miércoles, 14 de febrero de 2024

Con dos pares de cojones destapo mis obsesiones

Aviso desde el principio a navegantes.  Este no es un post de cachondeo, y ni siquiera es mínimamente agradable. Sí es muy íntimo y totalmente sincero, es un desnudo integral de mis peores miedos, y no recomiendo leerlo a la gente impresionable. Entre otras cosas porque pueden no compartir estos terrores, lo cual es muy probable, y a partir de esta lectura empezar a obsesionarse con ellos. Y esa no es mi intención.

Tengo sobre mi mesa un libro para catalogar, "Hasta que se me acaben las palabras", la biografía del periodista Pepe Domingo Castaño. Siempre echo un vistazo a todos los libros que pasan por mis manos, sobre todo a los que tengo interés por leer, como es el caso. Es de las cosas que más me gustan de mi trabajo. Miro las fotos que el autor ha escogido minuciosamente, y la última me llama la atención. Es la última foto de su madre con todos sus hijos. Son un montón, por lo que pienso que son los hijos y las parejas, pero no, me voy a la sinopsis y veo que efectivamente Pepe Domingo era el segundo de doce hermanos, que ahí es nada. Y me quedo totalmente admirada. Esa señora, que debe de tener en la foto más de 80 años, está con todos sus hijos. Todos vivos!! Y por lo que se ve en la imagen, en perfecto estado de salud. Todos con dos piernas, dos brazos, con buen aspecto, altos, guapetones. Joder, si hasta todos los varones tienen pelo!! No hay ni uno solo con calvicie!! Tienen unos pelazos envidiables. No he visto cosa igual en una familia. Pero sobre todo, es eso, que están vivos!!!!!!!! Esto me parece totalmente sorprendente en una señora con esa edad y con tantos hijos. Que haya tenido la bendita suerte de pasar por tan larguísima vida sin que a ninguno de sus muchísimos descendientes le haya pasado nada  malo. O al menos no tan malo como para no estar en esa foto.

Y he sentido la tremenda necesidad de desahogarme. Probablemente también sea porque llevo dos semanas en estado de shock por una noticia que, aunque por suerte no me afecta directamente, me ha golpeado con fuerza, al hacer realidad en otra persona la peor de mis pesadillas. Me refiero a la muerte en accidente de tráfico de un padre y dos hijos adolescentes de Morón de la Frontera, aficionados del Sevilla, que iban a Madrid a ver un partido contra el Atlético.  

Oí hablar del accidente de madrugada, en un programa de radio que escucho cuando no puedo dormir. El de Carlos Moreno "El Pulpo", en la Cope: "Poniendo las calles".  Un camionero llamó al programa para decir que había mucha niebla y que a la altura de Despeñaperros se había producido un accidente terrible con un montón de coches implicados. Estuvieron toda la noche llamando otros conductores que pasaban por allí y casi todo el programa estuvo marcado por ese accidente. Al día siguiente en las noticias me enteré de lo del padre y los chavales. 

Por supuesto que pensé en los muchachos, en sus vidas perdidas, en todas sus ilusiones destrozadas entre los hierros de ese coche. Y deseé intensamente que el padre, que era el conductor, hubiera muerto al instante y no se hubiera dado cuenta de lo ocurrido a sus hijos ni media milésima de segundo. Pero sobre todo sobre todo en quien pensé fue en la madre. En cómo se puede seguir viviendo cuando de sopetón lo has perdido todo. Si ya de por sí es terrible perder a un hijo, y de eso en mi familia ha habido bastante, perder a todos ya es lo peor de lo peor de lo que puede pasarle a alguien en el mundo. Es que no se me ocurre nada más horrible. Y de hecho es algo en lo que pienso recurrentemente, mi peor pesadilla. Desde que ocurrió me acuerdo todos los días de esa pobre mujer que ha sufrido tan inmensa desgracia.

Yo siempre he tenido mucho miedo a los accidentes de coche. Desde que hace muchos años, cuando era adolescente, una prima lejana mía murió en uno.  Eso me impresionó muchísimo, porque aunque apenas la conocía, en mi casa se habló mucho de ello, y sobre todo de lo hecha polvo que se había quedado la madre, que era prima de la mía. Y yo, que siempre he tenido una capacidad tremenda, quizás excesiva,  de ponerme en el lugar de la gente (ahora se llama empatía), pensaba constantemente en esa mujer, sin saber que años después vería a mi propia madre pasar por un trance, si no igual, bastante parecido.

