domingo, 26 de mayo de 2013

Por qué soy profunda y religiosamente anticlerical?

A menudo, en mis rifirrafes con los fachas meapilas con los que me junto por la red, algunos me echan en cara mi profundo anticlericalismo militante, un anticlericalismo que reconozco sin pudor y que llevo con orgullo y beligerancia.

Pues bien, tengo miles y miles de razones, pero me gustaría aquí reflexionar sobre una, que procede de una experiencia personal a mi parecer realmente aterradora. Os la cuento y vosotros ya decidís qué calificativos os sugiere.

Mis padres, los dos precozmente difuntos, eran personas muy religiosas, fervientemente católicas, como suele suceder con todos los que somos anticlericales a muerte. Antes de casarse, a mi madre su ginecólogo le dijo que no podría tener hijos, que tenía la matriz infantil y que era prácticamente imposible la concepción. Ella, claro está, se lo dijo a mi padre y le relevó de su compromiso, pero él, que era un hombre temeroso de Dios y respetuoso con sus deseos, asumió esa contrariedad con resignación cristiana y le dijo a mi madre que nada, que se casaban y que si eso era lo que Dios quería, que así fuese.

La que no podía tener hijos a los 3 meses de la boda se quedó embarazada de mí.  Os podéis imaginar: incredulidad, alegría sin fin, ilusión, llantos, felicidad a tope... A los 5 meses de mi nacimiento se volvió a quedar embarazada. Os podéis imaginar: qué bien, la parejita, alegría moderada, algo de preocupación, el dinero a ver si nos llega... pero bien, todavía bien... A los 3 meses de nacer mi hermana se volvió a quedar embarazada. A Dios gracias tenía la matriz infantil, no quiero ni pensar si la llega a tener un poco más adulta. En fin, se ve que a los espermatozoides de mi padre les importaba un pimiento que la matriz de mi madre fuera infantil o que fuera preescolar.

El embarazo de mi hermano llegó a absoluta traición. Yo con un año era un trasto (vamos, el mismo que sigo siendo pero en enana) y mi hermana era de estómago delicado, así que el día que no vomitaba cinco veces vomitaba diez. Eran aquellos tiempos en los que la lavadora automática era un sueño; cada vómito de mi hermana eran sábanas y sábanas que lavar a mano, y ropita..., y no nos olvidemos de los pañales, que por el hecho de vomitar no es que la niña dejara de evacuar por otras partes; y a eso me unía yo, que también meaba y cagaba a mi antojo, faltaría más, y mi madre la pobre veeeeeenga a lavar pañales (los desechables entonces como que ni soñarlos; daos cuenta de que hablo de la prehistoria prácticamente), y veeeeeenga a lavar sábanas, y veeeeenga a lavar ropita de bebé... Y mi padre de 8 de la mañana a 8 de la noche pluriempleado y sin llegar a fin de mes. Cágate lorito, menudo planazo!

Mi hermano vino gracias al señor Ogino, ya sabéis, ése según el cual si se retoza unos días antes de la regla o unos días después no hay peligro ninguno de quedarse embarazada. El señor Ogino, como muchos sabréis, es, junto con el termómetro mágico, el único método anticonceptivo que admite la Iglesia Católica. Los métodos naturales, que los llaman ellos. Pues bien, mi hermano fue fruto del Ogino de los días después. Mi madre, tras el parto de mi hermana, vio la regla una sola vez, entonces se entregó a la magia del señor Ogino, y... voilà! Ya no la volvió a ver más. Nada por aquí, nada por allá! Uyssss, sí, mira, una paloma anunciadora!!!!

Al principio la pobre no daba crédito: ese método era preciso, infalible, aprobado además por la máxima instancia divina. No podía fallaaaaaaar! Esto era un simple retraso, un asunto hormonal, una desregulación menstrual, como la llamaría hoy en día el ministro Montoro. Pero sí, lo era, y así, en menos de 3 años, de una matriz infantil pero muy trabajadora salieron tres hermosas criaturas y nos convertimos en cinco. Como los Cinco de Enid Blyton pero me temo que para mi madre mucho menos divertidos.

En fin, ante la brutal realidad de los hechos materiales y tangibles hubo que adoptar medidas drásticas. Y el señor Ogino ya no parecía un tipo muy de fiar, así que por simple cuestión de supervivencia, había que parar sí o sí aquella concatenación de embarazos que parecía no tener final. Y apareció en las vidas de mis padres LA PÍLDORA. La terrible y pecaminosa pastillita que los condenaba directamente al infierno eterno pero al menos los podía liberar temporalmente del infierno en vida.

Bueno, abrevio. Fueron años de pecado mortal, de terrible sentimiento de culpa. Tengamos en cuenta que eran dos personas sencillas, sin mucha formación, en definitiva, carnaza de sotanas sin escrúpulos; personas que creían a pies juntillas lo que sus directores espirituales les decían y ni siquiera lo cuestionaban. Ellos estaban cometiendo una falta imperdonable y tenían que vivir con ese peso.

Mis padres en todo ese tiempo no volvieron a comulgar nunca ni tampoco a confesar, puesto que sí, cumplían a la perfección el requisito del arrepentimiento y del dolor de los pecados pero en absoluto el del propósito de enmienda, totalmente imprescindible para recibir el perdón divino. De enmienda nada, monada, que aquí no cabe ya ni un mocoso más.

Durante años vivieron con esa carga tremenda, sin poder practicar los rituales de su religión, convencidos de estar cometiendo el mayor de los pecados. Además tuvieron que padecer la vergüenza social subsiguiente puesto que era público, notorio y evidente que no comulgaban ni siquiera en las ceremonias familiares, ni siquiera en las Primeras Comuniones de sus hijos. Por qué? Pues estaba claro, porque tenían que estar en pecado mortal.

Sólo volvieron a practicar los sacramentos cuando a mi madre se le retiró precozmente la regla y por fin pudo dejar las pastillitas infernales. Eso les liberó de la culpa, pero sólo por un tiempo, porque como ya sabréis muchos por experiencia, el pasado siempre vuelve. Y a ellos les volvió en forma de tragedias familiares, de muertes precoces y de enfermedades terriblemente dolorosas, que por supuesto ellos no tardaron en convertir en merecidos castigos divinos por haber sido taaaaaaannnnn malos y por haber pecado taaaaaanto tannnnnnto.

Mis pobres padres vivieron prácticamente toda su vida atormentados por sus "pecados", pecados tales como tomar la píldora, como no ser capaces de responder al mandato divino de la procreación como fin primordial del sexo... Atormentados, culpables, profundamente infelices... incapaces de disfrutar de  lo mucho bueno que les dio la vida.

Y todavía habrá quien se extrañe de mi alergia a los curas.

1 comentario:

  1. A quién intentas convencer de tu ateismo, quizás deberías buscar más en tu interior y cuestionarte menos la fe. Veo grandeza en ti, pero has errado tu camino hermano. Si tienes fe, caridad y esperanza todo lo demás sobra. No te irrites contandole al mundo tu enconada defensa del ateismo, tu profundo anticlericalismo. El tiempo es tan corto y pasa tan rapido, lastima estos esteriles esfuerzos por ilustrar tu vida de forma tan gráfica. Está es una vieja historia que ya le he vivido.
    Te lo dice un ateo convencido que ha encontrado su camino.

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