domingo, 12 de julio de 2015

Preysler - Vargas Llosa

Sí, qué pasa, un poquito de petardeo nunca está de más, y este blog está y siempre ha estado abierto a todo tipo de temas y personajes, sin discriminaciones y sin complejos de ninguna clase. Además que a mí siempre me ha resultado fascinante la figura de Isabel Preysler y ahora, con este nuevo episodio de su vida, mi fascinación no ha hecho sino renovarse y aumentar aún más si cabe. Qué coño, a ver si no va una ni a poder marujear en su propio blog!

En mi opinión, Preysler es un personaje completamente sugestivo, una mujer apasionante desde el punto de vista psicológico, una verdadera diosa del amor, una hembra nacida para amar y para ser amada. Y tan claro creo yo que lo tiene ella que estoy completamente convencida de que siempre ha tenido un plan B, un plan C, un plan D y todos los planes alternativos posibles para que en ningún caso, pasase lo que pasase, pudiera verse en una terrible situación de indeseado lapsus de desamor.

Es más, me apostaría la cabeza sin temor a perderla a que ahora mismo, recién empezado este nuevo romance con Vargas Llosa y siendo plenamente consciente de que, por la provecta edad de él, esta relación conlleva una no muy lejana fecha de caducidad, ella tiene perfectamente localizados a los posibles sustitutos de don Mario para cuando desgraciadamente lo pierda por las inexorables leyes de la vida.

Y si Preysler siempre me ha resultado un personaje tan sugerente como atractivo, esta última historia de amor con la que nos ha obsequiado a sus numerosos seguidores ya me parece el summum de la perfección estética. La vida de esta mujer es puro arte. Qué capacidad de reinvención, de adaptación, de supervivencia mediática!

Y qué decir de ese entrañable anciano, ese tierno escribidor (como él mismo se definió cuando nos contó aquellos inolvidables amores suyos con la tía Julia), esa mente privilegiada que, llegada a los postreros días de su vida, tira la casa por la ventana, se echa la manta a la cabeza y, tan solo unas cuantas horas después de haber celebrado sus bodas de oro matrimoniales, decide abandonarlo todo y entregarse plenamente al que con toda probabilidad será el último gran amor de su vida. Madre mía, pedazo de historia!

Como todos los que me leéis habitualmente sabéis, soy una auténtica forofa de los amores clandestinos. Personalmente hubiera preferido una historia de amor secreta, una gran pasión vivida en la intimidad, con sólo dos protagonistas entregados cual adolescentes a las intensas emociones que cada uno provoca en el otro. Me parece mucho más romántico, más literario, no sé. Incluso el propio Vargas Llosa podría haber contado esos amores prohibidos de su senectud en una última gran novela. Habría sido un hermoso broche final para su vida pero también para su carrera literaria. Y con el tiempo los estudiosos y analistas de su obra habrían insinuado que tal vez podría detectarse un cierto tinte autobiográfico en esa ficción póstuma, por supuesto sin mencionar jamás el nombre de la dama, todo bajo un nebuloso halo de misterio, como si fuera el último gran enigma en la vida de un gran escritor. No me digáis que no mola.

Pues sí, esto habría sido precioso, estéticamente impecable, pero con un personaje como Preysler, de todo punto imposible. Preysler puede vivir ciertamente un amor en la clandestinidad, pero por su propia idiosincrasia de femme fatale mediática, ese amor tarde o temprano tiene que salir a la luz y al papel cuché. Porque la vida de nuestra heroína si no es narrada con todo lujo de detalles por la prensa del corazón... simplemente no es vida. Es inconcebible una experiencia secreta en la historia de esta mujer, no tendría sentido, sería una incongruencia argumental imperdonable. Todo acontecimiento clandestino en su biografía está destinado a saltar a la luz pública en un momento u otro. Y no porque ella quiera sino porque la vida la ha hecho así; es su sino, es su condición... incluso es su condena.

Os cuento mi teoría largamente meditada y estudiada; así es cómo veo yo (ya sabéis, romántica incorregible) esta apasionante historia: en realidad Vargas Llosa siempre estuvo enamorado de Preysler, desde el mismo momento en que la vio. Ella es, a decir de todos los que la conocen, una mujer de un magnetismo impresionante, y eso no pudo pasar desapercibido para un hombre sensible a los encantos femeninos como siempre confesó ser don Mario (que, reconozcámoslo sin reparos, ha sido toda la vida bastante pendón).

