miércoles, 7 de diciembre de 2016

Casualidades

Últimamente he estado pensando en las casualidades de la vida y me ha venido a la memoria una anécdota muy divertida que me pasó hace un montón de años.

Yo nunca me he llevado bien con mi suegra, jamás hubo feeling entre nosotras. Era un yuyu epidérmico total mutuo desde el primer día, no teníamos nada que ver, estábamos en las antípodas. Pero bueno, eso es lo más normal del mundo, es un clásico, es casi ley de vida. Y la sangre tampoco habría llegado al río de no ser porque al muy poco tiempo de salir yo con su hijo un buen día descubrí con espanto que la buena señora se dedicaba a leer las cartas que yo le escribía al muchacho, y claro, estaba al tanto de todas nuestras intimidades, vida y milagros.

Pero lo gracioso de todo esto no es el hecho en sí, que gracia tenía poca y yo me sentí humilladísima, hasta el punto de cortar todo contacto con ella durante años; lo divertido es la forma que tuve de enterarme de que ella leía mis cartas.

Resulta que mi novio trabajaba en verano en un chiringuito de su familia en la costa. A la dirección del chiringuito era donde yo mandaba las cartas. Y él me contaba que el cartero tenía que venir andando desde el pueblo, que estaba bastante lejos, y que le jodía un montón pegarse esa caminata para llevar una triste carta a un camarero. Total, que el hombre llegaba todo sudoroso y hecho polvo y con bastante mal humor a entregar la correspondencia.

Con mi novio trabajaba también en el chiringuito un amigo de él al que llamábamos de toda la vida "La puta". No recuerdo por qué razón llamábamos así al pobre chaval pero el mote venía de tiempos inmemoriales. Cuando yo le conocí ya era "La puta" y lo siguió siendo durante años.

En fin, que un día en medio de una discusión familiar, la madre de mi novio le soltó completamente enfurecida que cómo era capaz de consentir que su novia insultara a su propia madre sin el menor decoro. Y claro, el muchacho no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.

Así que ella - no creáis que estaba en absoluto avergonzada por el hecho de haber leído unas cartas ajenas - muy ufana de su hazaña a la par que indignadísima le enseñó una que se ve que le había gustado y se la había guardado, y le señaló ostensiblemente el sitio donde estaba mi despedida:

RECUERDOS A LA PUTA Y AL CARTERO.

Y vosotros diréis: Bueno, y qué?

Pues que mi suegro era cartero.

Jajajajajajajajajaja!

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