No sé si tenéis la misma impresión que yo, pero últimamente detecto a mi alrededor un ambiente un tanto tóxico y enrarecido, bastante chungo, diría yo. Siento que vivo en esa España que tan bien representó Goya en su cuadro "Duelo a garrotazos", las archinombradas dos Españas siempre a la gresca.
Ya sé que esto no es nada nuevo, que viene de largo, pero en los últimos tiempos las posiciones se han radicalizado tanto que los bandos están totalmente enfrentados. Y ocurre algo que me da bastante miedo, noto un ambiente casi prebélico, muy similar al que he visto en novelas y películas situadas en los tiempos previos a la Guerra civil. Veo algo muy peligroso, que es la despersonalización del otro. La gente sencillamente odia al contrario, no lo ve como una persona sino como el enemigo.
Es verdad que en redes sociales todo esto se muestra mucho más exageradamente, como es normal teniendo en cuenta el anonimato desde el que la mayoría se expresa. Pero es que lo noto también en la calle, en la gente que siente una necesidad imperiosa de posicionarse y dar a entender su desprecio hacia el de pensamiento contrario.
Me da rabia porque todo este ambiente lo han creado los políticos con la inestimable ayuda de sus medios afines. Cada vez hay más periodistas que practican el activismo y no la información. Dependiendo del canal de televisión o de radio que se sintonice te encuentras las arengas enloquecidas de unos y de otros. Los Jiménez Losantos deslenguados y febriles proliferan en ambos bandos.
Lo de la amnistía desde luego ha ayudado poco, ha encabronado a mucha gente y el lenguaje se ha vuelto aún más grueso y pesado. La hemeroteca en este aspecto es demoledora. El presidente asegurando y repitiendo una y mil veces que la amnistía era implanteable y que no cabía en la Constitución. Ministros juristas como Marlaska y Margarita Robles asegurando lo mismo, que no entraba en nuestro ordenamiento de ninguna manera. Carmen Calvo asegurando que una amnistía significaría suprimir literalmente el Poder Judicial. Negativas tajantes y taxativas. Como la clara intención expresada en innumerables ocasiones de traer de vuelta a Puigdemont para que fuera juzgado. Años de órdenes a distintas instituciones europeas para conseguir traerlo, intentando convencer a todos los países de que lo que había cometido era de extrema gravedad. Palabras que se ha llevado el viento en cuanto se han necesitado los votos del fugado para investir como presidente a Sánchez. No quiero ni pensar con qué cara los socialistas del Parlamento Europeo van a explicar a sus correligionarios de otros países que lo que antes era imposible y terrible ahora es perfectamente factible y además deseable. No sé hasta qué punto en esos otros países de la UE se ve con la misma naturalidad que aquí que la gente defienda una cosa y su contraria con el mismo ímpetu y convencimiento de un día para otro.
En fin, entiendo que esto ha sido la puntilla que a muchos les hacía falta para terminar de subirse a la parra y hacer peligrosos llamamientos a la sublevación. Las calles arden porque la gente está muy cabreada. Y no son cuatro fachas con la bandera del pollo, que nadie se equivoque, son personas de muy variado pelaje que se sienten estafadas. Hace mal el Gobierno en despreciarlos, como hizo mal Aznar en su momento cuando despreció la contestación en las calles a la guerra de Irak. Y hace mal en proclamar que toda esa gente representa al fascismo más rancio e involucionista, porque realmente lo que defienden es lo mismo que el Gobierno y sus medios defendían con ahínco hace muy poco tiempo. No puedes pretender tachar de fascistas a esas personas sin delatarte a ti mismo como tal cuando decías exactamente lo mismo.
En definitiva, toda esta historia ha enrarecido el ambiente hasta extremos difícilmente soportables. Y mientras nosotros andamos a gorrazos unos con otros como si no hubiera un mañana, ellos siguen a lo suyo, y cuando se apagan las cámaras y salen del hemiciclo o de las tertulias de radio y televisión se van a tomarse unas cañas, se cuentan chismes y chascarrillos y compadrean lo que haya que compadrear. Recuerdo el revuelo que se montó cuando salió una foto de la copa de Navidad o de no sé qué celebración en la que se veía a Pablo Iglesias riendo animadamente con Inés Arrimadas y con Espinosa de los Monteros. Muchos se escandalizaron porque no les cabía en la cabeza semejante colegueo que desde fuera podía considerarse indecente. Pero esa sensación la han creado ellos mismos, cuando se lanzan exabruptos de todo tipo desde el atril, calentando a sus huestes, y luego en cuanto bajan del estrado y cruzan la puerta cambian totalmente y se relacionan con absoluta normalidad con el contrario. Y además eso es lo natural, que independientemente de las ideas de la gente, te puedas llevar bien. Es algo que ocurre en todos los trabajos, a veces el compañero con quien mejor te entiendes es alguien opuesto a ti en lo ideológico, pero luego a la hora de currar es el más competente o el más simpático. No debería de extrañarnos que entre los políticos y los periodistas ocurriera igual, y sin embargo nos tienen tan acostumbrados a ese aparente belicismo que una sencilla foto tomando una cerveza y riendo nos hace subirnos por las paredes. A ese punto hemos llegado, o nos han llevado ellos y nosotros nos hemos dejado arrastrar.
En esa España a gorrazos, o a garrotazos como la pintó Goya, permanecer ajeno a ese ambiente de hostilidad constante es casi heroico. Resistirse a despersonalizar al contrario, facha o progre, es muy difícil. Y ya respetar al que piensa distinto e incluso reconocer que puede llevar en algunas cosas parte de razón es una verdadera hazaña.
Y me estoy temiendo que esto traspasa las fronteras patrias. Porque más o menos el mismo tono he estado viendo estos días por la victoria de Javier Milei en Argentina. Pocos hacen el esfuerzo de intentar entender el proceso que ha pasado en ese país para llegar a dar la presidencia de forma tan rotunda a un tipo como Milei. Yo no simpatizo en absoluto con las ideas de ese señor pero entiendo perfectamente que con una inflación del 140% y un índice de pobreza infantil del 60% la gente no tenga el chichi para farolillos ni esté para sutilezas. Puedo comprender que muchos lo hayan votado por pura desesperación, por el hastío provocado por los corruptos Kirchner y sus secuaces. Quién soy yo para juzgar al votante argentino angustiado por esa realidad que yo desde aquí no vivo? Pues así todo, la inmensa mayoría de la gente es incapaz de ponerse en el lugar del otro, y ya si hablamos de respetar sus razonamientos o su voto apaga y vámonos.
Me da mucho miedo todo esto. Porque hemos entrado en una dinámica visceral que tiene difícil vuelta atrás. Los ánimos están cada vez más caldeados y parece imposible poner algo de cordura entre tanta mala hostia. Estoy segura de que al leer esto más de dos se sentirán interpelados y hasta indignados, pero de verdad, no intento criticar a nadie. Lo que me gustaría es que al menos alguien se dé cuenta del camino tan peligroso que hemos tomado y que este post sirviera para reflexionar sobre la parte que nos toca a cada cual. Y mira, si a nadie le sirve de nada, por lo menos a mí me ha servido para desahogarme.