Pienso mucho en mi madre últimamente. No en vano estoy a un año de cumplir la edad en la que ella murió.
Cuesta pensar en superar la edad a la que murió tu madre. Ella permanece ahí intacta en el tiempo, sin envejecer, mientras que yo, si consigo sobrevivir, me iré haciendo mayor, mucho mayor que ella, al punto de que la madre muerta será siempre más joven que la hija. Son esas cosas extrañas que tiene la vida.
Pienso en qué pensaría de mí, de mi vida, de cómo he hecho las cosas, de la persona en la que me he convertido. Creo que le gustaría. Creo que se sentiría orgullosa. De mí, de mi hermana, de sus nietos, de nuestros logros, de las familias que hemos creado.
Creo que le gustaría mi casa. Le encantaría el sitio, fijo. Otra cosa ya sería la cuestión decorativa. Ahí... ufffffff! Estoy segura de que me daría la vara todo el tiempo para que pusiera las cosas a su gusto. Que mi estilo un tanto naif, despreocupado, poco elegante, no le gustaría nada. Se horrorizaría de la falta de cortinas, de que no haya pintado la casa desde que me mudé hace 15 años, de los pañuelos que tengo colgados por todas partes para tapar desconchones y desaguisados varios, de mi escaso interés por rodearme de objetos bonitos, de mi clara preferencia por la utilidad y la comodidad... No me cabe la menor duda de que ahí chocaríamos seguro.
Pero también creo que envidiaría mi vida. Mi libertad, los tiempos en los que he tenido la suerte de nacer. En los suyos si te equivocabas era muy difícil rectificar. Si te casabas y no te iba bien estabas jodida. Si te quedabas embarazada y no querías estabas igualmente jodida. Si alguno de tus hijos no era "normal" estabas destinada a sufrir y a llorar lágrimas de sangre por él. Estoy segura de que le hubieran encantado estos tiempos en los que vivir de forma diferente es posible y la diversidad en todos los aspectos es hasta celebrada, aplaudida y fomentada. Saber que su hijo hoy hubiera sido considerado alguien normal, que hubiera podido casarse, formar una familia, vivir sin tener que ocultarse... sé que le habría reconfortado.
No le hubiera gustado en cambio que mi medio de transporte sea la bici, seguro que eso la tendría en un sinvivir. Tampoco le gustaría mi perra. A mi madre no le gustaban los animales, jamás quiso que tuviéramos mascotas en casa. Y le daba muchísimo asco que la gente tocara a sus perros y luego comiera tranquilamente sin lavarse las manos frenéticamente. Ya ni hablemos de dormir con ellos, de dejar que se suban al sofá, de darles besitos. Se moriría si me viera abrazar a mi perra y dormir la siesta con ella pegada. Le daría un síncope. Estaría todo el tiempo advirtiéndome de la cantidad de enfermedades que transmiten los animales. Me apuesto la cabeza.
Si hay algo de lo que sí me alegro enormemente es de que no haya podido ver enfermar y morir a una de sus nietas. Eso habría sido letal para ella. Bastante le costó superar la muerte de su propio hijo, pero ya lo de Helena la habría matado.
De todas formas cuando mi madre llegó a mi edad ya estaba bastante tocada. Apenas veía, estaba prácticamente ciega por su degeneración macular. Las sucesivas quimios la habían dejado muy deteriorada, no le quedaba un órgano sano. Estaba jubilada por enfermedad, y creo que su único disfrute era ver a sus nietas crecer.
En fin, son reflexiones que me hago. No puedo evitar pensar en ese momento cercano del que hablaba al principio, en el que llegaré a su edad. Yo tampoco pensé nunca que llegaría. Teniendo en cuenta que desde que tuve cáncer a los 35 años siempre he creído que vivo de prestado, como que todo este tiempo es una prórroga del partido. Soy la primera sorprendida de haber llegado hasta aquí. Ya si consigo superar la edad de mi madre me parecerá una auténtica hazaña.
Bueno, no os doy más la chapa. En definitiva es eso, que me acuerdo de mi madre.