lunes, 5 de diciembre de 2016

La carne, by Rosa Montero

Acabo de leer "La carne", la última novela de Rosa Montero, y me ha impactado bastante. Aprovecho para recomendarla como lectura navideña e incluso como regalo; un regalo especialmente indicado para señoras en esa edad difícil que va de los 50 a los 65 años en la que inexorablemente el paso del tiempo se va notando en el cuerpo casi por días sin que eso se traduzca en una sensación análoga en el aspecto emocional. Es decir, puedes seguir sintiéndote a muchos niveles como si tuvieras 25 y sin embargo tienes más del doble. Como dijo el otro: "yo tenía 20 años un minuto antes de cumplir 70".

La historia va de una relación un tanto extraña entre una mujer que acaba de entrar en la sesentena y un gigoló al que contrata en principio puntualmente para que la acompañe un día a la ópera con el fin de darle celos a un ex-amante. A partir de ese momento esta pareja tan anómala y poco común entra en una dinámica de la que no quiero adelantar mucho pero que me ha dado bastante que pensar.

La novela aborda varios temas que me parecen interesantes, lo que pasa es que es difícil analizarlos porque la propia Rosa hace una petición al final para que los lectores no desvelemos la particular relación que se establece entre los protagonistas, dado que sería casi como destripar la historia, así que procuraré ser lo suficientemente cuidadosa como para respetar ese deseo de la autora.

Como sabéis, soy una acérrima detractora del concepto de "violencia machista" tal y como oficialmente se entiende, por lo que supone de cajón de sastre en el que todo cabe sin que casi nada tenga mucho que ver entre sí. Bueno, pues este libro es bastante ilustrativo a ese respecto.

A diferencia de mí, Montero es una persona completamente comprometida con ese concepto, tan defensora de él como yo detractora. Y sin embargo observo que tiene un tratamiento completamente distinto de la violencia según el sexo de la persona que lo comete; es mucho más benévola cuando procede de la mujer hacia el hombre que al revés. Es algo que me ha llamado mucho la atención en una mujer a la que considero bastante inteligente. Montero es capaz de justificar o al menos de intentar entender qué puede llevar a una mujer a cometer ciertos actos pero en cambio nunca muestra ese beneplácito de la duda cuando de un hombre se trata. Es bastante implacable cuando es el hombre el que acosa o el que se muestra posesivo y controlador. Lo sé de buena tinta porque, además de sus novelas, la leo todos los domingos en El País Semanal y es muy guerrillera en estos asuntos.

En fin,  con respecto a este tema hasta aquí puedo contar por respeto a la autora y también a quien decida leer el libro y lógicamente no quiera que se lo destripen.

Otro asunto en el que me ha hecho pensar la lectura de esta novela es el de la relación que tenemos las mujeres con nuestro cuerpo cuando va acercándose el inevitable deterioro físico. Hay un capítulo bastante divertido en el que se habla de la diferencia entre las cosas que se necesitan para viajar a los 25 y las que se necesitan 25 años después.

Bueno, y ya de follar ni hablemos. Los preparativos de nuestra protagonista cada vez que va a mantener relaciones con su amante son de auténtica comedia bufa: maquillaje, depilaciones varias, peluquería, manicura, pedicura, perfumería, cosmética corporal multifacética... Necesita horas para prepararse e intentar disimular todos los efectos demoledores de la edad. Claro que... si te echas un amante cachas que podría ser tu nieto ése es el peaje a pagar. Si te echas uno más acorde a tu edad igual te lo tienes que currar un poco menos.

Todo esto me ha hecho reflexionar sobre algo de lo que no he hablado por aquí antes, creo. El tema de los tíos que abandonan a sus mujeres por otras chicas bastante más jóvenes justo en esa edad en la que ellas empiezan a sentirse inseguras y asustadas por ese deterioro corporal inevitable. Es algo que he visto en varias amigas y el efecto psicológico es tremendo y aterrador. Justo en ese momento en el que estás entrando en la edad crítica en la que empiezas a verlo todo caer, a la piel ir arrugándose poco a poco, al cuerpo llenarse de manchitas y bultitos y cosas raras que no sabes lo que son y que antes no estaban ahí... plassssssss, en to el careto! Llega tu marido y te dice que adiós muy buenas. Y a los pocos meses te lo encuentras de la mano paseando con una tía que podría ser tu hija... y también la suya.

