Mari Ángeles ha muerto hoy, día 1 de enero. Mal día para morir, nena, eso no se hace. Cómo van tu familia y tus amigos nunca más a celebrar un fin de año sin acordarse de ti? Qué cabrona! No lo habrás hecho aposta, no? Para asegurarte de que no te podamos olvidar nunca, ay, pillina!
Mari Ángeles era compañera de trabajo, concretamente la limpiadora de la biblioteca. Llevaba años con nosotros y aunque pertenecía a otra empresa estaba tan integrada que era una más del colectivo bibliotecario. Creo que así se sentía ella y así la sentíamos los demás.
A ver cómo describo yo a Mari Ángeles para que los que no la conocíais la podáis ver. Creo que la expresión exacta es "La alegría de la huerta". Sabéis esas personas que llenan los espacios con su sonrisa y los cargan de energía y vitalidad? Pues así. Habitación en la que ella entraba con su mopa, habitación en la que entraban el jolgorio, la jarana y el bullangueo. Y como somos bibliotecarios, a veces le teníamos que decir: Shhhhhhhhhhh!
Pelirroja de tinte, pero igual de tremenda que si fuera natural; pelito muy corto, a lo chico; complexión fuerte, ancha, tal vez con una mijilla de sobrepeso (fijo que en los exámenes médicos anuales de la empresa le daban algún toque); cara redonda, colorada y, terrible paradoja, insultantemente saludable. Y sobre todo, un genio, un carácter, una personalidad arrolladora. No pasaba desapercibida esta mujer, no. Por donde pisaba... se notaba.
Se apuntaba a un bombardeo, no se perdía ni una. Mari Ángeles, vamos a hacer un perol para celebrar que nos suben el sueldo, te apuntas? Diiiiiiiigo, la primera. Dónde, cuándo, qué llevo, cuánto hay que poner. Divertida, cachonda, de risa contagiosa, ruidosa, escandalosa, procaz, insolente... era además la reina del baile, el alma de la fiesta, un eterno canto a la vida.
Y sabéis lo más alucinante? Pues que tenía motivos de sobra para quejarse, para despotricar, para chillar, protestar y clamar a los cielos por su mala suerte y por las injusticias trágicas de su vida. No sólo porque trabajara como una mula por un sueldo bastante miserable, o porque se levantara a las 5 de la mañana cada día, festivos incluidos durante las aperturas extraordinarias, o porque difícilmente le llegara el dinero para poder sacar adelante su casa... Todo eso aparte, Mari Ángeles era una de esas personas con las que el destino se ceba especialmente y muestra lo injusto y arbitrario que puede llegar a ser al repartir desgracias y bondades entre los humanos.
Bregó durante más de un año con la leucemia que le diagnosticaron a su marido. Compaginaba su trabajo con las tareas de casa y el cuidado del hombre, que cada vez iba a peor. Y no la vimos nunca quejarse. Apareció ante nosotros triste, penosa, maldiciendo su suerte? Pues no sé si alguien la llegó a ver así pero creo que la mayoría, igual que yo, la seguimos viendo sonreír y canturrear como siempre, con su carrito y su mopa y su risa contagiosa, ruidosa, escandalosa, procaz e insolente.
Y cuando el marido finalmente murió, tras meses de tratamientos y de angustiosa agonía, ella siguió exactamente igual, entregada a su alegría de vivir y a su resignada aceptación del destino que le había tocado. Incomprensiblemente no hubo cambios de humor entre la Mari Ángeles de antes y la de después de la larga enfermedad y muerte de su marido. Y eso que mucho me temo que, además de la cuestión sentimental, debió de quedarse en una situación económica muy difícil.
Unos meses después de enviudar ocurrió lo que nunca antes había ocurrido. De repente Mari Ángeles dejó de hablar y de reír. Me contaban mis compañeros que algunos días en el desayuno apoyaba la cabeza en la mesa y decía que el dolor no la dejaba apenas trabajar. Tomaba analgésicos a destajo para sus terribles dolores de cabeza pero no conseguía que se le pasaran. Por fin un día el dolor sobrepasó sus fuerzas y acudió a urgencias. Y ya sí, ya le diagnosticaron el tumor cerebral que la ha terminado matando. De esto hace unos siete meses. No creo que haya llegado a cumplir los 50.
La última vez que la vi fue hace poco más de un mes, en un perol que hicimos para celebrar el ascenso de unos cuantos. La invitamos y, por supuesto, se apuntó de momento. A las 8 de la mañana ya estaba ella allí saludando a todo el mundo y de cháchara. Me dio una alegría tremenda verla tan bien. Parecía bastante recuperada; es verdad que le costaba andar y por eso la colocaron en una silla de trabajo con ruedas y en ella la llevábamos de un lado a otro. Pero tenía muy buen aspecto y seguía con el mismo buen humor de siempre. Ponedme cerca del jamón y las patatitas, nos decía.
Nada hacía presagiar aquel día este desenlace fulminante. Luego he sabido que a partir del perol el declive comenzó y fue demoledor, hasta que el día 22 la ingresaron en paliativos. Menudo Gordo le tocó a su familia y menuda Navidad han debido de pasar a la espera de este final. Por lo pronto, su único hijo ha perdido en menos de tres años a su padre y a su madre, con eso está todo dicho.
Pienso en Mari Ángeles y a pesar de la pena no puedo dejar de tararear cosas como:
"Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, que tu cuerpo es pa darle alegría y cosa buena"
O como:
"Bailando, me paso el día bailando, y los vecinos mientras tanto no paran de molestar"
O como:
"Para hacer bien el amor hay que venir al sur, lo importante es que lo hagas con quien quieras tú"
No es que sean canciones muy apropiadas para un funeral pero fijo que a ella le encantarían. Y yo ahora mismo recordándola sólo puedo verla así, bailando por Los del Río, por Alaska, por la Carrá... con su pelito corto rojo berenjena, con su risa contagiosa, ruidosa, escandalosa, procaz e insolente... como creo que a ella le gustaría que la recordáramos.
Desde aquí brindo por Mari Ángeles con el Protos Gran Reserva que abrí anoche para celebrar la entrada del año. Quién me iba a decir que me acabaría esa botella escribiendo este amargo post de homenaje. Perra vida!
Hasta siempre, compañera.
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