al pájaro y que todo hubiera sido una pesadilla. Pero no, cuando me acercaba a la caja vi cómo la gente que me precedía en la cola miraba horrorizada por los cristales cómo Lola se comía al pájaro muerto. Un espectáculo siniestro para la cola de un supermercado. Como pude aguanté el tipo y esperé mi turno con los ojos cerrados, queriéndome morir y rezando para que la cosa se resolviera de alguna manera para no tener que llevarme a la perra con el pájaro a casa.

Efectivamente al salir allí estaba ella devorando a su presa, yo con el estómago revuelto, mareada y blanca como una pared. Pero estuve rápida y aproveché la coyuntura de que para comérsela no tenía más remedio que soltarla en el suelo y en un descuido suyo le pegué tremendo tirón de la correa y la aparté del bicho, y dando gracias a todos los santos por haberme dado esa oportunidad salí escopetá del super dejando allí en la misma puerta al pájaro destripado y corriendo a toda velocidad hacia mi casa con la perra bien pegada a mí para que no pudiera agarrar ninguna otra pieza en el breve camino a casa.

Llegué descompuesta, jurando y perjurando que la perra iba pal campo de cabeza. Desde entonces he observado que va todavía más dislocada que antes, ya que su único objetivo al pisar la calle es cazar lo que sea. Casi todos los días lleva algo en la boca, lo que sea, yo ya ni miro. No ha vuelto a ser algo tan repugnante y cantoso como el pájaro pero siempre pilla algo. Y eso es lo que me ha terminado de decidir.

Por mucho que lo he intentado de todas las maneras posibles y por mucho que la quiero con toda mi alma y se me parte el corazón de pensar en separarme de ella, tengo que aceptar que Lola es perra de campo, es cazadora nata y siempre lo será. De quedarme con ella siempre sería una guerra a muerte intentando evitar que capture pajarillos, lagartijas o lo que sea por la calle. Los paseos serían una pesadilla toda la vida. Y lo peor es que Bimba se está contagiando de esa locura y al salir va cada vez dando más embestidas contra todo, correteando como hace la otra y adoptando buena parte de sus modales campestres.

Ya está, decisión tomada. Después de más de tres meses intentando todo, adiestradores caninos, correas especiales, arneses de paseo, terapias varias... viviendo casi por y para las perrillas, me he rendido y he terminado aceptando que no puedo más y que quizás ha llegado el momento de encontrar un lugar mejor para ella. Jamás la abandonaría a su suerte, aunque alguna vez he estado tan desesperada que juro que por un instante he llegado a entender a la gente que lo hace. Como el que tiene un niño llorón y cuando lleva varios días sin dormir termina entendiendo a la gente que mata a sus hijos (eso también me ha pasado, por eso lo sé).

No la abandonaría a su suerte, digo, pero sí creo que he encontrado una buena solución para ella, en realidad para todos. Para la compañera que busca perrita para su campo Lola es perfecta; para Lola esa casa y esa familia son perfectas; y para mí, tal vez, una vez superado el disgusto de la separación y pasada la nostalgia de los primeros días, igual también es bueno empezar a disfrutar de verdad de la compañía de Bimba, que hasta ahora ha estado totalmente eclipsada por mis atenciones y preocupaciones por Lola. Puede que empiece a gozar de pasear con ella, de sentarme a tomar algo sin miedo a sobresaltos, escapadas o intentos de cazar a las aves que revoloteen por los alrededores.

Así que mañana le llevaré a esta familia a mi Lolilla y tendré que despedirme de ella. Al ser una compañera de trabajo podré seguir en contacto, le pediré que me mande fotos y que me mantenga informada. Ni que decir tiene que de momento se la lleva en plan prueba porque ni ella ni yo queremos que se quede con la perrilla si allí no está contenta y feliz. Esta muchacha es como yo amante de los animales y no soportaría ver a un animal sufrir. Pero si la cosa funciona creo que Lola puede ser muy feliz en esa casa donde se relacionará con otros animales, con niños y con personas que sé que la van a cuidar con el mismo cariño que yo, solo que en un lugar más adaptado a sus necesidades y a sus instintos naturales. Libre y sin ataduras, sin collares ni correas, como a ella le gusta.

Y aquí estoy, haciéndome a la idea de que nos quedan horas de estar juntas y que quizás no vuelva a tenerla en mi regazo ni a acariciarla nunca más, aunque la vea en fotos o en vídeos. Pero bueno, si superé lo de Manolo, mucho más doloroso porque fue la muerte la que nos separó, creo que podré superar esto, por duro que sea.

MI LOLILLA BONITA, SIEMPRE TE LLEVARÉ EN MI CORAZÓN. ADIÓS, PEQUEÑA, ADIÓS.

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