Conste que la mayoría de maridos que hacen esto tienen la delicadeza de no decir de sopetón que te están dejando por otra mucho más joven. Normalmente ponen todo tipo de excusas: que están en crisis, que no saben lo que quieren, que la pareja ha dejado de funcionar, que ya no sienten esa chispa de antes... Cualquier cosa antes que soltar brutalmente: mira, que estás hecha un trastajo y que me gusta una tía que es mucho más joven que tú y que tiene las tetas más duras y el culo más duro todavía.

No es el caso de la protagonista de esta novela, ni mucho menos. Pero su obsesión por el paso del tiempo me ha hecho acordarme mucho de estas amigas que he visto pasar por trances similares. Si ya de por sí es duro envejecer y ver ese día a día en el que todo se va descolgando y desluciendo, cuánto más no lo será cuando encima te han desechado y te han sustituido por algo en muchas mejores condiciones de uso y disfrute.

Ya, ya sé que el amor es así. Las relaciones se deterioran inevitablemente y el tiempo las va erosionando sin piedad, hasta que llega ese punto final que a todos nos toca tarde o temprano. Pero no es menos cierto que en el caso de los tíos casi siempre ese final llega cuando aparece otra persona (antes no tienen cojones de separarse nunca en la vida, por más hartos de coles que estén) y normalmente esa persona podría ser su hija... cuando no su nieta. Para esto último de la nieta se necesitan bastantes posibles, que no todos los tíos se lo pueden permitir, no os hagáis ilusiones.

Desde aquí quiero decirles a todas esas amigas a las que he visto pasar por ese doloroso trance, que a muchas les ha llevado años y años superar, que me pongo perfectamente en su lugar y que alabo la fortaleza mental que le han tenido que echar para conseguir pasar página, resetearse, reinventarse y volver a sentirse guapas, estupendas y vivas. Ellas se merecen este pequeño homenaje. Porque sí, porquelovalen.

Tampoco quiero que este post sirva para culparlos a ellos. Nadie tiene culpa de dejar de querer a su pareja ni de enamorarse de otra persona. Y es lógico y normal que esa otra persona sea más joven, más guapa, más lista y más nuevecita que la anterior. Son cosas de la vida, pasan y punto.  Pero chicos, sin ánimo de reprocharos nada, tenéis que reconocer que es una tremenda putada para ellas. En fin, es un clásico, está a la orden del día, y como tal hay que abordarlo

Como otros temas que también nos afectan a esta edad y que ya he tratado antes aquí: el nido vacío, la menopausia (o la no-menopausia, cuando no llega ni a tiros),  las rarezas que van a más...

Vamos para viejos, amigos. Saber aceptarlo y saber afrontar los distintos retos con dignidad forma parte del aprendizaje de la vida. Es verdad que tiene sus cosas buenas pero sobre todo envejecer tiene un montón de cosas malas. Asumámoslo, plato de gusto no es.

Hoy me reía bastante leyendo también un fragmento de otro libro de Elvira Lindo, un poema dedicado a sus tetas. A las tetas de sus 20 años, claro. Y suscribo totalmente su conclusión: de mi juventud solo echo de menos mis tetas, mi culo y lo durita y apretá que estaba. Lo demás no se lo deseo a nadie ni regalao. Pero anda que no molaría como presente navideño... un solo día...volver a tener esas tetas, ese culo, esa tez tersa y suave... eso sí, con la cabeza amueblá como la tengo ahora y sabiendo todo lo que sé ahora. Quién se apunta?

O mejor, quién no se apunta?


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