Conocerla tuvo que ser un impacto brutal, pero ay, mísero de él, ay infelice... ella estaba felizmente casada y por desgracia era mujer de un solo hombre (consecutivamente hablando, por supuesto). Y qué hizo ante este difícil inconveniente nuestro entusiasta enamorado? Pues muy sencillo, ideó una ingeniosa estratagema de cortejo subliminal, digna de la mejor de sus ficciones literarias: se hizo amigo íntimo del marido de su amada como coartada perfecta para tenerla cerca y poder verla con la máxima frecuencia posible. Así, oculta su pasión detrás de esos aparentemente inofensivos encuentros de parejas afines, Mario simplemente era feliz manteniendo el contacto visual con Preysler y amándola en silencio. (Si al llegar a este punto no estáis llorando a moco tendido es que no tenéis ni sentimientos ni corazón)

No sabemos si en algún momento el secreto enamorado dio algún paso, si llegó a hacer alguna intentona de acercamiento erótico o si se atrevió a insinuarle alguna vez sus sentimientos. Tal vez un día con una copilla de más, o quizás ante una mirada de ella que le pareció cargada de significado, o simplemente en un arrebato de desesperación. Lo que sí podemos adivinar es que ella lo sabía. Una mujer de su condición siempre capta instintivamente a un admirador, porque es imprescindible intuirlo para proyectar esos planes B, C, D, etc. que constituyen su propia supervivencia como diosa del amor cuché. Así pues ella siempre lo supo, detectó inmediatamente los sentimientos que había despertado en él y le dedicó sus mejores sonrisas y sus miradas más elocuentes, aunque eso sí, siempre dejando muy claro con sus gestos y con su irreprochable comportamiento, que mientras fuera una mujer casada ese amor sería imposible. Qué gran historia, por diossss!!!

Se dieron cuenta en algún momento Boyer y Patricia (la señora de Vargas Llosa) de lo que sentía el escritor? Pues Boyer probablemente debía de estar acostumbrado a detectar a su alrededor la fascinación que Isabel despertaba entre los caballeros, por lo que no le llamaría demasiado la atención ver a su amigo Mario babear profusamente mientras miraba con embeleso a su bella esposa. Patricia puede que se sintiera más incómoda, con esa incomodidad que invade a casi todas las mujeres en presencia de una de esas señoras que ejercen tan inquietante magnetismo en los hombres (que me lo digan a mí, que tengo el mismo problema. Jejeje, que es coñaaaaaa), pero no creo que se oliera el peligro para su matrimonio, por la condición de Preysler de mujer casada y enamorada de su marido. No sé por qué a la mayoría de las mujeres les preocupa mucho más ser abandonadas por otra que el hecho de que sus maridos se queden con ellas para siempre pero secretamente enamorados de esa otra. Tal vez por eso yo siempre me he sentido mucho más identificada y cómoda en el papel de "la otra" porque me gusta mucho más que me amen en secreto a que vengan conmigo del brazo a comprar el pan.

El caso es que el palo, la sorpresa, el impacto, han tenido que ser la hostia para la cornamentada Patricia. Porque podemos dar por seguro que, exceptuando el funeral de Boyer al que probablemente acudió el matrimonio junto, los siguientes encuentros de Vargas Llosa y Preysler han tenido lugar sin conocimiento de la esposa del escritor. Con toda seguridad él, completamente envalentonado, sin apenas creer la suerte de que el marido de la dama hubiera muerto, inició sus maniobras de ataque y cortejo en cuanto pasó un tiempo prudencial tras la viudez de su amada. El tiempo justo para guardar las convenciones sociales pero para no dar ocasión a ningún otro pretendiente que pudiera estar en alguno de los planes B. C o D de Preysler de que se le pudiera adelantar y quitarle la ansiada presa. No se esperan 30 años para que de repente llegue un puto advenedizo y te pille la mano por to el morro (perdón por la ordinariez pero es que me he puesto por un momento en su lugar y me he exaltado).

