Mucha gente me pregunta últimamente cómo me va en mi nueva vida, después de un cambio tan fundamental como el de mi traslado laboral, tras haber pasado los últimos 25 años en el mismo sitio. Bien es verdad que estaba en el mismo lugar pero en ese tiempo pasé por distintos servicios y cada uno de ellos supuso un cambio profundo. Aunque debo decir que los últimos 9 años fueron los mejores, con diferencia, y que he sido muy feliz en esa etapa de mi vida laboral. Un besito, Espe, tú has tenido mucho que ver.
La verdad es que al principio tenía un poco de miedo. A mí los cambios me provocan a partes iguales temor, ilusión y gran excitación. Las semanas previas y las inmediatamente posteriores fueron de muchísimo estrés emocional. Andaba nerviosa, apenas dormía, me dolía la barriga... Y aunque esta vez lo había pedido yo misma, sabía que mi mundo se iba a trastocar de arriba abajo y tenía muchísimas cosas en las que pensar.
Ya en mi último post hablé de un inconveniente inesperado en el ámbito fisiológico, no hace falta que me extienda más al respecto. Para los que seguís mis andazas... sigo igual. Mis semanas de mañana son auténticos eriales en cuanto a movimiento intestinal se refiere, pereza máxima, pero en fin, con el tiempo imagino que de alguna manera o mi cuerpo lo resuelve per se o lo resuelvo yo per me, ya veremos cómo.
En cuanto a lo demás, amigos, estoy supercontentísima. He conseguido lo que parecía imposible: importar a la perfección mis usos y costumbres favoritos a este nuevo emplazamiento y mejorarlos inclusive. Os cuento:
He adaptado mi horario al de mis compañeras de tal manera que me sigo permitiendo tanto al entrar como al salir pasar mi ratito de asueto hostelero en la más estricta soledad, como a una asocial como yo le es propio y necesario.
Lo fundamental: el bar me resulta plenamente amigable (todo lo amigable que no me resultan los baños). Quizás sea porque he tenido suerte y he llegado en plena pandemia, con lo cual está a todas horas prácticamente vacío, a la espera de mi fiel visita. No hay ruídos, no hay tiempos de espera, no hay gente a mi alrededor. Es mi sueño: un bar sólo para mí. El camarero es ideal, se aprendió mi nombre el primer día y sabe exactamente lo que quiero desde que me ve entrar por la puerta. El menú diario es más que aceptable y se ajusta como un guante a mis gustos gastronómicos.
Cuando trabajo de tarde, que es lo más frecuente, aprovecho para comer en el curro. Los días buenos me salgo a la terracita y me sitúo estratégicamente con el sol a mi espalda. Como soy sibarita y me gusta comer con vino semidulce de mi marca favorita, y presiento que mis amigos del bar no me pueden surtir de esa delicatessen, me lo traigo de casa en un pequeño termo. Llego, pido mi comida, me voy tomando mi vinito y al momento me llaman: Inmaaaaa! Et voilà! Recojo las viandas y disfruto tranquilamente de mi almuerzo mientras leo mi libro y me dejo acariciar por los rayos del astro rey. Si hace mal tiempo me refugio en un saloncito anexo en el que casi nunca hay nadie tampoco y donde como al calorcito de la calefacción. (Hoy he comido cocido y estaba de chúpate domine).
Cuando curro de mañana en cuanto llega mi compi a hacerme el relevo me piro al bar de mis amores y me tomo mi cervecita de mediodía, y si hay algo en el menú que me apetezca, que es casi todos los días, llevo mi taper y me pido una ración para llevar. Como tardo cinco minutos en llegar a casa no tengo ni que recalentarlo. Si eso no es vivir como una diosa que me digan lo que es. Ya, bueno, vivir de las rentas sin trabajar, pero quitando eso.
Cuando estoy de mañana me levanto exactamente una hora más tarde de lo que me levantaba antes. El trayecto es tan corto que aunque haga 25 grados bajo cero o caigan chuzos de punta me da igual porque en un pispás he llegado. Cuando estoy de tarde llego a casa justo cinco minutos después de salir. A unas malas, si llueve y no me he llevado la bici o me acoplo con una compañera o cojo el bus que está justo en la puerta de la Facu y llega en 3 paradas a la mía. Repito: quién da más?
Otra cosa. Antes me daba mucha pereza trabajar los viernes por la tarde. De hecho en mi curro anterior venía tan poco gente que llegó un momento en el que decidimos cerrar porque era una triste guasa tener a alguien allí un viernes mirando al vacío sin que entrara un alma en toda la tarde. En cambio aquí es una fiesta. Esto es ahora mismo con la pandemia la mejor alternativa a un bar de copas. Teniendo en cuenta que te empiezan a echar de los bares a las 5, dónde van a estar mejor estos tiernos muchachos en edad de merecer que en la biblioteca, donde pueden salir, entrar y tontear entre ellos durante horas sin que nadie les mande a su puta casa? Y bien guapos, estilosos y elegantes que vienen. Trabajar en un sitio así, con este trasiego constante de gente y esta energía juvenil plena de expectatitas vitales da muchísima alegría. No importa que sea un viernes o un puente. Si es que hoy por hoy éste es el sitio con más vidilla de toda la ciudad!
En fin, queridos amigos que os preocupáis por mi bienestar personal, sólo os puedo decir que estoy sumamente contenta con mi decisión. Una vez superado el natural estrés inicial por el cambio creo que puedo afirmar que ha sido un plan completamente exitoso.
Tengo además unas compañeras estupendas, con las que hay un grato ambiente de feliz complicidad proletaria. Y salvo algún que otro inconveniente, como el susodicho en el post anterior, me encanta el lugar, me encanta casi toda la gente (toda es imposible, y de la que no me gusta ni me voy a molestar en hablar) y me encanta tener mi casa a 5 minutos.
Ah, y otra cosa importante en estos tiempos de pandemia. Al trabajar en una garita completamente aislada, no tengo que tener la mascarilla todo el tiempo puesta, lo que es un valor en alza. Yo, que soy una persona de natural solitaria y poco propensa a excesos sociales, me siento sumamente feliz en esta pequeña burbuja desde la que controlo mis dominios, puedo trabajar tranquila sin apenas interrupciones, y sé que estoy todo lo protegida del virus que hoy por hoy se puede estar en un trabajo de cara al público. Esto no significa que no lo pueda pillar, como todo el mundo, pero vamos, que se lo estoy poniendo un poquito más difícil. Y además dentro de mi garita puedo hablar sola en voz alta sin que me tomen por loca. Toma ya!
Bueno, gente, que eso, que estoy de puta madre y quería que lo supiérais. Ah, y encima me queda un mes para cobrar la productividad. Quién da más?
Ps. Doy un poquito de asquito, no? 😉