Luego viene la historia que ya sabéis, la cantidad de tragedias que han ocurrido en mi familia a personas jóvenes, lo cual no ha hecho sino reforzar mi pánico a todo tipo de peligros, pero muy especialmente a coches y transportes en general. 

Hace mucho tiempo, en una comida en un restaurante de mi barrio, la madre de la familia propietaria, compuesta por el matrimonio y dos hijos, con sus parejas y nietos, me contó que a ellos les gustaba mucho ir de vacaciones juntos, pero que nunca iban en el mismo vehículo. Fueran en coche o en avión, siempre dividían a la familia porque tenían claro que si padecían un accidente mortal al menos una parte sobreviviría. Luego he sabido que esto lo hacen también mucho en las Casas Reales, y en general en las familias millonarias, para que al menos quede algún heredero. Y ahora que estoy viendo Succession, la famosa serie, compruebo que efectivamente con frecuencia la familia protagonista se divide para ir en dos helicópteros, dos aviones, varios coches, etc.

Bueno, pues como podréis suponer, esta conversación se me quedó grabada a fuego. Cuando tienes una obsesión cualquier cosa que pueda relacionarse de algún modo con ella siempre se agarra como una lapa a tu memoria.

Yo tengo claro que, por mucho terror que me den la carretera o los aviones, no puedo evitar que mis hijos viajen. Tengo un futbolista que se pasa la vida en la carretera. Prácticamente no podría ni respirar si pensara constantemente que le puede pasar algo. He asimilado que tengo que convivir con el hecho de que ellos se tienen que mover, que además desgraciadamente para mí les encanta viajar y no tengo más remedio que hacer de tripas corazón. Pero con lo que no puedo, lo que me produce auténtico pavor, palpitaciones, angustia máxima, es imaginar que vayan en el mismo vehículo dos de ellos, o aún peor, todos. Y que no vaya yo. Porque si yo voy y pasa algo me da igual, con un poco de suerte no me voy a enterar. Pero si yo no voy para mí ese vehículo no es propiamente un coche ni un avión. En mi cabeza es una bomba, un artefacto mortal. Y eso es lo que me provoca terror.

Da igual que me digan que diariamente millones de personas van de un lado a otro y no les pasa nada. Da igual porque para mí solo existe esa señora que hace dos semanas perdió a su marido y sus dos hijos en Despeñaperros cuando iban tan felices e ilusionados a ver a su equipo. Los otros millones a los que no les pasa nada no me interesan, me interesa solo ella. Porque ella podría ser yo, y dados los antecedentes trágicos de mi familia, llevo muchas papeletas. 

Puede que no consiga evitar un palo terrible del destino, si es que está para mí. Pero sí puedo ponerle las cosas un poco difíciles. Por eso hago auténticas virguerías para evitar esa circunstancia. Y como las familias de la realeza o como los multimillonarios, intento que si mis hijos viajan a un mismo sitio vayan en vehículos diferentes. Se trata básicamente de no jugarte todo lo que tienes al mismo número.

Que estoy bastante tarada? Pues sí. Pero vamos, que hoy en día, que tanto se habla de salud mental, para lo que se ve por ahí, teniendo en cuenta que ésta es mi única tara, me doy con un canto en los dientes. Además tengo este blog, que es para mí como el diván del psicoanalista.  Y aunque esta obsesión me provoca el mismo sufrimiento que a otras personas sus terrores, es algo que tengo asimilado por completo y bastante hablado con mi familia, y aunque protesten y les dé por culo tener que someterse a mis complicadas planificaciones logísticas, suelen hacerlo. Puede ser que de vez en cuando me engañen y me hagan la tres catorce, pero si no pasa nada y no me entero, por lo menos no sufro.

Y todo esto venía a esa foto de la madre de Pepe Domingo Castaño con sus doce retoños. Si alguna vez me preguntaran eso de: "Qué le pides a la vida??", yo lo tengo muy claro. Ser como esa señora, y dure más o dure menos, llegue a los 60 o a los 100, que en la última foto que me haga estén todos mis hijos. Sanos y felices. Incluso aunque no tengan el pelazo de los Castaño.