Así pues, Mario actuó con rapidez y precaución, sin prisa pero sin pausa. Es incluso muy probable que tanto él como otros posibles pretendientes ya hubieran empezado a maniobrar durante la larga enfermedad del difunto Boyer. Con disimulo, con aparente preocupación por la salud del enfermo, pero siempre dejando caer su rendida admiración y su veneración por la hermosa filipina.

En fin, que estas cosas puedan pasar en plena senectud es algo que me conmueve enormemente. Yo, que como sabéis soy una gran admiradora de la revista Pronto y muy particularmente de una de sus secciones más emblemáticas, "El amor no tiene edad", en la que los lectores cuentan apasionantes experiencias de amores tardíos, me rindo incondicionalmente ante el romance Vargas Llosa-Preysler. Y aunque ya he confesado que me habría encantado un amor clandestino en forma de pasión prohibida en el umbral de la muerte, reconozco que de haber sido así no hubiera podido gozar de este gran momento como espectadora, porque nunca me habría enterado. Así que demos por bueno el desarrollo de la historia y congratulémonos de que finalmente haya salido a la luz para goce y satisfacción de los forofos de las grandes historias de amor.

Lo siento por Patricia, que se ha tenido que llevar un chasco impresionante, pobre. Supongo que ninguna mujer se espera que, después de superar las bodas de oro matrimoniales, lo que presupone una larga vida en común de complicidad, compañerismo y grata convivencia, ya libre de avatares hormonales y pasionales, a su marido octogenario le entre un volunto amoroso y la abandone por otra señora. Esta mujer tiene que estar pasando indudablemente momentos muy amargos, pero... qué quieres, Patricia? Las grandes pasiones son así. Para mí mucho peor sería saber, intuir, sospechar... que mi marido se ha pasado toda la vida enamorado de otra persona, esperando esa oportunidad que al final le ha sido concedida ya casi in extremis. Lo del abandono en última instancia, piénsalo bien, Patricia, es pecata minuta. Yo es por animarte y eso.

Sin embargo para una espectadora neutral pero empedernidamente romántica como yo esa parte es precisamente lo más sugestivo: ese amor oculto durante años, un sentimiento unidireccional, apenas sin esperanzas, probablemente condenado a esos cien años de soledad que tan bien supo relatar el gran enemigo de don Mario, don Gabriel García Márquez. Me siento conmovida por ese escritor enamorado que ve pasar los años y sólo aspira a poder estar de vez en cuando cerca de su amada, en esas reuniones de pareja que tan ansiadas debían de ser por él. Ese hombre que un día ve algo de luz al final del túnel cuando al marido de ella y amigo de él le da un ictus de repente.

"Ay, Dios, habrá una oportunidad para mí?"

Imaginad sus nervios, su impaciencia casi adolescente, su sinvivir... incluso sus oraciones íntimas:

"Señor, por favor, haz que se muera antes de que yo ya esté completamente gagá y ninguna Viagra en el mundo consiga levantar el cetro de mi pasión por esta mujer."

El Señor te ha oído, Mario, y ella finalmente es tuya. Y el Hola lo inmortalizará narrándolo en vivo y en directo para que nosotros, vuestros fans, los de uno y los de otra y los de ambos conjuntamente, gocemos y nos regocijemos admirando los documentos gráficos que serán la prueba palpable a todo color de ese gran amor. Cuántos momentos memorables nos quedarán aún por presenciar!

Gracias, Mario. Gracias, Isabel. Gracias, Hola. Efectivamente, como muy sabiamente afirma mi admirado Pronto "El amor no tiene edad".

Ni yo jartura para el petardeo.

2 comentarios:

  1. Vaya por dios... A mí todas estas señoronas del papel cuché me dan más asquito que otra cosa, pero a don Mario lo tenía en alta estima. Hasta ahora.

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  2. Joder, Kowalski, qué susto me has dado! Creí que te habían asesinado o algo. Desde luego por difunto ya te había dado.

    Eres un puto coñazo, me paso la vida preparando funerales para ti y luego nunca te mueres de verdad.

    Te va a pasar como el pastorcillo mentiroso, que el día que la palmes no me lo voy a creer y no te haré funeral ni nada. Y luego, cuando compruebe que efectivamente has muerto me sentiré fatal y superculpable. Pero qué cabrón! Lo tienes todo estudiado para que nunca me pueda olvidar de ti, eh?

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