Oigo un audio que se ha hecho viral de Eduardo Madina en la SER, que viene a decir que no cree, que no quiere creer las acusaciones de Víctor de Aldama con respecto a miembros de su partido y del Gobierno. Pero que al mismo tiempo se acuerda perfectamente de cómo en su día creyó a pies juntillas las acusaciones de Bárcenas, del Bigotes y de otros delatores contra el PP. Y que se da cuenta de que tiene un problema, que eso de creer o no creer según sea la filiación de los acusados es un problema que tiene él como miembro de su partido y toda la gente a la que le pasa igual que a él. Que, desde aquí lo digo por lo que veo ahí fuera, es mucha, demasiada.
Observo con bastante vergüenza ajena y cantidades industriales de bochorno defender lo indefendible del bando propio a políticos y periodistas afines. Hace mucho tiempo que dejé de escuchar la SER o de leer El País o de ver en la tele según qué programas. Gente como Ângels Barceló, Ferreras o Silvia Intxaurrondo hacen el mismo papel con el actual Gobierno que el que en su día hicieron mamporreros como Ernesto Sáenz de Buruaga, Paco Marhuenda o Carlos Herrera cuando gobernaba el PP. La manera que tienen unos y otros de acusar constantemente al enemigo y de proteger y lamer el culo al poder cuando lo detentan los suyos da muchísimo asco.
Mención aparte merece el amigo Jiménez Losantos, que ese igual les da a unos y a otros, siempre y cuando no sea su Isabel Ayuso, de la que está perdidamente enamorado y respecto a la que no admite disidencias. Por lo demás le he oído despotricar como una fiera contra Mariano Rajoy, Soraya, Abascal, Casado y ahora Feijoo, igual que despotrica de Sánchez, Rufián, Iglesias, Errejón o Yolanda Díaz. Obviamente sus simpatías políticas no las oculta y las sabemos todos, pero es capaz de ver perfectamente pajas y vigas por igual, siempre que no sean las de su amada Ayuso, claro. Es su debilidad, pero al menos, por muy pepero que sea, si tiene que dedicar un programa entero a poner a parir a Feijoó, a Mazón o a Cuca Gamarra les arrea estopa como el que más, como si le fuera la vida en ello.
Decía que veo a gente que se autodefine como periodista mirar para otro lado cuando las sospechas recaen sobre los suyos y me sonrojo sin entender que ellos mismos no se sonrojen también, tal es el descaro. Pero de ellos, como de los propios políticos, casi se podría esperar porque no dejan de ser mercenarios, estómagos agradecidos que ganan un pastizal por hacerlo, pastizal que jamás ganarían si se rebelaran contra la mano que les da de comer. Pero ver al ciudadano común y corriente hacer exactamente lo mismo, ver minúsculas pajitas en el ojo ajeno e ignorar vigas como camiones en el propio, eso me indigna todavía más y me da mucho más asco. Justificar ominosamente las corruptelas del partido afín mientras clamas completamente indignado por las del partido enemigo, seamos claros, progres contra fachas y viceversa, da de verdad mucha fatiguita.
Y lo veo constantemente. Hay incluso amigos que no pueden hablar de política, y familias peleadas por toda esta mierda. Si unos y otros se vieran desde fuera, si vieran lo ridículos y patéticos que resultan cuando van a saco contra los contrarios mientras agachan obedientemente la cabeza o directamente desmienten las sospechas de corrupción o las atribuyen a bulos, a campañas del enemigo, a máquinas del fango que funcionan incansables, sin plantearse ni mínimamente que pueda haber algo de verdad, si se vieran desde fuera, digo, probablemente se morirían de vergüenza, y no precisamente ajena.
A muchos os sonará el número 7.291. Son los ancianos que murieron en las residencias madrileñas durante la pandemia de Covid. Es la cifra fetiche de la izquierda, y no solo de la madrileña. Hay quien se la ha tatuado y todo, y otros se la han grabado en camisetas, gorras y sudaderas, en tazas y monederos, la cifra que blanden constantemente para acusar de asesina a Isabel Ayuso. Me parece encomiable esa preocupación. Pero me gustaría preguntarles a todas esas personas si les preocupan algo los ancianos que murieron en las residencias del resto de España. Fueron 34.683 en todo el país. En Cataluña, por ejemplo, murieron más de 9.000 ancianos en residencias, cerca de un tercio del total. En Aragón y en Castilla León murieron en residencias más del 87% del total de fallecidos. En Madrid fue el 45%. Dato mata relato, eso dicen, no? Pues estos datos no han matado el relato de algunos que siguen erre que erre paseando esa estremecedora cifra madrileña por todas partes en plan acusatorio. Yo les preguntaría si los ancianos muertos en el resto de España no merecen figurar en una cifra también, o si son muertos de tercera categoría, al no podérseles adjudicar a Ayuso.
En fin, todo esto como digo da mucha vergüenza. Por eso al oír las palabras de Madina con respecto a la corrupción y a ese "problemilla" que tiene él y que comparte con tantos españoles, esas varas de medir según las cosas ocurran en un bando o en el otro, me decidí a escribir este post. Porque es demasiada la gente que tiene ese problemilla, demasiada la gente que ha deshumanizado, demonizado y condenado categóricamente al contrario mientras hace de tripas corazón cuando las cosas tocan en su lado de la cama. Demasiado fanático suelto que por supuesto solo ve el fanatismo ajeno.
Y nada, que cada cual se mire a sí mismo con toda la honestidad de la que sea capaz y analice hasta dónde le toca o no ese sesgo para mirar la realidad política, la corrupción o los pecadillos de los distintos gobiernos. Pero eso, con honestidad, por favor. Aunque pueda ser sonrojante la conclusión.